IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Jr 1, 4-5. 17-19; Sal 70; 1 Co 12, 31; 13, 1-13; Lc 4, 21-30


Comenzó, pues, a decirles: "Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy." Y todos daban testimonio de él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es éste el hijo de José?" El les dijo: "Seguramente me vais a decir el refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu patria." Y añadió: "En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria." "Os digo de verdad: Muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a «una mujer viuda de Sarepta de Sidón». Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio." Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó.

Lc 4, 21-30

El mensaje y catequesis de la Palabra de Dios de este domingo es la conclusión lógica de las dos enseñanzas clave de los domingos pasados: las bodas de Caná y, del tercer domingo donde San Lucas nos decía que Cristo con su venida, inicia el tiempo de las realidades cumplidas: «...Hoy se cumple este pasaje de la escritura que acabáis de escuchar...».

El tema de las lecturas de este domingo es el profetismo. El profetismo es una visión del presente, que encuentra su sentido en el futuro. Entra, pues, dentro del dinamismo de la vida y de la historia. El pasado influye, pero no cuenta. El profetismo anuncia y denuncia. Anuncia el futuro. Denuncia el presente que es obstáculo o barrera para ese futuro utópico, pero real, de dicha, de gozo, de justicia, de paz y de amor. El profetismo nos hace vivir todo ese futuro en la esperanza. A este profetismo estamos todos llamados, predestinados desde antes de nuestro nacimiento, como Jeremías: «...antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré. Te nombré profeta de los gentiles. Tú cíñete de fortaleza, ponte en pie y diles lo que yo te mando...».

Dios necesitó profetas para anunciar el futuro al pueblo de Israel, pueblo sin futuro, siempre vencido, siempre esclavo en aquel entonces. Y la situación de desastre y derrota de ese pueblo, es la imagen y el anuncio de lo que a cada uno de nosotros nos sucede y a la misma sociedad en que vivimos. Dios, pues, necesitó un pueblo, Israel, depositario de la revelación de Dios a la humanidad, para que este pueblo fuera profeta, educador, maestro, guía de una humanidad que caminaba en tinieblas y en sombras de muerte. Ese fue, pues, el pueblo de Israel y esa su misión profética.

El profeta es objeto de críticas desde dentro y desde fuera. San Pablo sufrió las afrentas tanto de parte de los paganos, como de parte de los «falsos hermanos». Jesucristo también fue rechazado por sus propios compatriotas: «...Se pusieron furiosos..., y levantándose lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo...». Aquellas gentes se quedaron con sus conocimientos precisos: «...¿No es éste el hijo de José?...», Pero se quedaron sin el Hijo de Dios, el Salvador, se quedaron sin el Mesías que estaban esperando. Hoy somos nosotros, la Iglesia, a quien Dios confía esta tarea de profetizar, de abrir caminos de esperanza, destruyendo las barreras de injusticias, de egoísmos, de odios, de esta sociedad laicista y secularizada que mata nuestros sueños de futuro, que adormece y entibia nuestra esperanza con las recetas del hedonismo y de la permisividad.

El pasaje que proclamamos hoy es duro, severo, y se comprende que suscitara la cólera de los judíos. Es, en efecto, la condenación de un pueblo que fue escogido pero que no aceptó al profeta Jesús. Por eso, todo cuanto Cristo realiza lo hace para los que no son judíos. El, como Elías, no se detiene en las necesidades de Israel, que no le acepta; se dirige a los pueblos gentiles. Si Jesús es enviado a salvar, la salvación no va destinada exclusivamente a los judíos sino al mundo entero. Lo que le determina a Jesús a dirigirse a los gentiles no es sólo el rechazo del que le hacen objeto los judíos, sino el que su misión misma consiste en anunciar la salvación a toda carne (Hech 2, 17). El drama recordado aquí es fundamental en la historia de la Iglesia. San Lucas reflexiona, en otro lugar, sobre la misión de la Iglesia y sobre su propia misión. Ha sido necesario, sin abandonarle a sí mismo, desprenderse del ambiente judío y apartarse de las concepciones nacionales para universalizarse, en la medida en que entonces se conocían los confines del mundo. Era preciso que la Iglesia se dirigiera a todos. Este era el problema de San Pablo y este mismo es el problema de Lucas. La Iglesia no debe recluirse entre los límites del pueblo judío que, por otra parte, no presta oídos; el profeta es enviado al mundo.

Estas palabras evangélicas tienen hoy mismo una importancia tan grande, que nunca se subrayará demasiado. Abrirse a todos, no sujetar el mensaje universal a grupos restringidos, sino anunciar por todas partes la palabra de la Buena Noticia, anunciarla en todos los sitios desligándola de lo que una cultura determinada tuvo que utilizar para hacerla comprender en lo esencial. Esto es lo que quiere recordarnos hoy el Señor. Si nos cerramos a esta perspectiva, podría ocurrir que se diera la salvación a los demás, y que la gracia del Señor no nos alcanzara a nosotros.

Sería conveniente que el cristiano se preguntara acerca de su papel profético: ¿Cómo lo concibe? ¿De qué manera lo vive?, ¿Se siente profeta cuando no está de acuerdo con las directrices de vida propuestas por la Iglesia?. El criterio del verdadero profeta será siempre su acuerdo de fondo con la Iglesia, aunque él tenga que sufrir y que someterse a lo que le resulte personalmente difícil de aceptar. Su papel habrá sido suscitar reflexiones, revisiones relativas a las personas y a las instituciones, que frecuentemente están en un clima demasiado apegado a lo que se considera tradición y que, en ocasiones, no es sino facilidad. Es normal, pues, que el profeta no sea bien recibido. Sin embargo, esto constituye la prueba que debe autentificarle. Cuando Santa Catalina de Siena dirigía sus duros reproches al Papa, actuaba como profeta. Decía lo que debía decir; lo hacía en términos duros, precisos, sin disimular nada, pero con la profunda caridad de quien desea curar y no herir.

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú