II Domingo de Pascua, Ciclo C

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Hch 5, 12-16; Sal 117; Ap 1, 9-13. 17-19; Jn 20, 19-31

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz con vosotros." Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: "La paz con vosotros. Como el Padre me envío, también yo os envío." Dicho esto, sopló y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos."

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré." Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: "La paz con vosotros." Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente." Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío." Dícele Jesús: "Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído."
Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.



Jn 20, 19-31


En este domingo y durante todos los domingos del tiempo pascual, iluminados por la luz Pascual, la Iglesia nos invita e introduce a vivir con la mirada puesta en el Señor resucitado, a vivir este acontecimiento apoyados en los relatos de fe del evangelista Juan, y esto de manera particular, durante los próximos cincuenta días. Este gozo del acontecimiento pascual ha introducido a toda la humanidad en la eternidad. Pues, así como Cristo ha retornado al Padre a través de su misterio pascual, nosotros retornamos al Padre por medio del Hijo, o sea, por el perdón de nuestros pecados y reconciliados con el Padre somos conducidos de regreso a la Casa Paterna como el hijo pródigo; emprendemos el camino de retorno hacia las moradas del Padre de la Misericordia por medio del Hijo, en quien se ha manifestado la misericordia que nos reconcilia y nos salva.

La Pascua no es solamente el renacimiento de Cristo del seno de la muerte; es también el nacimiento de la comunidad cristiana. Las lecturas de los Hechos de los Apóstoles nos servirán de guía para que esta Pascua reviva en nuestra comunidad como un auténtico resurgir de la vida nueva de Cristo, no sólo en lo que dice, sino sobre todo en lo que piensa, siente y hace. Por ello la presencia de Cristo resucitado y el surgimiento de la comunidad cristiana son los temas centrales de las reflexiones del tiempo pascual.

En la primera línea el evangelio nos dice:«...el día primero de la semana...», o sea el domingo de pascua, los apóstoles se habían reunido a puertas cerradas, prisioneros del miedo. Ha comenzado una nueva semana en la historia de la humanidad y estamos en su primer día: el día del Señor. Tal es el sentido del domingo: un día distinto de los demás porque significa el comienzo, el génesis de algo nuevo y distinto. Sin embargo, la tónica de esa gente es el miedo. Los apóstoles están aterrorizados por la muerte. Y el miedo los tiene paralizados. Ahora forman un grupo que se ha reunido para encerrarse y aislarse de los demás hombres. Es una comunidad cerrada, están unidos, pero por la muerte. Mutuamente se consuelan por el fracaso de sus ilusiones y esperanzas. Y miran su futuro: estar entre los hombres como si no estuvieran, no llamar la atención, no establecer relaciones con nadie. La comunidad se ha vuelto ahora la tumba de todo aquello en lo que habían esperado. Entonces, en medio del temor y la duda, hace su entrada Jesús. Viene a llenar el vacío de la muerte y entra precisamente para abrir las puertas y ventanas cerradas de la casa que se dice suya. Su saludo es todo un proyecto de vida: «Paz a vosotros» El antiquísimo saludo Shalom, que a partir de ahora tiene un nuevo sentido: la paz de la vida debe suplantar a la paz de la muerte. La paz de la vida es la alegría de reconstruir nuestra existencia desde sus mismos cimientos. Es la paz del que se mueve, se inquieta y sale de sí mismo. Es la paz de la esperanza y de las puertas abiertas. Por eso dice el texto evangélico que «...se llenaron de alegría al ver al Señor...».

Así la Pascua, o sea la presencia de Cristo resucitado, hace nacer a la comunidad cristiana. Sin Pascua no hay comunidad cristiana, aunque haya ritos, oraciones, santas reglas y hasta el mismo lugar común. En esto se diferencia la comunidad cristiana de las demás comunidades: su centro de unión es la vida de la Pascua, o sea la esperanza de nacer siempre de nuevo. De ahí el sentido del domingo y de la eucaristía dominical: la comunidad afirma su esperanza como si todo el largo pasado fuese un ayer muerto, como si el futuro fuese su única vida. «...Quien mira atrás no es apto para el Reino de Dios...», dijo Jesús. Ahora lo comprendemos mejor: quien no muere cada día a su pasado para convertirse ése no puede llamarse cristiano.

Es importante además decir que en este segundo domingo de Pascua, nuestro querido Papa el Siervo de Dios Juan Pablo II nos llamó a celebrar la fiesta del Padre de la Misericordia; pues se nos invita a contemplar el gran amor del Padre. Es cierto que el misterio pascual de Cristo ha regenerado y recreado al género humano, pero esto no habría sido posible sin la acción misericordiosa de este Padre. Pues como dice en el libro del Génesis, capítulo 6: «... ya no volveré más a atentar contra el hombre...». Pues, en este pasaje del Génesis se expresa con claridad como el Dios del Antiguo Testamento, expresaba ya al Padre de la Misericordia. También hay un pasaje en el Éxodo, cuando Dios hablando a Moisés le dice: «...hasta mis oídos ha llegado el clamor de mi pueblo...»; este socorro ante el clamor que Dios ha escuchado y sentido por su pueblo, en la muerte de cruz de Cristo ha sido cumplido, porque también Cristo en la cruz clamó al Padre diciendo: «...Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado...». Entonces, este clamor del pueblo de la antigua alianza, como en la cruz de Cristo, ha hecho que el Padre de la Misericordia no abandonase a su pueblo de la antigua alianza ni al Hijo Amado, porque en la cruz Cristo ha abierto un camino de salvación en medio de la esclavitud y de la muerte del hombre, por eso la cruz nosotros la debemos ver gloriosa en Cristo.

En el evangelio del presente domingo hay dos signos que delatan la presencia de Cristo: la paz y la alegría. En este instante entra en escena el apóstol Tomás, quien ha estado ausente aquel domingo y su ausencia es significativa, el miedo que le provocó la pasión y muerte de Jesús probablemente le hizo huir muy lejos de sus hermanos para vivir aislado y desentendido de todo. Retorna creyendo que todo se había terminado. Pero su sorpresa es grande cuando le dicen que Él está vivo y que ha visitado a los suyos. Su respuesta es significativa: si no lo veo bien visto y si no toco sus llagas, no creeré. Aún no comprende que ahora debe ver con ojos distintos. Jesús está en la comunidad, pero como si no estuviera. Está como germen de vida y como fuerza para vencer la muerte. Por otro lado, la cruz no aceptada le impide reconocer a Jesús. Tal parece ser el sentido del texto: al obligarlo Jesús a que toque sus llagas y a que meta su dedo en los agujeros de los clavos, lo invita a no huir de la cruz sino a aceptarla y abrazarla, pues quien no sigue a Jesús con la cruz, tampoco lo puede seguir en su Pascua. Fue justamente entonces cuando Tomás reconoció a Jesús como Señor y Dios. Ahora confiesa al Cristo total: el de la muerte y el de la resurrección.
Por eso, la primera y segunda lectura presentan a los creyentes como testigos de esta vida nueva que en Cristo, Dios nos llama a participar. Los apóstoles no cesan de manifestar a Jesucristo mediante signos y prodigios, particularmente con la curación de los enfermos. El hecho que Pedro en la primera lectura aparezca realizando milagros, significa que Cristo ha dado a su Iglesia la potestad de continuar su obra en este mundo, de liberar a los hombres del poder del mal, de la muerte eterna, y reconciliar a los hombres con Dios. Jesús los envía al mundo, hacia el futuro para que continúen su obra: «...Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados y a quienes se los retuvieres, les serán retenidos...». La figura de Pedro nos hace presente a la figura que hoy continúa encarnando el Sumo Pontífice en la Iglesia. En este tiempo, salgamos proclamando a Cristo nuestra Pascua, no tengamos miedo de esta Gracia que recrea y desborda nuestra vida; la presencia de Cristo resucitado, la fe en esa presencia, no sólo ha de manifestarse en la liturgia y en los cánticos sino, sobre todo, en el no cerrar las puertas para que así otros hombres, viendo la obra que Dios realiza en nosotros, puedan encontrarse en sus vidas con el Padre de la Misericordia y con el Hijo, que ha encarnado su amor para con nosotros cuando aceptó la muerte de cruz para llevar a cumplimiento la obra del Padre de la Misericordia.

Felices Pascuas y que el Señor, en esta cincuentena pascual, nos llene de los dones del Resucitado.

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú