Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, Ciclo C

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

2S 5, 1-3;   Col 1, 12-20;    Lc 23, 35-43 

 

Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: "A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido." También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: "Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!" Había encima de él una inscripción: "Este es el Rey de los judíos." Uno de los malhechores colgados le insultaba: "¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!" Pero el otro le respondió diciendo: "¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho." Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino." Jesús le dijo: "Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso."

Lc 23, 35-43

 

Al término de este año litúrgico la Iglesia entera confiesa y proclama: «Cristo es Rey del Universo», porque en Él, a través del Él, y por medio de Él: todo ha sido creado. Esta Solemnidad de Cristo Rey del Universo fue instituida e introducida como celebración oficial en la liturgia de la Iglesia por el Papa Pío XII, en el año de 1925 por dos motivos fundamentalmente: el primero hacer presente al mundo que sólo reconociendo el Señorío de Cristo, se puede asegurar la paz y la unidad a todos los hombres; y el segundo motivo fue que en ese año se celebraba el décimo sexto aniversario del concilio de Nicea, en el cual se declaró la consustancialidad de Cristo con el Padre, como dogma de fe. Nuestro Papa Benedicto XVI dice: «…la fiesta de Cristo Rey es reciente, pero su contenido es tan viejo como la misma fe cristiana. Pues la palabra «Cristo» no es otra cosa que la traducción griega de la palabra Mesías: el ungido, el rey. Jesús de Nazaret, el hijo crucificado de un carpintero, es hasta tal punto Rey, que el título de «rey» se ha convertido en su nombre. Al denominarnos nosotros cristianos, nosotros mismos nos denominamos como la «gente del rey», como hombres que reconocemos en Él al Rey…» (Joseph Ratzinger, El rostro de Dios, Sígueme, Salamanca, 1983, 112).

En la primera lectura se nos presenta a un pueblo que reconoce la acción de Dios a través de las victorias de su rey contra los enemigos. De aquel rey, que es del linaje de David, Israel esperará un nuevo rey definitivamente vencedor. Un rey que sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, algunos sectores del propio Israel fueron entendiendo como un rey que no vencería por las armas, sino por una vida nueva. Es necesario subrayar las características únicas del oficio de rey en Israel. El rey en Israel tenía como función dirigir al pueblo que se le ha confiado, guiarlo; porque es también su pastor elegido de Dios para el pueblo. El reinado era una manifestación del poder de Dios. Entonces si alcanza una victoria, es Dios quien la alcanza. Pero su función es sagrada; Él es el ungido del Señor. Dios manifiesta su presencia a su pueblo mediante la presencia del rey, y a través de él hace visible su poder y su gloria. El rey es signo de Dios pero, a la vez, hombre débil, porque a través de su debilidad Dios manifiesta su elección y fidelidad que sobrepasa el entendimiento humano. Esta es la visión de Ezequiel, que ve en el futuro rey a un buen pastor que reunirá a las naciones dispersas.

Así los profetas, especialmente Isaías, lo presentarán como el Siervo de Yahvé, Aquel que da su vida en medio de la humillación para constituir un reino. Por ello, como nos dice el evangelio, el letrero colocado sobre la cabeza de Cristo crucificado: «…este es el Rey de los judíos…». El Siervo de Dios Juan Pablo II nos ha dicho: «…Esta inscripción, que Pilato había hecho poner sobre la cruz, contiene el motivo de la condena y, al mismo tiempo, la verdad sobre la persona de Cristo. Jesús es rey -él mismo lo afirmó-, pero su reino no es de este mundo. Ante Él, la humanidad se divide: unos lo desprecian por su aparente fracaso, y otros lo reconocen como el Cristo…» (Juan Pablo II, Homilía del 25 de noviembre de 2001). Así se nos presenta una imagen anticipada de los sucesos de la cruz: «Jesús, era desde el principio el Ungido, el Mesías, pero es en la cruz donde es proclamado y reconocido como Rey.

En el evangelio San Lucas pone a uno que sí toma en serio el significado del  letrero, uno de los ladrones crucificados con Jesús, «el buen ladrón», quien se dirige a Él en estos términos: «...acuérdate de mí cuando llegues a tu reino...». No sabemos, cómo el buen ladrón se imagina este reinado de Jesús; pero es claro que sabe que Jesús es Rey y puede ayudarle Se trata de un primer reconocimiento de la soberanía de Jesús, Rey sobre el mundo entero. La respuesta de Jesús no deja ninguna duda. En la cruz da una respuesta que no es una promesa vaga, sino una afirmación soberana: «…Hoy estarás conmigo en el paraíso…». El buen ladrón recibe por parte de Cristo la respuesta que, en adelante será la esperanza para todas las generaciones hasta la consumación de los siglos: la cruz es la puerta del paraíso, y solo con Él –con Cristo Rey- se participa de éste. Es oportuno citar a San Juan Crisóstomo cuando dice: «... Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Se confesó y le entró tal confianza que, de ladrón, pasó a pedir el reino, cuando estaba en la cruz clavado, cargado de injurias y salivazos e insultos, pudo cambiar el alma pervertida del ladrón. ¿Ves cuántos beneficios nos reporta la cruz? Ante ti tienes los clavos y la cruz. Sí, pero esa misma cruz es el símbolo del reino. Por eso lo llamo rey, porque lo veo crucificado: ya que es propio de un rey morir por sus súbditos. Lo dijo él mismo: El buen pastor da la vida por las ovejas: luego el buen rey da la vida por sus súbditos. Y como quiera que realmente dio su vida, por eso lo llamo rey...» (Homilías sobre la cruz y el ladrón, 1, 3-4: PG 49, 403-404)

La segunda lectura, amplía esta confesión del buen ladrón hasta lo ilimitado, sin abandonar, ni alejarse del centro de la realeza de Jesús, que es la cruz.  La creación entera está sometida a Él como Rey, porque sin Él ella no existiría. Toda la creación se mantiene en Cristo. Dios Padre ha concebido el mundo, desde el principio, de un modo que debe llegar a convertirse: «…en el reino de su Hijo Amado…».

Esta Solemnidad, con la que se cierra todo el arco del año litúrgico, trata de sintetizar la riqueza de significado del Ser de Cristo que es: Alfa y Omega, Primero y Último, Principio y Fin de la Historia de la salvación de la humanidad, porque con su encarnación, Jesucristo ha entrado en la historia: en el tiempo, para recrear lo que el pecado había herido y trastocado, y poder así abrirle a todo el género humano – al hombre – las puertas del paraíso, que se le habían cerrado por el pecado de Adán, recreando de esta forma en el hombre la imagen y semejanza como ha sido creado desde el principio. Cristo Reina desde el trono de la Cruz y desvela el misterio del hombre desde la Cruz, y sobre todo lleva a cumplimiento la voluntad de Dios por medio de la Cruz: ¿en dónde el hombre ha conocido el amor y la fidelidad del Padre? Cuando Cristo subiendo al árbol de la Cruz, nos ha revelado a Dios Padre de la Misericordia. Toda esta obra del Padre realizada por el Hijo es para que nosotros seamos hijos en el Hijo del Amor: luz, sal y fermento, como otros Cristos en este mundo.

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú