XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Sab 11, 22-12, 2; Sal 144; 2Ts 1, 11-2, 2; Lc 19, 1-10


Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: "Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa." Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: "Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador." Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: "Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo." Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido."

Lc 19, 1-10

La semana pasada, el publicano de rodillas pedía a Dios que tenga misericordia de él, el presente domingo este publicano, en sentido bíblico, tiene un rostro y un nombre propio: Zaqueo. A través de este personaje Dios quiere manifestarse en nuestra vida, haciéndonos ver que Él responde particularmente a la vida y realidad en que se encuentra cada hombre, es por ello que la segunda lectura nos dice «...Dios corrige poco a poco a los pecadores…», porque el Señor no es solamente quien vendrá hacia nosotros en un tiempo que no conocemos «... como un ladrón en medio de la noche...», sino que Él nos acompaña constantemente en nuestro camino liberándonos de todo miedo o soledad que pueda suscitarse entre nosotros por causa del pecado.

El evangelio de San Lucas nos presenta el encuentro de Jesús con Zaqueo, mostrándonos que lo que ocurre entre Jesús y el "jefe de publicanos" es manifestación de la misericordia de Dios con sus hijos. El relato parece presentar el encuentro como un hecho casual, Jesús entra en Jericó y lo recorre acompañado por la muchedumbre, Zaqueo -aparentemente impulsado sólo por la curiosidad- se encarama sobre el sicómoro. Esto nos lleva a descubrir que muchas veces, el encuentro de Dios con el hombre tiene también la apariencia de la casualidad, pero el hombre de fe sabe que nada es casual por parte de Dios. Éste es el caso de Zaqueo, si en un determinado momento no se hubiera producido la «sorpresa» de la mirada de Cristo, quizás hubiera permanecido como un espectador mudo de su paso por las calles de Jericó. Jesús habría pasado al lado, pero no dentro de su vida.

Él mismo no sospechaba que la curiosidad, que lo llevó a un gesto tan singular, era ya fruto de una misericordia previa, que lo atraía y pronto le transformaría en lo íntimo de su corazón: «…cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: "Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa"…».
San Agustín comentando este pasaje de Zaqueo dice: «… El Señor, que había recibido a Zaqueo en su corazón se dignó ser recibido en casa de él. Le dice: Zaqueo, apresúrate a bajar, pues conviene que yo me quede en tu casa. Gran dicha consideraba él ver a Cristo. Quien tenía por grande e inefable dicha el verle pasar, mereció inmediatamente tenerle en casa. Se infunde la gracia, actúa la fe por medio del amor, se recibe en casa a Cristo, que habitaba ya en el corazón…» (Sermón 174, 5). Siguiendo el camino que el Padre le ha señalado, Jesús ha encontrado a Zaqueo y se detiene ante él como si fuera un encuentro previsto desde el principio. Para nosotros es imposible valorar cuánto haya penetrado la mirada de Cristo en el alma del publicano, oír que le llamaban por su nombre, un nombre que estaba cargado de desprecio, ahora él lo oye pronunciado con una ternura, que no sólo expresaba confianza sino también familiaridad y un deseo apremiante de ganarse su amistad. Jesús habla a Zaqueo como a un amigo y entra así con la fuerza del afecto en la vida y en la casa del amigo encontrado de nuevo. Dentro de este texto hay un elemento interior, que Jesús expresa y que es la revelación definitiva de la misericordia de Dios, cuando dice: «…debo quedarme en tu casa…».

Así la casa de este pecador se convierte, a pesar de tantas murmuraciones, en un lugar de revelación, en el escenario donde se manifiesta la misericordia del Padre. Zaqueo «…lo acogió con alegría…» es decir, abrió generosamente la puerta de su casa y de su corazón al encuentro con el Salvador, pero esto no sucedería si antes no liberaba su corazón de los lazos del egoísmo y de las ataduras de la injusticia cometida. Por eso como la misericordia ya le ha llegado, le ha precedido de manera gratuita, ésta misericordia le impulsa hacia el camino de la conversión. El Siervo de Dios Papa Juan Pablo II explicando este texto evangélico nos dice: «… Cristo, «la luz del mundo» llevó su luz a la casa de Zaqueo y especialmente a su corazón. Gracias a la cercanía de Jesús, a sus palabras y a su enseñanza, comienza a realizarse la transformación del corazón de ese hombre. Ya en el umbral de su casa, Zaqueo declara: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo».Vemos cómo Cristo disipa las tinieblas de la conciencia humana. A su luz se ensanchan los horizontes de la existencia: la persona comienza a darse cuenta de los demás hombres y de sus necesidades. Nace el sentido de la relación con los demás, la conciencia de la dimensión social del hombre y, en consecuencia, el sentido de la justicia….» (Homilía en Elk, martes 8 de junio 1999).

Zaqueo se desprende de sus bienes por el encuentro que tuvo con Cristo, un encuentro que genera en él una renovación o transformación de su vida, que se origina por acción de la Gracia de Dios, que le mueve hacia la fuente de la vida. Pues, Dios ha puesto en el corazón de cada hombre el anhelo de buscar e ir tras la verdad y poseerla.
El Papa Benedicto XVI nos dice: «… la referencia al valor moral del culto espiritual no se ha de interpretar en clave moralista. Es ante todo el gozoso descubrimiento del dinamismo del amor en el corazón que acoge el don del Señor, se abandona a Él y encuentra la verdadera libertad. La transformación moral que comporta el nuevo culto instituido por Cristo, es una tensión y un deseo cordial de corresponder al amor del Señor con todo el propio ser, a pesar de la conciencia de la propia fragilidad. Todo esto está bien reflejado en el relato evangélico de Zaqueo (cf. Lc 19,1-10). Después de haber hospedado a Jesús en su casa, el publicano se ve completamente transformado: decide dar la mitad de sus bienes a los pobres y devuelve cuatro veces más a quienes había robado. El impulso moral, que nace de acoger a Jesús en nuestra vida, brota de la gratitud por haber experimentado la inmerecida cercanía del Señor. (Sacramentum Caritatis n.82)

En la narración evangélica parece que es Zaqueo quien intenta encontrar a Jesús, pero de hecho, es Jesús quien quiere hacerse el encontradizo con ese hombre rico y pequeño encaramado al árbol, el prototipo del hombre amado y buscado por Jesús: el hombre que andaba perdido pero que escucha una llamada que transforma su vida. Nuevamente el Papa Benedicto XVI dice: «…en más de una ocasión, los Evangelios mencionan conjuntamente a los «publicanos y pecadores» (Mt 9, 10; Lc 15, 1), a los «publicanos y prostitutas» (Mt 21, 31). Además, ven en los publicanos un ejemplo de avaricia (Mt 5, 46: sólo aman a los que les aman) y mencionan a uno de ellos, Zaqueo, como «jefe de publicanos, y rico» (Lc 19, 2), mientras la opinión popular les asociaba a «hombres rapaces, injustos, adúlteros» (Lc 18, 11). Ante estas referencias, hay un dato que salta a la vista: Jesús no excluye a nadie de su amistad…» (Audiencia General, 31 de agosto de 2006).

Porque Dios en Cristo, ha venido a salvar, a rescatar, lo que estaba perdido, ha salido como el padre de la parábola del hijo pródigo a buscar al hombre. Por eso muchas veces en los evangelios vemos a Cristo de camino, porque ha salido a darnos el alcance por los caminos en que estábamos; para salvarnos y llevarnos hacia Él, que es el verdadero camino que lleva al Padre.

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú