I Domingo de Adviento, Ciclo C.

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Jr 33, 14-16; Sal 24; 1 Ts 3, 12-13; 4, 1-2; Lc 21, 25-28. 34-36


Habrá en efecto señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de la gente, trastornada por el estruendo del mar y de las olas. Los hombres se quedarán sin aliento por el terror y la ansiedad ante las cosas que se abatirán sobre el mundo, porque las fuerzas de los cielos se tambalearán. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación. Cuidad que no se emboten vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad. en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza, logréis escapar y podáis manteneros en pie delante del Hijo del hombre.

Lc 21, 25-28. 34-36


Con el primer Domingo de Adviento comienza el nuevo año litúrgico, es decir un nuevo ciclo de celebraciones, llamado también propio del tiempo, a través del cual domingo tras domingo, y semana tras semana, se actualiza la obra de salvación de Cristo en el tiempo, entregándose a su Esposa la Iglesia. En este nuevo año el guía será el evangelista Lucas dentro del Ciclo C del leccionario. Es necesario pues, preparar adecuadamente el ambiente de la celebración, creando un clima de fiesta, de gloria comunitaria y de gratuidad. La liturgia del Adviento desarrolla una auténtica espiritualidad, centrada en la venida del Señor y su espera vigilante.
En la primera lectura, el profeta clama: «... el Señor, es nuestra justicia...», expresando así el anhelo por el cumplimiento de la promesa de Salvación que Dios hace a Israel. Nos anuncia la llegada de un vástago legítimo que «…hará justicia…», un descendiente de David que gobernará tal como Dios quiere, con justicia y bondad. Y esta justicia divina de la alianza no se mide según el concepto de la justicia humana. La justicia de Dios se identifica más bien con la rectitud de toda acción salvífica de Dios, que a su vez se identifica con su fidelidad a la alianza pactada. Por eso, esta lectura renueva nuestra esperanza que se funda en la fe en el Resucitado, vencedor del mal y de la muerte. Una esperanza que año tras año vamos consolidando con una fidelidad que nos prepara para el encuentro con el Señor, que un día realizará todo aquello que ahora es un anhelo profundo de nuestros corazones. Esta es la gran esperanza del cristiano.

A través de la lectura del evangelio de la presente semana, la Escritura nos dice constantemente que con la Encarnación de Cristo comienza la etapa final; Dios pronuncia su última palabra; sólo queda esperar a que los hombres quieran escucharla o no: «...para que muchos caigan y se levanten...» (Lc 2, 34). La Palabra encarnada de Dios puede ser causa de crisis o división, pero viene para la salvación del mundo. Lo que consideramos como un intervalo de tiempo entre Navidad y el juicio final no es más que el plazo que se nos da para la decisión. Algunos dirán sí, pero «…el que me rechaza y no acepta mis palabras ya tiene quien lo juzgue: el mensaje que he comunicado, ése lo juzgará el último día...» (Jn 12, 47 ss). El Señor vino al mundo no para traer paz sino espada. Navidad no es la fiesta de la lindura que la sociedad nos quiere presentar, Navidad es la fiesta del amor de Dios, que demostrará su superpotencia con la muerte y encarnación del Hijo. En este tiempo de nuestra prueba, por ello, hemos de estar: «... siempre despiertos, vigilantes, y en oración...».

Por eso la vida cristiana, según nos dice la segunda lectura, será una vida dócil a las exhortaciones de la Iglesia: «... santos e irreprensibles cuando nuestro Señor vuelva...», una existencia en la espera del Señor que ha de venir. Se menciona el mandamiento del amor, un amor que ha de extenderse a todos, cristianos o no, porque la Iglesia debe brillar más allá de sus propias fronteras, llevando un único mensaje que pueda llegar al fondo del corazón de los hombres y convencerlos. Para ello se necesita una “fortaleza interior” que debemos pedir a Dios, porque solamente esa fortaleza nos ayudará a mantener un amor verdaderamente cristiano que no se pierda o diluya en un humanismo vago. El apóstol Pablo pide, a través de su exhortación a los tesalonicenses, no quedarse en el conformismo sino avanzar cada día más en el camino de la vida cristiana, para que así el día que comparezcamos ante el tribunal de Cristo, nuestra santidad sea tan “irreprensible” que nos permita asociarnos a la multitud de sus santos (de su “pueblo santo”), que vendrá y nos juzgará con él. El PAPA BENEDICTO XVI, en un encuentro del 6 de noviembre, dijo concretamente a los fieles congregados: «sólo el seguimiento de Cristo lleva al hombre a hacer la voluntad de Dios, y en la voluntad de Dios el hombre se santifica en el amor a los hermanos».

 

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú