II Domingo de Cuaresma, Ciclo C.

San Lucas 9,28b-36: Como poner a Dios en la sociedad argentina

Autor: Mons. Miguel Esteban Hesayne

           

La injusticia social es uno de los pecados que más abomina el Dios de Jesucristo. Tal es así que la justicia social es un hilo conductor del mensaje bíblico. En la revelación judeo-cristiana, Dios aparece  escuchando el clamor del pobre y reclamando el pan para el hambriento. Jesús, Palabra viva de Dios, desde su primer mensaje al comenzar su trabajo evangelizador,  anuncia que ha sido enviado “para dar buenas noticias a los pobres” (Lc.4, 18)  Y no se queda con simple y resonante anuncio. El autor de los Hechos pudo sintetizar sus tres años de “vida pastoral,”  con un epígrafe insuperable que a ningún otro ser humano se le podría dar: Pasó haciendo el bien[1]. Con hechos y palabras motiva a sus discípulos y discípulas para que en sus preocupaciones, en forma prioritaria, estén atentos por los carenciados de vida humana digna y ante gente necesitada tomen la iniciativa para socorrerlas. Con la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro condena no solo la acumulación de bienes y el consumismo egoísta, sino también la desaprensión por una posible existencia de necesitados. De hecho, el acento en la enseñanza de Jesús, no solo es ofensa a Dios el no dar al que pide, sino el  no adelantarse en dar al que necesita. La actitud auténticamente cristiana es hacer próximo a quien algo necesita para vivir en dignidad. Actitud maravillosamente escenificada en la parábola del samaritano y el judío mal-herido tirado en una cuneta.   

Recomiendo que lean en forma orante estas citas evangélicas para impregnarse de la mentalidad del pensamiento de Jesús y su Evangelio sobre el tema de los pobres[2].

            En la Argentina de hoy con una masa de bautizados y millones de carenciados de lo básico para vivir en dignidad, el Dios de Jesús está clamando por mujeres y varones que construyan una Iglesia samaritana y comunional. Es decir, una Iglesia discípula de Jesús y su Evangelio que mediante comunidades fraternas y orantes, animadas por el Espíritu de Jesús muerto y resucitado, se pongan a servir a la Argentina  corrupta, postrada y decadente. Es hora que la Iglesia que transita en la Argentina a través de diversas y múltiples comunidades… reaccione no con lamentos o condenas o exigencias, sino con la misión que le encomendó Jesús de ser la servidora de la Patria.

Que los no cristianos no tengan que preguntarse dónde están los cristianos, dónde esta la Iglesia de Jesucristo. Sino que como en los orígenes cristianos sea realidad histórica el anhelo de Jesús para sus discípulas/os cuando les dio orientaciones para la vida ciudadana: “la conducta de ustedes debe ser como la luz que ilumine y muestre como se obedece a Dios. Hagan buenas acciones. Así los demás las verán y alabarán a Dios, el Padre de ustedes que está en el cielo” (Mateo 5,16).

            Las primeras comunidades cristianas surgieron en una sociedad tan corrupta y lejana del Dios verdadero, como nuestro mundo postmoderno actual. Les aconsejo  leer el capítulo 1 de la Carta de S.Pablo a los Romanos. Hasta la conducta licenciosa y aberraciones sexuales que son noticia hoy, era moneda corriente en esa sociedad imperial decadente. El Apóstol los anima a ser coherentes con la Fe en Jesús y su Evangelio para mostrar al mundo la novedad cristiana; la construcción de la ciudad terrena con los valores del Reino de los cielos; el mundo nuevo recreado en los valores del Evangelio de Verdad-Justicia-Libertad-Amor. Y los contemporáneos de esas comunidades de la Iglesia naciente no necesitaron “foros” con slogan de que “un mundo nuevo es posible”. Sino que, asombrados, como lo narra el historiador pagano Suetonio, comprobaban un nuevo modo de vivir, con nuevas costumbres, nuevas relaciones humanas que recrearon nueva convivencia en la Roma pagana y disoluta.

Para liberar a la Argentina del pecado social, se necesitan comunidades testigos de la Fe en Jesús y su Evangelio. Urge que los bautizados se conviertan en discípulos de Jesús.     


[1] Hechos 10, 38

[2] Lc. 16, 19-31; Mt. 14, 13-21; Lc. 10, 29-37