XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 22, 34-40:
Discipulas y discípulos de Jesús

Autor: Mons. Miguel Esteban Hesayne

 

 

          Para Jesús todos los seres humanos son iguales. Ve a todos como personas igualmente ante Dios. Nunca habla a nadie a partir de su función de varón o mujer.

            Jesús que nace y crece en una sociedad patriarcal al promover un nuevo estilo de sociedad- formada por seguidores al servicio del Reino de Dios- va creando una familia de hermanas y hermanos- Es el mundo nuevo que sugiere Jesús, más que con palabras con actitudes… El signo que el Reino de Dios está viniendo es el reinado de la fraternidad. Y la importancia es la persona. El poder, el dinero, el sexo desaparecen. Para grabarlo a fuego, entiende una comunidad de seguidores donde lo importante no es la competición -ser el primero- sino la comunión viviendo en actitud servicial. La tan citada frase suya “Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y servidor de todos” Mr. 9,35) No es un sentimiento “piadoso” y menos un slogan. Es un principio fundamental del Reino que Jesús anuncia e instaura. La comunidad que Jesús va formando está donde hay mujeres y hombres que van aprendiendo a abrazar y bendecir y  cuidar a los débiles y pequeños, postergados y excluídos. En lenguaje actual - hemos de decir- que en el Reino de Dios la vida se difunde no desde la imposición de los grandes, sino desde la acogida a los pequeños... es decir, desde la gente humilde y sencilla. Por eso, también, desde un principio, Jesús llamó a mujeres a compartir el discipulado que formaba de igual a igual con varones. Sin duda ninguna despertó recelos y hasta extrañeza. Porque la mujer era la servidora doméstica en lo mejor de los casos y propiedad del varón del padre o del esposo… Pero Jesús  chequeando su plan, en constante y prolongada oración con la voluntad de su Padre-Dios, solo admite un discipulado de iguales. Son hijas e hijos de un mismo Padre y por lo tanto, hermanos.

            La presencia de la mujer en el discipulado de Jesús fue sin estridencias ni tampoco en forma secundaria. Eso sí,  la actitud servicial cultural de las mujeres no fue exclusiva para lo doméstico. La actuación de las mujeres fue modelo de discipulado para los varones por su fidelidad total a Jesús, sin traiciones ni discusiones internas como aparece en el grupo masculino y con una ejemplaridad de servicio al Reino.

            La actitud de Jesús en recibir y llamar al discipulado del Reino a mujeres, fue tan novedoso que ni siquiera había un lenguaje que lo expresara. No obstante, de hecho, las trata así y hasta las defiende cuando están en actitud de discípulas como en el caso tan mentado de las hermanas de Lázaro. (Lucas 10, 38-42)

Las primeras comunidades entendieron el claro mensaje de Jesús que, rompiendo costumbres paganas y estructuras de la religión hebrea, privilegió en la mujer el servicio de la Palabra al servicio doméstico. Es notable, en los Hechos de los Apóstoles, el papel de la mujer discípula y evangelizadora, a tal punto, que a alguna se la llamó: “apóstol”… Desde el comienzo, a la mujeres se las aceptó en  total igualdad en la “fracción del pan” o Cena del Señor ( Hechos 2,46)  Y S.Pablo en sus saludos de despedida epistolar, va expresando  agradecimiento a sus valiosos colaboradores en la evangelización, enumerando en forma indistinta a  mujeres y varones (Romanos 16, 24) En la Iglesia de hoy, desde el Vaticano II, sumados preciosos documentos episcopales –Medellín - San Miguel – Puebla - S.Domingo - Aparecida- se nos apremia a retomar “las fuentes” puras y purificadoras de los criterios y actitudes de Jesús histórico. Imploremos y dejémonos conducir por Jesús Resucitado y seremos  capaces de vivir,  de una vez por todas, la hondura y sencillez del Evangelio. Si volvemos a creer en Jesús y su Evangelio, nuestras Parroquias volverán  a ser comunidades de vida fraterna, sin categorías mundanas, donde todos se sientan, en forma existencial, en familia; donde todos puedan escuchar y escucharse en diálogo fraternal. Porque donde  está el Espíritu del Resucitado, está el Amor y donde está el Amor nace la vida sencilla y fraterna de las hijas e hijos de Dios-Amor. (1 Juan 4)