II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 62,1-5; 1 Co 12, 4-11; Jn 2,1-11


Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: "No tienen vino." Jesús le responde: "¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora." Dice su madre a los sirvientes: "Haced lo que él os diga." Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: "Llenad las tinajas de agua." Y las llenaron hasta arriba. "Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala." Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: "Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora." Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos.

Jn 2,1-11

El domingo pasado celebramos la Solemnidad de la Epifanía del Señor, Cristo que se manifiesta a la humanidad, y otra Fiesta que hemos celebrado luego ha sido: el Bautismo del Señor, que nos ha recordado nuestro propio bautismo. Así hemos dado inicio al Año Litúrgico, donde hemos celebrado y profundizado en este misterio de la Encarnación que será hasta el final de los tiempos y hasta el final de nuestra vida personal, o sea nuestro peregrinaje por este mundo.
Así comenzamos otro tiempo litúrgico que llamamos Tiempo Ordinario para diferenciarlo de otras etapas o Tiempo Extraordinario, donde revivimos y actualizamos los tres grandes misterios de nuestra fe: el primero es el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, (la Navidad). Este misterio de la Encarnación anuncia y nos prepara al segundo gran misterio, que es la cumbre de la vida cristiana, y nos llena de esperanza en el triunfo definitivo para toda la humanidad: el misterio de la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Con Él, nosotros resucitaremos; así se completa este tiempo extraordinario de celebraciones: el gran misterio de la Pascua de Resurrección, el tercer misterio, que le llamamos de Pentecostés o venida de la “plenitud del amor de Dios” o Espíritu Santo: Señor y Dador de Vida.

Encarnación, Pascua y Pentecostés constituyen esas tres etapas o tiempos extraordinarios, que celebramos en 18 semanas a través del año calendario. Hoy comenzamos el Tiempo Ordinario. Celebraremos solamente 7 domingos de los 34 que forman el Tiempo Ordinario, porque será interrumpido ese ritmo por la preparación (Cuaresma- 40 días) para celebrar el misterio de Pascua o Resurrección de Jesucristo. Estos siete primeros domingos forman una unidad catequética. Hay una lógica en la relación de las enseñanzas de cada domingo, trasmitiéndonos una revelación sorprendente para vivir de verdad la vida cristiana, el verdadero cristianismo, sin máscaras, a lo cual debemos estar atentos para exponerlo con mucho arte en las homilías.

Como telón de fondo está la revelación de la Encarnación. Que antes de la creación del mundo, Dios nos eligió en la persona de Cristo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos. Dios, pues, “nos quiere con locura”, por eso se encarna, como medio privilegiado para que seamos hijos por adopción. En este segundo domingo se nos manifiesta ese amor que Dios nos tiene, empleando el lenguaje y la realidad humana más conocida por los seres humanos para expresar el amor: los desposorios y el matrimonio. Dios se quiere casar con la Humanidad, con cada uno de nosotros: “Ya no te llamarán “Abandonada”. “Tu tierra tendrá marido”. “Así se desposa contigo el que te construyó”. En las bodas de Caná, Cristo se convierte en el protagonista de la boda, Él se casa con los comensales a los que invita, y María, la Madrina de la boda, nos invita a seguirle: «...Haced lo que él os diga...». ¿Será posible que Dios esté enamorado de la humanidad, de ti y de mí? Apenas se ha encarnado, se ha hecho niño, se ha hecho humano, ya quiere llevar adelante este misterio de encarnación hasta la unión y transformación perfecta del ser humano. Nos quiere divinizar, en la medida en que nosotros le hacemos sitio en nuestro corazón, para irse él también humanizando en nosotros. El Emmanuel, Dios con nosotros. Y la unión más perfecta que conocen todas las culturas y todos los pueblos del mundo es la realidad del matrimonio y en ese lenguaje nos habla y se nos revela, y se nos declara, como es: El Señor de la Vida.

El profeta Isaías en la primera lectura nos presenta el símbolo de las Boda de Dios-Yahvé y Jerusalén, que es la representación del pueblo de Israel, es decir, las bodas de Dios con su pueblo, que somos a su vez, cada uno de nosotros. Quiere expresar de alguna manera, con el lenguaje de esponsales y de bodas, una realidad de convivencia y de don mutuo entre el amor de Dios, enamorado y prometiéndose en matrimonio a la humanidad, y a cada uno de nosotros. ¿Por qué Dios nos quiere tanto? ¿Por qué nos aprecia tanto? «... ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?...».

¿No te parece extraordinario saber hoy, que Dios nos brinda su amor fiel, sincero y verdadero para siempre, aunque rompas la alianza? ¿Qué Dios se nos ofrece en esponsales a pesar de nuestras infidelidades, pecados y abandonos? Para esa unión, en que formaremos con él, como los esposos, una sola vida, nos adorna y nos engalana con toda clase de dones, como nos lo ha recordado San Pablo en la segunda lectura.

El Evangelio de hoy no solamente nos confirma este deseo de esponsales, sino que nos dice que ya ha llegado el momento de las realidades. Con el milagro o signo de aquella boda, en Caná de Galilea, en que trasformó el agua en vino, dio comienzo Jesús, estas señales elocuentes, nos ha dicho el evangelio: «...Y manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos...». Esto ocurre en el marco y ambiente de unas bodas. El vino empieza a escasear ¿Se acabará la fiesta?. Jesús convierte lo ordinario y ritual, como el agua, en algo extraordinario y de valor, como es el vino. Jesucristo acaba, siendo en el relato, el protagonista de la boda. El novio queda desdibujado, porque el verdadero novio es Él. Los invitados son los favorecidos como una novia. La madrina es María. Nos lleva a los esponsales, diciéndonos: «...Haced lo que él os diga...». Así anuncia la llegada de los tiempos mesiánicos, que se profetizaban bajo la forma de un banquete de bodas, donde la abundancia, riqueza y prodigalidad de bienes era la característica de que habían llegado los nuevos tiempos. Sus discípulos creyeron en Él, porque se manifestó como el verdadero esposo que da el vino nuevo, para que la fiesta no acabe nunca. Es el vino de su sangre, cáliz de la nueva alianza, de los nuevos esponsales: «...quien bebe mi sangre tendrá vida eterna...».
 
Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú