V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 6, 1-8;

Sal 137;

1Co 15, 1-11;

Lc 5, 1-11

Estaba él a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes.
Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: "Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar." Simón le respondió: "Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes." Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador." Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: "No temas. Desde ahora serás pescador de hombres." Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.


Lc 5, 1-11

En este domingo las lecturas van por la línea de la elección. A Isaías, se le ha seleccionado esta vez, de entre los llamados del Antiguo Testamento, para prepararnos a interpretar la llamada de los apóstoles. El Todo Santo le llama. El llamado tiene miedo. Como tantos otros del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, y de nuestro tiempo. La misión que encomienda Dios a los que llama no suele ser fácil. El encontrarse con el Dios que te elige para enviarte a un mundo hostil, no es algo que deja indiferente. Además, todos nos sentimos débiles y pecadores.
El profeta Isaías responde que sí: «... aquí estoy, mándame...». Como tantos que a lo largo de los siglos han dicho y siguen diciendo sí a Dios, para colaborar con Él en la salvación de la humanidad. Jesús es el que más ejemplarmente ha dicho «si» a la voluntad de Dios y ha cumplido su vocación hasta las últimas consecuencias, superando toda clase de tentaciones, como el sí de María que expresa la aceptación total al plan de Dios.

Los apóstoles, como el profeta Isaías, se sienten pecadores y débiles. Pedro lo dice como portavoz de todos. Y además, se sienten fracasados: no han pescado nada en toda la noche. Sin embargo, la vocación que viene de Dios siempre comporta su ayuda y su fuerza. En nombre de Jesús sí tienen éxito: el lago parecía vacío, pero resulta que estaba lleno. Cristo no se sirve para continuar y visualizar su obra sólo de ángeles o de santos: busca a personas concretas: débiles, pecadoras. Pero dispuestas a seguirle con generosidad y a entregar sus energías y sus años como don para los demás. Gracias a esos apóstoles: hombres y mujeres, de siempre y de hoy, jóvenes o mayores, que creen en El y que dan testimonio de Él, la Buena Noticia llega a muchos otros.

Cada uno de nosotros en su ambiente, nos debemos sentir llamados en razón del Bautismo. No sólo para «salvarnos» nosotros mismo, sino para ayudar a otros a conocer a Cristo, que es conocer la verdad, gozarse en la salvación de Dios y acogerla. Eso no se refiere sólo a la vocación sacerdotal o para la vida religiosa. Todo cristiano es testigo de Cristo en este mundo, para con las personas que están bajo su círculo de relación: un niño puede ayudar a sus compañeros, una joven puede ejercitar una influencia benéfica y constructiva en su ámbito de amistad y de trabajo, los hijos para con los padres, y los padres para con los hijos, pueden ser testigos elocuentes de fidelidad y autenticidad humana y cristiana. Los varios servicios y ministerios en una parroquia o comunidad son una vocación para ayudar a los demás.
Con actitud de humildad y de generosidad, la reacción debería ser la de Isaías: «...aquí estoy, mándame...»: y la de Pedro: «...soy un pecador...»; y la de los discípulos: «...dejaron todo y le siguieron...». Cristo seguirá manteniendo su llamada, asegurándonos su ayuda: «...no temas, desde ahora serás pescador de hombres...». La pesca puede ser que llegue a prodigiosa. También en un mundo que no parece tener muchos oídos para el anuncio de la salvación de Cristo.

En la Eucaristía tenemos ante todo la experiencia del encuentro con Cristo, que se nos da ya en su Palabra, lo que nos hace cantar, y decir como en la visión del profeta Isaías: «Santo» de admiración y alabanza. Pero también nos deberemos sentir todos «enviados» desde la Eucaristía: a dar testimonio, o sea, a mostrar con nuestro estilo de vida, cuál es nuestra fe y dónde radica nuestra salvación y la del mundo entero. Como dice la Constitución Dogmática Lumen gentium: «La Iglesia nace de la Eucaristía y se orienta hacia la Eucaristía».

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú