XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Ml 3, 19-20;   Sal 97;   2Ts 3, 7-12;   Lc 21, 5-19 

Como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, él dijo: "Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida." Le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?" El dijo: "Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato." Entonces les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo. "Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

Lc 21, 5-19

Nos acercamos a la conclusión del año litúrgico y el presente domingo la palabra de Dios nos invita a reconocer que las realidades últimas están gobernadas y dirigidas por la Providencia divina, así: «…con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas…», contiene palabras que resuenan y ponen de relieve el final de los tiempos, contexto escatológico y de expectativa característica propia de la vida cristiana. La Iglesia vive en la espera de su Señor, en la comprensión de Ser un Pueblo peregrino en este mundo, encaminado al encuentro definitivo del Señor. San Agustín sintetiza este sentido de tensión y expectativa en el cual vive la Iglesia (creyente) cuando dice: «... Nos creaste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti...» (Confesiones).

El profeta Malaquías, en la primera lectura, describe el día del Señor como una intervención decisiva de Dios, destinada a derrotar el mal y restablecer la justicia, a castigar a los malvados y premiar a los justos. El profeta trata de despertar al pueblo con el anuncio de la llegada del día del Señor. En primer lugar, habla de la irrupción de la cólera de Dios contra los impíos y perversos, aquellos que son como paja que arderá. Luego dice que aparecerá el Sol de justicia que con su esplendor trae la curación, manifestando así la poderosa intervención del Señor para defender a los pobres y a los oprimidos. Más claramente las palabras de Jesús, referidas por San Lucas en el evangelio, eliminan de nuestros corazones toda forma de miedo y angustia, abriéndonos a la certeza consoladora de que la vida y la historia de los hombres, a pesar de los sucesos muchas veces dramáticos que se presentan, sigue firmemente unida a la voluntad de Dios. Así a quien pone su confianza en Él, el Señor le promete la salvación: «… no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza…».


San Lucas quiere instruir a su comunidad, que vive entre el momento de su liberación por el bautismo, y la expectativa de la vuelta de Cristo; durante este tiempo debe anunciar el evangelio, y ese anuncio provocará la persecución. Los discípulos no deberán temer a nada; porque el propio Jesús les dará palabras y sabiduría contra las que nada podrán hacer sus adversarios. Pero la situación será muy dura, las persecuciones a las que estarán expuestos los cristianos serán muchas, porque habrá traiciones por todas partes, hasta entre los miembros de la propia familia, y los cristianos serán odiados por causa del nombre de Jesús. Más el que persevere, se salvará. La actitud cristiana, signo de contradicción en estos tiempos, consiste en la fe firme, en la acogida de la palabra del Señor y en el hacerla vida aún en medio de todas las persecuciones. En palabras de Juan Pablo II: «…La vida cristiana es participación en el misterio pascual, como camino de cruz y resurrección. Camino de cruz, porque nuestra existencia pasa continuamente por la criba purificadora que lleva a superar el viejo mundo marcado por el pecado. Camino de resurrección, porque el Padre, al resucitar a Cristo, ha derrotado el pecado, por lo cual, en el creyente, el «juicio de la cruz» se convierte en «justicia de Dios», es decir, en triunfo de su verdad y de su amor sobre la perversidad del mundo…» (JUAN PABLO II, La vida cristiana como camino hacia la plena comunión con Dios, Audiencia general, 11 de agosto de 1999).


Cuando San Pablo, en la segunda lectura dice: «...cómo debéis imitaros...», nos está haciendo presente una llamada a vivir auténticamente la vida cristiana. El apóstol subraya que el verdadero creyente vive preparando la llegada del reino de Dios, optando por una vida radical en la fe. Así el apóstol está llamando la atención a sus oyentes sobre la pérdida del sentido del «temor de Dios», que significa vivir fuera del plan de Dios, fuera del diseño que en Cristo ha revelado para nosotros, sin ser signo de lo que como cristianos estamos llamados a ser: «…luz, sal y fermento…» en este mundo.
Lamentablemente en el tiempo que vivimos surgen tantas confesiones religiosas que proponen a las personas un alivio rápido a sus males y a sus problemas, negando así que estos males y sufrimientos de la vida, que son tantas veces inherentes a la realidad humana, son manifestaciones de nuestra propia imperfección y finitud, y que precisamente a través de ellos estamos llamados a alcanzar el estado perfecto de la vida cristiana. El mismo San Pablo sostiene que «…mientras nosotros morimos el mundo recibe la vida…» porque el creyente lleva en sí un tesoro:«en vaso de barro que somos». Esto quiere decir que el cristiano por su forma de vivir, será un signo de contradicción en el mundo, como ha dicho el Papa Benedicto XVI: «…Tanto hoy como en el pasado, quien quiera ser discípulo de Cristo está llamado a ir contracorriente y a no dejarse influenciar por mensajes que invitan a la prepotencia y a la conquista del éxito con todos los medios…la Iglesia, maestra en humanidad, no se cansa de exhortar a no temer a la hora de decidir caminos ‘alternativos’ que solo Cristo sabe indicar…» (BENEDICTO XVI, Discurso a la Federación Universitaria Católica Italiana, 9 de noviembre de 2007).

Concluimos citando al Siervo de Dios Juan Pablo II: «…Toda la vida cristiana es como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, del cual se descubre cada día su amor incondicional por toda criatura humana, y en particular por el «hijo pródigo». Esta peregrinación afecta a lo íntimo de la persona, prolongándose después a la comunidad creyente para alcanzar a la humanidad entera…» (JUAN PABLO II, Carta apostólica Tertio millennio adveniente, n. 49).

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar

Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú