XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

2M 7, 1-2.9-14; Sal 16; 2Ts 2, 16-3,5; Lc 20, 27-38

Acercándose algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron: "Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Esta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer. Jesús les dijo: "Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven."

Lc 20, 27-38

En la presente semana las lecturas cambian radicalmente en sus argumentos, poniéndonos en la esencia de aquello que es el contenido y significado de la vida cristiana, porque nos hablan de la resurrección de los muertos y de la vida del mundo futuro. Así la controversia que tendrá Cristo con los saduceos se nos manifestará como una ayuda para comprender que las promesas que Dios había hecho al pueblo de la Antigua Alianza encuentran su fundamento, en la Nueva Alianza, en el acontecimiento Pascual de Cristo.

El Papa Bendicto XVI, en su libro Jesús de Nazaret, nos dice: «...Entonces ¿qué ha traído Jesús?...ha traído la universalidad, que es la grande y característica promesa para Israel y para el mundo. La universalidad, la fe en el único Dios de Abraham, Isaac y Jacob, acogida en la nueva familia de Jesús que se expande por todos los pueblos superando los lazos carnales de la descendencia: éste es el fruto de la obra de Jesús…. La nueva familia, cuya única condición previa es la comunión con Jesús, la comunión en la voluntad de Dios…» (BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Bogotá, 2007, 148-149)
La primera lectura del libro de los Macabeos propone un ejemplo de fe en el más allá. En una época en la que el pueblo elegido era perseguido ferozmente, siete hermanos no dudaron en afrontar juntamente con su madre los sufrimientos y el martirio, con tal de no faltar a su fidelidad al Dios de la Alianza: «…El rey del mundo, a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna…».

En el evangelio ante la pregunta insidiosa de los saduceos, que niegan que haya resurrección de los muertos, y quieren lograr que Jesús tome una posición al respecto, Él responde con gran claridad que los muertos resucitan. Ésta es la afirmación más importante y solemne, Jesús observa: «…Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob…». Explica también cómo será la vida eterna, partiendo de esta pregunta provocadora de quienes con evidente ironía le preguntan de quién será esposa, después de la muerte, una mujer que tuvo durante su vida muchos maridos sucesivos, Jesús responde que los resucitados «…ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección…». Y es importante comprender que el sentido de la pregunta no está en que les interese la resurrección, sino simplemente en ponerle en dificultad. La respuesta de Jesús está anunciando que la resurrección será el nacimiento pleno a la vida nueva, pues todo lo de este mundo pasará.

El Siervo de Dios Juan Pablo II, en una de sus catequesis del ciclo «El amor humano en el Plan Divino» manifestó lo siguiente: «…Sin duda, los saduceos tratan la cuestión de la resurrección como un tipo de teoría o de hipótesis, susceptible de superación. Jesús les demuestra primero un error de método: no conocen las Escrituras; y luego, un error de fondo: no aceptan lo que está revelado en las Escrituras -no conocen el poder de Dios-, no creen en Aquel que se reveló a Moisés en la zarza ardiente. Se trata de una respuesta muy significativa y muy precisa. Cristo se encuentra aquí con hombres que se consideran expertos y competentes intérpretes de las Escrituras. A estos hombres, les responde Jesús que el sólo conocimiento literal de la Escritura no basta…» (JUAN PABLO II, Catequesis «La resurrección de los cuerpos según las palabras de Jesús a los saduceos»,18 de noviembre de 1981, n.3).

San Ireneo de Lyon dice: «… Y ¿quién es el Dios de los vivos sino el único Dios, por encima del cual no existe otro Dios? Así que el Dios vivo adorado por los profetas es el Dios de los vivos, y lo es también su Palabra, que habló a Moisés, que refutó a los saduceos, que nos hizo el don de la resurrección, mostrando a los que estaban ciegos estas dos verdades fundamentales: la resurrección y Dios. Si Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, y, no obstante, es llamado Dios de los padres que ya murieron, es indudable que están vivos para Dios y no perecieron: son hijos de Dios, porque participan de la resurrección. Y la resurrección es nuestro Señor en persona, como Él mismo afirmó: Yo soy la resurrección y la vida…» (Tratado contra las herejías, Lib 4, 5, 2-5, 4: SC 100, 428-436).

Concluyendo, la vida nueva, inaugurada por la Resurrección de Jesucristo, mientras peregrinamos por este mundo es la esperanza que nos hace trascender a la Vida Eterna. Cristo resucitó como primicia de los que duermen. En Él se nos abre de nuevo el futuro y la esperanza de la resurrección de nuestros cuerpos mortales. En Él tenemos ya la certeza de la victoria de la vida sobre la muerte: la esperanza de la vida eterna. Su resurrección es la garantía de nuestra resurrección final.


Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú