Solemnidad del Corpus Christi, Ciclo C

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Gn 14, 18-20;   Salmo 109;   1Cor 11, 23-26;   Lucas 9, 11b-17 

 “…Se retiró con ellos a un pueblo llamado Betsaida, pero el gentío se dio cuenta y lo siguió. Él los acogió, estuvo hablándoles del reinado de Dios, y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle:

- Despide a la gente; que vayan a los pueblitos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque esto es un lugar descampado.

El les contestó:

- Denles de comer ustedes.

Replicaron ellos:

- ¡Si no tenemos más que cinco panes y dos peces! A menos que vayamos nosotros a comprar de comer para toda esta multitud. (Eran unos cinco mil hombres). Jesús dijo a los discípulos:

- Díganles que se echen en grupos de cincuenta.

Así lo hicieron, diciendo que se echaran todos. Y tomando Él los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, los bendijo, los partió en trozos y se los fue dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron hasta quedar satisfechos todos, y recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastas”. 

Lucas 9, 11b-17  

   En las Solemnidades de Pentecostés y de la Santísima Trinidad la Iglesia nos ha invitado a confesar al Dios Único y, a través de la liturgia, nos ha ayudado a comprender que no se puede proclamar a éste Dios Único si no le amamos: “... con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma y con todas las fuerzas...”, Dt 6. Este domingo, la Iglesia nos invita a celebrar al Dios que se nos ha revelado en Cristo y, como dice el mismo San Juan: “... no os pongáis tristes, no os dejaré huérfanos...”; pues Cristo nos ha prometido que estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. En esta Solemnidad del Corpus Christi estamos celebrando el misterio de nuestra fe, la presencia permanente de Cristo en su Iglesia (a través del Sacramento), la presencia de Dios y el Cuerpo glorioso de Cristo, centro de nuestra comunión y unidad.

   Cristo quiso continuar su presencia personal en Su Iglesia a través de la Eucaristía, porque Él la ha querido concebir de esta manera como centro de unidad. La fiesta que hoy celebramos no es la fiesta de un cuerpo inerte; es la fiesta de la presencia corporal de Cristo que atrae a todos los hombres, como dijo en el evangelio de San Juan: “... cuando yo sea elevado en lo alto atraeré a todos los hombres hacia mí...”. De manera particular vamos a dar algunas líneas directrices de cómo esta celebración nos invita a todos los creyentes a unirnos en Cristo que es causa de nuestra comunión-unidad.

La institución de la Eucaristía, el sacrificio de Melquisedec y la multiplicación de los panes son parte del tríptico que nos presenta la liturgia en esta Solemnidad del Corpus Christi. En el centro, la institución de la Eucaristía. San Pablo, en el pasaje de la primera carta a los Corintios, ha recordado con palabras precisas ese acontecimiento, añadiendo: “…Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva…". Con estas palabras recuerda a los cristianos de Corinto que la "cena del Señor" no es sólo un encuentro convival, sino también, y sobre todo, el memorial del sacrificio redentor de Cristo. Quien participa en él -explica el Apóstol- se une al misterio de la muerte del Señor; más aún, lo "anuncia". Por lo tanto también hoy al celebrar la Eucaristía, anunciamos la muerte redentora de Cristo y reavivamos en nuestro corazón la esperanza de nuestro encuentro definitivo con Él. Quedando expresado que existe una relación muy estrecha entre "hacer  Eucaristía" y "anunciar a Cristo". Porque entrar en comunión con Él en el memorial de la Pascua tiene dos significados al mismo tiempo, uno que es convertirse en misioneros del acontecimiento que este rito actualiza; y el otro que significa hacerlo contemporáneo de toda época, hasta que el Señor vuelva. En palabras del Siervo de Dios Juan Pablo II: “La Iglesia vive de la Eucaristía y sabe que esta verdad no sólo expresa una experiencia diaria de fe, sino que también encierra de manera sintética el núcleo del misterio que es ella misma” (Ecclesia de Eucharistia, 1).

La primera narración, proclamada en la primera lectura, está tomada del libro del Génesis, nos habla de Melquisedec, "rey de Salem" y "sacerdote del Dios altísimo", que bendijo a Abraham y "…ofreció pan y vino…". A este pasaje se refiere el Salmo 109, que atribuye al Rey Mesías un carácter sacerdotal por consagración directa de Dios: “Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec" (Sal 109, 4). En la víspera de su muerte en la cruz, Cristo instituyó la Eucaristía, también Él ofreció pan y vino, que "en sus santas y venerables manos" (Canon romano) se convirtieron en su Cuerpo y su Sangre, ofrecidos en sacrificio. Así daba cumplimiento a la profecía de la antigua Alianza, vinculada a la ofrenda del sacrificio de Melquisedec. Por ello en la carta a los Hebreos se nos dice: "…Él (...), se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios sumo sacerdote a semejanza de Melquisedec" (Hb 5, 7-10).

En el Cenáculo se está anticipando así el sacrificio del Gólgota: la muerte en cruz del Cordero inmolado por nosotros, Cristo que redime el dolor de todo hombre; con su pasión el sufrimiento humano adquiere nuevo valor; con su muerte, nuestra muerte queda derrotada para siempre.

En el relato evangélico de la multiplicación de los panes, que completa la liturgia eucarística del Corpus Christi, el evangelista San Lucas nos ayuda a comprender mejor el don y el misterio de la Eucaristía. Jesús tomó cinco panes y dos peces, levantó los ojos al cielo, los bendijo, los partió, y los dio a los Apóstoles para que los fueran distribuyendo a la gente. Como narra San Lucas, todos comieron hasta saciarse e incluso se llenaron doce canastos con los trozos que habían sobrado. Se trata aquí de un prodigio sorprendente, que constituye además el inicio de un largo proceso histórico: la multiplicación incesante en la Iglesia del Pan de vida nueva para los hombres de todas las razas y culturas.

Innumerables santos y mártires, han obteniendo de este Pan la fuerza para soportar las tribulaciones, han creído en las palabras que Jesús pronunció un día en Cafarnaúm: “…Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre…". Porque Cristo, "pan vivo, bajado del cielo", es el único que puede saciar el hambre del hombre en todo tiempo y lugar de la tierra.

Jesús se define como "el Pan de vida", y añade: “El pan que yo daré, es mi carne para la vida del mundo". Este es el misterio de nuestra salvación, Cristo, único Señor ayer, hoy y siempre, quiso unir su presencia salvífica en el mundo y en la historia al sacramento de la Eucaristía. Quiso convertirse en pan partido, para que todos los hombres pudieran alimentarse con su misma vida, mediante la participación en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.

Tal como los discípulos, que escucharon con asombro su discurso en Cafarnaúm, nosotros también experimentamos que este lenguaje no es fácil de entender, muchas veces podemos sentir la tentación de darle una interpretación restrictiva. Pero esto podría alejarnos de Cristo, como sucedió con aquellos discípulos que "desde entonces ya no andaban con Él". Pero como ansiamos permanecer en Cristo, le decimos con Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna", y con la misma convicción de Pedro, nos arrodillamos hoy ante el Sacramento del altar y renovamos nuestra profesión de fe en la presencia real de Cristo Eucaristía.

Así en la fiesta del Corpus Christi contemplamos el signo del pan, signo que nos recuerda también la peregrinación de Israel durante los cuarenta años en el desierto. La Hostia que es nuestro maná con el cual el Señor nos alimenta, que es el pan del cielo, con el que Él verdaderamente se entrega a sí mismo. En la procesión de este día seguimos este signo y de este modo le seguimos a Él mismo. Nuestro Papa Benedicto XVI dijo: “... ¡guíanos por los caminos de nuestra historia! (...) ¡Da a los hombres el pan para el cuerpo y para el alma! (…) Haznos comprender que sólo a través de la participación en tu Pasión, a través del «sí» a la cruz, a la renuncia, nuestra vida puede madurar y alcanzar su auténtico cumplimiento.” (Homilía en la Solemnidad del Corpus Cristhi 2006).

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú