Marcos 6,17-29:
Diles que yo te mando. No les tengas miedo * Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el BautistaAutor: Fr. Nelson Medina F., O.P
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Lecturas de la Santa Biblia
Temas de las lecturas:
Diles que yo te mando. No les tengas miedo * Quiero que
ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista
Textos para este día:
Jeremías 1, 17-19:
En aquellos días recibí esta palabra del Señor: "Cíñete los lomos,
ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te
meteré miedo de ellos. Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de
hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y
príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra
ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte." Oráculo del
Señor.
Marcos 6,17-29:
En aquel tiempo, Herodes había mandado prender a Juan y lo había
metido en la cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con
Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener
la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio;
no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un
hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba
desconcertado, y lo escuchaba con gusto.
La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus
magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías
entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la
joven: "Pídeme lo que quieras, que te lo doy." Y le juró: "Te daré lo que me
pidas, aunque sea la mitad de mi reino." Ella salió a preguntarle a su madre:
"¿Qué le pido?" La madre le contestó: "La cabeza de Juan, el Bautista." Entró
ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: "Quiero que ahora
mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista." El rey se puso muy
triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida
le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la
cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se
la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver
y lo enterraron.
Homilía
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tengas miedo * Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan,
el Bautista
1. La palabra mártir
1.1 Precioso este día de nuestra liturgia para reflexionar juntos sobre el
sentido y la grandeza del martirio cristiano. Hemos transcrito aquí breves
apartes del comienzo de la obra "10 lecciones sobre el martirio", de Paul
Allard, que se halla disponible en la página de Catholic.net. Lo que sigue es
tomado de ahí. El martirio, entendido según su estricta significación
etimológica [testimonio], no se conoció antes del cristianismo. No hay mártires
en la historia de la filosofía: "Nadie -escribe San Justino- creyó en Sócrates
hasta el extremo de dar la vida por su doctrina" (II Apología 10). Tampoco el
paganismo tuvo mártires. Nunca hubo nadie que, con sufrimientos y muerte
voluntariamente aceptados, diera testimonio de la verdad de las religiones
paganas. Los cultos paganos, a lo más, produjeron fanáticos, como los galos, que
se hacían incisiones en los brazos y hasta se mutilaban lamentablemente en honor
de Cibeles. El entusiasmo religioso pudo llevar en ocasiones al suicidio, como
entre aquellos de la India que, buscando ser aplastados por su ídolo, se
arrojaban bajo las ruedas de su carro. Pero éstos y otros arrebatos religiosos
salvajes nada tienen que ver con la afirmación inquebrantable, reflexiva,
razonada de un hecho o de una doctrina.
1.2 El martirio, sin duda, quedó ya esbozado en la antigua Alianza, en figuras
admirables, como las de los tres jóvenes castigados en Babilonia a la hoguera,
Daniel en el foso de los leones, los siete hermanos Macabeos, inmolados con su
madre... Pero el judío se dejaba matar antes que romper su fidelidad a la
religión que era privilegio de su raza, mientras que el cristiano acepta morir
para probar la divinidad de una religión que debe llegar a ser la de todos los
hombres y todos los pueblos.
1.3 Y ése es, precisamente, el significado de la palabra mártir: testigo, que
afirma un testimonio de máxima certeza, dando su propia vida por aquello que
afirma. La palabra misma, con toda la fuerza de su significación, no se halla
antes del cristianismo; tampoco en el Antiguo Testamento. Es preciso llegar a
Jesucristo para encontrar el pensamiento, la voluntad declarada de hacer de los
hombres testigos y como fiadores de una religión.
1.4 "Vosotros -dijo Jesús- seréis testigos (mártires) de estas cosas" (Lc
24,48). Más aún: "Vosotros seréis mis testigos en Jerusalén, Judea y Samaría,
hasta los últimos confines de la tierra" (Hch 1,8). Y los Apóstoles aceptan esta
misión con todas sus consecuencias.
1.5 Así San Pedro, para sustituir a Judas, el traidor, declara: "Es necesario
que entre los hombres que nos han acompañado todo el tiempo que el Señor Jesús
vivió con nosotros... haya uno que con nosotros sea testigo de la resurrección"
(Hch 1,22). Y en su primer discurso después de Pentecostés: "Dios ha resucitado
a Jesucristo, y de ello somos testigos todos nosotros" (2,32). Y con Juan, ante
el Sanedrín: "Nosotros somos testigos de estas cosas... y con nosotros el
Espíritu Santo que Dios ha dado a todos aquellos que le obedecen" (5,32.41).
Otra vez, después de azotados, salen del Consejo "felices de haber sido hallados
dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús" (5,41). Y al fin de su vida,
escribiendo a las iglesias de Asia, Pedro persiste en el mismo lenguaje: "Yo
exhorto a los ancianos que hay entre vosotros, yo que también soy anciano y
testigo de los padecimientos de Cristo"... (1Pe 5,1).
1.6 Así pues, el significado primero de la palabra mártir es el de testigos
oculares de la vida, de la muerte y de la resurrección de Cristo, encargados de
afirmar ante el mundo estos hechos con su palabra. Desde el primer día este
testimonio se dio en el sufrimiento y, como hemos visto, en la alegría de
padecer por Cristo. Enseguida, después de estas primeras pruebas, vino el
sacrificio de la misma vida, como testimonio supremo de la palabra.
1.7 Ya Jesucristo lo había predicho a los Apóstoles: "Seréis entregados a los
tribunales, y azotados con varas en las sinagogas, y compareceréis ante los
gobernadores y reyes por mi causa, y así seréis mis testigos en medio de ellos"
(Mc 13,9; +Mt 10,17-18; Lc 21,12-13).
1.8 Al mismo tiempo, les asegura su asistencia: "Cuando os hagan comparecer ante
los jueces, no os preocupéis de lo que habréis de decir, sino decid lo que en
aquel momento os será dado, porque no sois vosotros los que tenéis que hablar,
sino el Espíritu Santo... El hermano entregará a su hermano a la muerte, y el
padre al hijo; los hijos se levantarán contra sus padres y los harán morir; y
vosotros seréis odiados por todos a causa de mi nombre. Pero el que persevere
hasta el fin se salvará" (Mc 13,11-13; +Mt 10,19-20; Lc 12,11-12; 16-17).
1.9 Cuando los cristianos pudieron comprender por los acontecimientos la fuerza
de estas palabras de su Maestro, se consideró la muerte gloriosa de sus más
antiguos y fieles discípulos como el coronamiento de su testimonio. Desde
entonces, muerte y testimonio quedaron entre sí definitivamente asociados.
1.10 Antes, pues, de finalizar la edad apostólica, la palabra mártir adquiere ya
su significado preciso y claro, y se aplicará a aquel que no solo de palabra,
sino también con su sangre, ha confesado a Jesucristo.
1.11 Pero ya en ese mismo tiempo se extiende también su significado a quienes
podrían decirse testigos de segundo grado, a aquellos "bienaventurados que
creyeron sin haber visto" (Jn 20,29), y que, habiendo creído así, testificaron
su fe con su sangre.
1.12 San Juan, concretamente, a fines del siglo I, emplea la palabra mártir en
dos ocasiones con este sentido. En el mensaje que dirige a la iglesia de
Pérgamo, hablando en el nombre del Señor, menciona a "Antipas, mi fiel testigo,
que ha sido entregado a la muerte entre vosotros, allí donde Satanás habita" (Ap
2,13). Alude a un cristiano martirizado por los paganos en tiempos de Nerón. Y
en otro pasaje, cuando se alza ante el apóstol vidente el quinto sello del libro
misterioso, alcanza a ver "debajo del altar las almas de los que habían sido
muertos por causa de la palabra de Dios y del testimonio que habían dado" (6,9).
1.13 Y no será la primera generación cristiana de creyentes la única en dar este
testimonio. La historia de los mártires no había hecho entonces sino comenzar.
2. Relación entre predicación del Evangelio y martirio
2.1 Durante tres siglos esta historia continuará en las regiones
sometidas al Imperio Romano. Más aún, cuando a comienzos del siglo IV un
emperador [Constantino] establezca la paz religiosa, no habrá terminado con eso
para el cristianismo la era sangrienta. Otras regiones, otros pueblos "sentados
a la sombra de la muerte" (Lc 1,79), ofrecerán cada día nuevos campos para el
apostolado y el martirio. Los Anales de la Propagación de la Fe serán
continuación natural de las Actas de los Mártires.
2.2 Pero cuando éstas se cierran, en tiempos de Constantino, el cristianismo ha
conquistado ya pacíficamente toda la cuenca del Mediterráneo gobernada por el
espíritu de Grecia y por las leyes de Roma. Mientras tanto, la sangre de los
mártires no habrá sido derramada ocasionalmente o gota a gota: habrá corrido en
torrentes durante persecuciones numerosas, metódicas, encarnizadas. El edicto de
paz fue, pues, la confesión solemne de la impotencia de la soberanía pagana
contra el cristianismo. La historia de los mártires, del siglo I al IV, forma,
por tanto, un todo completo y suficiente, fecundo en conclusiones, y que será el
objeto de nuestro estudio.
2.3 El martirio siguió naturalmente la ruta del cristianismo. Sólo hubo mártires
allí donde habían llegado los misioneros. Por eso, antes de presentar a los
cristianos que murieron por su fe, es preciso conocer cuáles eran las regiones
donde había cristianos. Una rápida mirada a la historia de la Iglesia primitiva
nos muestra mártires en casi todas las regiones. Parece como si el cristianismo
se hubiera extendido por todo el mundo de repente. Y esta impresión es
verdadera, al menos en parte; pero hay que precisarla más.
2.4 Para conocer bien la historia de los mártires es preciso, pues, señalar
primero las etapas de las misiones. El mismo Señor nos sugiere este método,
cuando antes de anunciar las persecuciones, asegura que "es necesario primero
que el Evangelio sea predicado a todas las naciones" (Mc 13,10). Porque entre
predicación y martirio hay relación de causa y efecto.