III Domingo de Pascua, Ciclo C

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Hech. 5,27-32.40-41; Sal 29; Ap 5,11-14; Jn 21,1-19

Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera.
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos.
Simón Pedro les dice: "Voy a pescar." Le contestan ellos: "También nosotros vamos contigo." Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: "Muchachos, ¿no tenéis pescado?" Le contestaron: "No." El les dijo: "Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis." La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: "Es el Señor", se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: "Traed algunos de los peces que acabáis de pescar." Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: "Venid y comed." Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres tú?", sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: "Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?" Le dice él: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Le dice Jesús: "Apacienta mis corderos." Vuelve a decirle por segunda vez: "Simón de Juan, ¿me amas?" Le dice él: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Le dice Jesús: "Apacienta mis ovejas." Le dice por tercera vez: "Simón de Juan, ¿me quieres?" Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: "¿Me quieres?" y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero." Le dice Jesús: "Apacienta mis ovejas. "En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras." Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: "Sígueme."

 

Jn 21,1-19


La semana pasada la liturgia nos presentaba la celebración de la Fiesta del Dios Misericordioso (segundo domingo de Pascua), este Dios que para curar la incredulidad de Tomás se deja tocar las llagas que los clavos le marcaron. Porque no sólo Dios ha llevado a cumpliendo las promesas en Cristo, sino que nos concede la gracia de creer en Él como un don y por esto Cristo, en los textos de los evangelios, aparece resucitado ante sus discípulos; pues de esta manera nos da la garantía de que Él ha vencido a la muerte.


En este tercer domingo de Pascua, la Iglesia nos propone, con el relato de esta aparición, que ahondemos en el acontecimiento de la Resurrección de Jesús para llenarnos de esperanza y de alegría, pues la muerte ya no es meta, sino que es punto de inicio de nuestro verdadero existir. Es un tiempo para que vivamos en la esperanza de una “nueva vida”. Por ello tal como se nos presentó la semana pasada, la figura de Tomás, su incredulidad, como dice San Agustín, es providencial porque a éste apóstol que no creyó, Cristo se le aparece para curarle: “sus llagas no sólo nos han salvado sino que han curado nuestra incredulidad”. Porque el hombre, en su realidad humana marcada por el pecado está debilitado y herido, y únicamente por una acción divina podrá ser recreado, cerrándose la herida que lo separa de Dios, porque solamente Cristo puede curar y sanar todas las llagas de la vida del hombre, que le impiden creer en el amor de Dios.


En este tercer domingo de Pascua, Jesús se presenta nuevamente a los Apóstoles, esta vez junto al Lago de Tiberíades, y se les presenta en medio de la vida ordinaria, en medio de las labores a las cuales estaban acostumbrados. Ellos que habían dejado de lado el ser pescadores de hombres, a lo que les había llamado Jesús, y habían vuelto a su oficio de siempre. Es ahí donde se les presenta Jesús de nuevo, valiéndose de lo que les era familiar, Dios les manifiesta su poder y su gloria, a través del símbolo de la pesca y de la comida. Jesús les invita a tirar las redes, la iniciativa no está en los discípulos. Es el Señor el que sale al encuentro. Y sale en todas las circunstancias de la vida: en la experiencia desanimada de los que creen haber trabajado en vano, porque no han pescado nada; en la situación aparentemente desesperanzada. Jesús se hace presente a todos, es el Señor Resucitado, el Dios-con-nosotros que nuevamente ha querido salir al encuentro del hombre. Sólo el hombre que obedece y acoge la Palabra, podrá ver a Dios en su vida como nos lo relata el pasaje evangélico.


Las palabras de Jesús dichas a Pedro en el evangelio, son muy elocuentes en cuanto indican el camino que les espera a aquellos que son sus discípulos: “...y cuando seas viejo otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras...”. Cristo mismo decía en el discurso de despedida: “...si a mi me han perseguido os perseguirán también a vosotros...”. Esto es lo que muchas veces es incomprensible para los creyentes, aceptar que en nuestra vida se debe realizar el misterio pascual de Cristo, es decir pasión y muerte para luego resucitar. Necesitamos asumir el escándalo de la Cruz; descubrir que “...convenía que Jesucristo padeciese...”, porque en su padecimiento se nos ha revelado el amor infinito del Padre que ha llevado al Hijo a entregar su vida por nosotros. Reconocer todo esto, reconocer al Resucitado, no se reduce a la simple afirmación del acontecimiento ni a un sentimiento superficial de gozo por la resurrección. Reconocerlo exige entrar en la lógica de la Donación de Sí que se expresa en la cruz y consiste sobre todo en la decisión y la opción por la vida que en ella se manifiesta. Por eso esta profecía dicha a Pedro: “...otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras...”, nos está revelando que es Dios el autor de la vida y que es Él quien nos conducirá por este camino para recrearnos.


Así la triple interrogación que le hace Cristo a Pedro: “¿me amas?”, nos está queriendo decir que en este camino, por el cual será llevado, Pedro estará llamado a confesar el amor a Cristo y confirmar a sus hermanos en este amor, por eso la expresión de Jesús: “...apacienta mis ovejas...”. Dice San Agustín: “Ved que el Señor, apareciéndose a los discípulos por segunda vez después de la resurrección, somete al apóstol Pedro a un interrogatorio, y obliga a confesarle su amor por triplicado a quien le negó otras tres veces. Cristo resucitó en la carne, y Pedro en el espíritu, pues como Cristo había muerto en su pasión, así Pedro en su negación. Cristo el Señor resucita de entre los muertos, y con su amor resucitó a Pedro. Averiguó el amor de quien lo confesaba, y le encomendó sus ovejas” (Sermón 229 N). Así en este amor de Cristo, que lo ha llevado a entregarse a la muerte por nosotros, Pedro siguiendo las huellas de su Maestro, y todos los sucesores de Pedro, están llamados en este amor a apacentar a las ovejas. “Pues ¿qué era Pedro, sino una figura de la Iglesia? Por tanto, cuando el Señor interrogaba a Pedro, nos interrogaba a nosotros, interrogaba a la Iglesia” (San Agustín, Sermón 229), y nuestra respuesta debe ser: “...Señor Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero...”, pero indudablemente que este amor de Pedro ha sido purificado por su traición y luego por la experiencia del perdón.


Por eso que en el libro del Apocalipsis cuando se habla de la alabanza de todas las creaturas hacia el Dios creador, por medio de la imagen del Cordero a quien se le debe tributar toda honra y toda gloria, se nos está revelando que es Cristo el Cordero sin mancha, Aquel a quien nosotros debemos seguir e imitar en su obediencia al Padre, para que con la gracia del Espíritu Santo podamos ser revestidos de esta vida nueva que es el fruto de su Pascua, de su victoria sobre la muerte.

¡Buena Pascua!

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú