V Domingo de Pascua, Ciclo B
San Juan 10,11-18:
Volvernos a Jesús (IX)

Autor: Mons. Miguel Esteban Hesayne

 

 

          La generalidad de los católicos no se sienten involucrados en la misión de la Iglesia Católica. Son “católicos” porque los bautizaron en la Iglesia católica y si siguen diciéndose católicos es por una vaga religiosidad familiar o una cierta y muy elemental formación doctrinal moral… desde  la niñez para “tomar la primera Comunión”...

            Pocos, muy pocos son conscientes del compromiso misionero por el hecho de ser bautizados. Y precisamente el  Sacramento del Bautismo incorpora a la persona bautizada al Cuerpo misterioso de la Iglesia cuya cabeza es Jesús[1]. De tal suerte que la persona bautizada -mujer o varón- es un miembro vivo de la Iglesia. En forma misteriosa pero real se transforma  en una persona con la misma misión de la Iglesia. Las diferencias en la Iglesia son funcionales o ministeriales. El ser y misión de la Iglesia es fundamentalmente idéntico a todos sus miembros. Hay que tener claro el ser y misión de la Iglesia para conocer el ser y misión de sus miembros.

            La Iglesia existe para anunciar a Jesús y su Evangelio.  “Evangelizar constituye la dicha y vocación de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar”[2]  En consecuencia  la persona bautizada existe para evangelizar… es decir para anunciar a Jesús y su Evangelio, para ser discípulo y testigo, para ser misionero anunciando el Reinado de Dios en la sociedad en la que existe y actúa, tal cual se viene insistiendo en homilías, cursos, retiros espirituales, documentos episcopales, etc.

            A tal punto ha llegado la inercia o indiferencia de la generalidad de católicos para cumplir su misión de bautizados que  la palabra “misionero” la reservan para algunos o algunas que toman esta opción… Pero no la consideran inherente al ser de bautizados en la Iglesia Católica.

Sin embargo no fue así al principio. El libro llamado Hechos de los Apóstoles  muestra una Iglesia-comunidad de creyentes en Jesús Resucitado que se abre camino en el mundo pagano de ese entonces. Precisamente la palabra Iglesia significaba para ellos la “asamblea” o “reunión” de todos los creyentes en Jesús resucitado. Pastores y fieles.

            El Apóstol Pedro anima a toda la gente bautizada a encarar la  construcción de la sociedad  humana de ese entonces  siendo instrumentos del mismo  Dios:

            “Ustedes son piedras vivas que Dios está usando para construir un templo espiritual. Por lo tanto acérquense a Jesucristo, pues El es la piedra viva que la gente despreció, pero que Dios eligió como la piedra más valiosa… 1 Pedro 2, 4

Y prosigue más adelante “Pero, ustedes son miembros de la familia de Dios… y son su pueblo. Dios mismo los sacó  de la oscuridad del pecado y los hizo entrar en una luz maravillosa. Por eso, anuncien las maravillas que Dios ha hecho” 1 Pedro 2,8-9

            Los bautizados y bautizadas en la Iglesia Católica ¿piensan que son instrumentos de Dios, brazos largos del mismísimo Jesús, cuando aceptan la propia vocación dentro de la Iglesia?  ¿cuando resuelven  formar una pareja… una familia...?; ¿cuando  educan  a sus hijo/as…?; ¿cuando encaran un negocio o el manejo del dinero o relaciones profesionales o laborales? ¿Cuando se proponen como candidatos en elecciones gubernamentales de cualquier nivel y partido político…?  ¿Cuando  son electos  para algún cargo de gobierno o de alguna dirigencia? O ¿cuando eligen los candidatos en los diversos actos electorales?

            Estas preguntas pueden parecer  ingenuas o ridículas, pero a la luz de nuestra fe en Jesús resucitado y su Evangelio son de una elemental base para construir una mentalidad cristiana en la convivencia humana. La primera instancia para lograrse como católico es aceptar la invitación de Jesús a ser su testigo (Hechos 1,7-8) en la sociedad en la cual vive su existencia cotidiana. Solamente así se es coherente con el ser y misión del bautizado y se vive como miembro de la Iglesia Católica.


[1] 1 Corintios  12,12-31.

[2] Evangelii Nuntiandi, 1