Mateo 11,25-30:
El Señor se enamoró de vosotros y os eligió * Dios nos amó * Soy manso y humilde de corazónAutor: Fr. Nelson Medina F., O.P
Sitio Web: fraynelson.com
Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: El Señor se enamoró de vosotros y os eligió *
Dios nos amó * Soy manso y humilde de corazón
Textos para este día:
Deuteronomio 7,6-11:
En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo: "Tú eres un pueblo
santo para el Señor, tu Dios: él te eligió para que fueras, entre todos los
pueblos de la tierra, el pueblo de su propiedad. Si el Señor se enamoró de
vosotros y os eligió, no fue por ser vosotros más numerosos que los demás, pues
sois el pueblo más pequeño, sino que, por puro amor vuestro, por mantener el
juramento que había hecho a vuestros padres, os sacó de Egipto con mano fuerte y
os rescató de la esclavitud, del dominio del Faraón, rey de Egipto. Así sabrás
que el Señor, tu Dios, es Dios: el Dios fiel que mantiene su alianza y su favor
con los que lo aman y guardan sus preceptos, por mil generaciones. Pero paga en
su persona a quien lo aborrece, acabando con él. No se hace esperar, paga a
quien lo aborrece, en su persona. Pon por obra estos preceptos y los mandatos y
decretos que te mando hoy."
1 Juan 4,7-16:
Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y
todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a
Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en
que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En
esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él
nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.
Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos
a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios
permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto
conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su
Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su
Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios,
Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios
nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor
permanece en Dios, y Dios en él.
Mateo 11,25-30:
En aquel tiempo, exclamó Jesús: "Te doy gracias, Padre, Señor de cielo
y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las
has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me
lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie
conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad
con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis
vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera."
Homilía
Temas de las lecturas: El Señor se enamoró de vosotros y os eligió *
Dios nos amó * Soy manso y humilde de corazón
1. Sobre el Amor de Cristo
1.1 El papa Pío XII nos regaló esa que podríamos llamar la "Carta
Magna" de la devoción y amor al Corazón de Cristo en su Encíclica "Haurietis
Aquas", del 15 de mayo de 1956. De los números 18 al 21 de este documento
inolvidable transcribimos algunos textos para nuestra meditación de hoy, dejando
sin embargo nuestra numeración y titulación propias.
1.2 El adorable Corazón de Jesucristo late con amor divino al mismo tiempo que
humano, desde que la Virgen María pronunció su Fiat, y el Verbo de Dios, como
nota el Apóstol, al entrar en el mundo dijo: "Sacrificio y ofrenda no quisiste,
pero me diste un cuerpo a propósito; holocaustos y sacrificios por el pecado no
te agradaron. Entonces dije: Heme aquí presente. En el principio del libro se
habla de mí. Quiero hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad..." Por esta "voluntad" hemos
sido santificados mediante la "oblación del cuerpo" de Jesucristo, que él ha
hecho de una vez para siempre.
1.3 De manera semejante palpitaba de amor su Corazón, en perfecta armonía con
los afectos de su voluntad humana y con su amor divino, cuando en la casita de
Nazaret mantenía celestiales coloquios con su dulcísima Madre y con su padre
putativo, San José, al que obedecía y con quien colaboraba en el fatigoso oficio
de carpintero. Este mismo triple amor movía a su Corazón en su continuo
peregrinar apostólico, cuando realizaba innumerables milagros, cuando resucitaba
a los muertos o devolvía la salud a toda clase de enfermos, cuando sufría
trabajos, soportaba el sudor, hambre y sed; en las prolongadas vigilias
nocturnas pasadas en oración ante su Padre amantísimo; en fin, cuando daba
enseñanzas o proponía y explicaba parábolas, especialmente las que más nos
hablan de la misericordia, como la parábola de la dracma perdida, la de la oveja
descarriada y la del hijo pródigo. En estas palabras y en estas obras, como dice
San Gregorio Magno, se manifiesta el Corazón mismo de Dios: Mira el Corazón de
Dios en las palabras de Dios, para que con más ardor suspires por los bienes
eternos.
1.4 Con amor aun mayor latía el Corazón de Jesucristo cuando de su boca salían
palabras inspiradas en amor ardentísimo. Así, para poner algún ejemplo, cuando
viendo a las turbas cansadas y hambrientas, dijo: Me da compasión esta multitud
de gentes; y cuando, a la vista de Jerusalén, su predilecta ciudad, destinada a
una fatal ruina por su obstinación en el pecado, exclamó: Jerusalén, Jerusalén,
que matas a los profetas y apedreas a los que a ti son enviados; ¡cuantas veces
quise recoger a tus hijos, como la gallina recoge a sus polluelos bajo las alas,
y tú no lo has querido!. Su Corazón palpitó también de amor hacia su Padre y de
santa indignación cuando vio el comercio sacrílego que en el templo se hacía, e
increpó a los violadores con estas palabras: Escrito está: "Mi casa será llamada
casa de oración"; mas vosotros hacéis de ella una cueva de ladrones.
2. Amor de Cristo en su Divina Pasión
2.1 Pero particularmente se conmovió de amor y de temor su Corazón,
cuando ante la hora ya tan inminente de los cruelísimos padecimientos y ante la
natural repugnancia a los dolores y a la muerte, exclamó: Padre mío, si es
posible, pase de mí este cáliz; vibró luego con invicto amor y con amargura
suma, cuando, aceptando el beso del traidor, le dirigió aquellas palabras que
suenan a última invitación de su Corazón misericordiosísimo al amigo que, con
ánimo impío, infiel y obstinado, se disponía a entregarlo en manos de sus
verdugos: Amigo, ¿a qué has venido aquí? ¿Con un beso entregas al Hijo del
hombre?; en cambio, se desbordó con regalado amor y profunda compasión, cuando a
las piadosas mujeres, que compasivas lloraban su inmerecida condena al tremendo
suplicio de la cruz, las dijo así: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad
por vosotras mismas y por vuestros hijos..., pues si así tratan al árbol verde,
¿en el seco qué se hará?.
2.2 Finalmente, colgado ya en la cruz el Divino Redentor, es cuando siente cómo
su Corazón se trueca en impetuoso torrente, desbordado en los más variados y
vehementes sentimientos, esto es, de amor ardentísimo, de angustia, de
misericordia, de encendido deseo, de serena tranquilidad, como se nos
manifiestan claramente en aquellas palabras tan inolvidables como
significativas: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen; Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has desamparado?; En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el
paraíso; Tengo sed; Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
3. Los Dones que nos ha entregado ese Amor Infinito
3.1 ¿Quién podrá dignamente describir los latidos del Corazón divino,
signo de su infinito amor, en aquellos momentos en que dio a los hombres sus más
preciados dones: a Sí mismo en el sacramento de la Eucaristía, a su Madre
Santísima y la participacion en el oficio sacerdotal?
3.2 Ya antes de celebrar la última cena con sus discípulos, sólo al pensar en la
institución del Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, con cuya efusión había
de sellarse la Nueva Alianza, en su Corazón sintió intensa conmoción, que
manifestó a sus apóstoles con estas palabras: Ardientemente he deseado comer
esta Pascua con vosotros, antes de padecer; conmoción que, sin duda, fue aún más
vehemente cuando tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a ellos, diciendo:
"Este es mi cuerpo, el cual se da por vosotros; haced esto en memoria mía". Y
así hizo también con el cáliz, luego de haber cenado, y dijo: "Este cáliz es la
nueva alianza en mi sangre, que se derramará por vosotros".
3.3 Con razón, pues, debe afirmarse que la divina Eucaristía, como sacramento
por el que El se da a los hombres y como sacrificio en el que El mismo
continuamente se inmola desde el nacimiento del sol hasta su ocaso, y también el
Sacerdocio, son clarísimos dones del Sacratísimo Corazón de Jesús.
3.4 Don también muy precioso del sacratísimo Corazón es, como indicábamos, la
Santísima Virgen, Madre excelsa de Dios y Madre nuestra amantísima. Era, pues,
justo fuese proclamada Madre espiritual del género humano la que, por ser Madre
natural de nuestro Redentor, le fue asociada en la obra de regenerar a los hijos
de Eva para la vida de la gracia. Con razón escribe de ella San Agustín:
Evidentemente Ella es la Madre de los miembros del Salvador, que somos nosotros,
porque con su caridad cooperó a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son
los miembros de aquella Cabeza.
3.5 Al don incruento de Sí mismo bajo las especies del pan y del vino quiso
Jesucristo nuestro Salvador unir, como supremo testimonio de su amor infinito,
el sacrificio cruento de la Cruz. Así daba ejemplo de aquella sublime caridad
que él propuso a sus discípulos como meta suprema del amor, con estas palabras:
Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos. De donde el
amor de Jesucristo, Hijo de Dios, revela en el sacrificio del Gólgota, del modo
más elocuente, el amor mismo de Dios: En esto hemos conocido la caridad de Dios:
en que dio su vida por nosotros; y así nosotros debemos dar la vida por nuestros
hermanos. Cierto es que nuestro Divino Redentor fue crucificado más por la
interior vehemencia de su amor que por la violencia exterior de sus verdugos: su
sacrificio voluntario es el don supremo que su Corazón hizo a cada uno de los
hombres, según la concisa expresión del Apóstol: Me amó y se entregó a sí mismo
por mí.
4. El Corazón, Símbolo de Amor
4.1 No hay, pues, duda de que el Sagrado Corazón de Jesús, al ser
participante tan íntimo de la vida del Verbo encarnado y, al haber sido, por
ello asumido como instrumento de la divinidad, no menos que los demás miembros
de su naturaleza humana, para realizar todas las obras de la gracia y de la
omnipotencia divina, por lo mismo es también símbolo legítimo de aquella inmensa
caridad que movió a nuestro Salvador a celebrar, por el derramamiento de la
sangre, su místico matrimonio con la Iglesia: Sufrió la pasión por amor a la
Iglesia que había de unir a sí como Esposa. Por lo tanto, del Corazón traspasado
del Redentor nació la Iglesia, verdadera dispensadora de la sangre de la
Redención; y del mismo fluye abundantemente la gracia de los sacramentos que a
los hijos de la Iglesia comunican la vida sobrenatural, como leemos en la
sagrada Liturgia: Del Corazón abierto nace la Iglesia, desposada con Cristo...
Tú, que del Corazón haces manar la gracia.
4.2 De este simbolismo, no desconocido para los antiguos Padres y escritores
eclesiásticos, el Doctor común escribe, haciéndose su fiel intérprete: Del
costado de Cristo brotó agua para lavar y sangre para redimir. Por eso la sangre
es propia del sacramento de la Eucaristía; el agua, del sacramento del Bautismo,
el cual, sin embargo, tiene su fuerza para lavar en virtud de la sangre de
Cristo. Lo afirmado del costado de Cristo, herido y abierto por el soldado, ha
de aplicarse a su Corazón, al cual, sin duda, llegó el golpe de la lanza,
asestado precisamente por el soldado para comprobar de manera cierta la muerte
de Jesucristo.
4.3 Por ello, durante el curso de los siglos, la herida del Corazón Sacratísimo
de Jesús, muerto ya a esta vida mortal, ha sido la imagen viva de aquel amor
espontáneo por el que Dios entregó a su Unigénito para la redención de los
hombres, y por el que Cristo nos amó a todos con tan ardiente amor, que se
inmoló a sí mismo como víctima cruenta en el Calvario: Cristo nos amó, y se
ofreció a sí mismo a Dios, en oblación y hostia de olor suavísimo.