VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

1S  26, 2-7-9.12-13.22-23;   Sal 102;   1Co 15, 45-49;   Lc 6, 27-38 


"Pero yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos. "Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá."

Lc 6, 27-38 

El fragmento del evangelio propuesto para este domingo, no sigue el mismo razonamiento de los domingos anteriores, pues se dirige a cristianos: «...vosotros que me escucháis...»; hay unos enemigos que los «odian», los «maldicen». Lo que Jesús quiere predicar en su discurso es la actitud que los discípulos deben adoptar frente a estos adversarios brutales. Una actitud profundamente radical. Los discípulos de Jesús deben tener un modo de vida radicalmente distinto del adoptado en su entorno por aquellos a los que Jesús llama «los pecadores». Estos «pecadores» no ignoran, sin embargo, el amor: saben «...amar a los que les aman...», «...hacen bien a los se lo hacen a ellos...», prestan a quienes lo necesitan, con el deseo de recibir lo equivalente a su préstamo: formas todas de obrar que todos consideramos muy loables. Los discípulos de Jesús no pueden, sin embargo, limitarse a este comportamiento notable; no puede bastarles actuar como los «pecadores». Los discípulos deben  amar a los que no les aman, hacer el bien a quienes no se lo hacen a ellos, prestar sin esperanzas. Así, adoptando una actitud original, harán ver la radicalidad de su estatuto de discípulos de Jesús. Yendo más lejos que los «pecadores», los discípulos de Jesús serán «hijos del Altísimo»; imitarán a Dios que «...es bueno con los pecadores y desagradecidos...».

Adhiriéndose a Jesús, escuchando su enseñanza, «...Vosotros que me escucháis...», adoptando el estilo de vida radical que Él pide, imitan la bondad de Dios, se hacen semejantes a El, son realmente sus hijos. Como «hijos del Altísimo», estos discípulos tendrán naturalmente derecho a la herencia: «...Vuestra recompensa será grande...».

 

Es digno de notarse que en medio de consideraciones tan elevadas el evangelista haya tenido en cuenta un consejo propio, según parece, de una inspiración que podríamos decir más realista: «...Lo que queréis que los demás hagan por vosotros, hacedlo también vosotros por ellos...». A algunos les parecerá quizá que este consejo suena a «interesado y que desentona en el discurso hasta aquí desarrollado. Pero es excepcional en el evangelio y se conecta con la fórmula encontrada en otra parte en el mandamiento del amor: «...amar al prójimo como a sí mismo...» (Lc 10,21). Amar de la misma manera que Dios ama. Con total gratuidad, tal como Cristo lo hizo. Él es nuestra pauta. Es un amor que clama por pasarse los límites, que reclama hacer algo más.

La primera lectura de hoy nos lo explica: este amor llega a perdonar a los enemigos. Comenzamos por el contexto: el Señor se arrepiente de haber ungido a Saúl (1 Sam 15, 11.35). El Espíritu del Señor se había apoderado de David (1 Sam 16,13). El episodio de hoy nos sitúa en plena persecución de David por parte de Saúl. Abisay, el soldado que acompaña a David, hace un razonamiento puramente humano: «...Dios te pone al enemigo en la mano...»; hay que aprovechar la oportunidad. David, el poseído por el Espíritu, reacciona de otra manera. Le sale de lo más profundo: hay que respetar la elección hecha por Dios y su acción. Saúl es el rey que fue ungido por el Señor. No corresponde a David hacer justicia, sino al mismo Dios: «...El Señor pagará a cada uno su justicia y su lealtad...». La segunda lectura: «...el primer hombre, hecho de tierra...» entiende que Dios ha puesto a Saúl en manos de David; «el hombre del cielo» prefiere respetar los planes de Dios y esperar su justicia. David se convierte, una vez más, en imagen de Jesucristo: el que ha de venir y que, en la cruz, perdonará a sus enemigos.

Dos consideraciones, la primera, cómo Lucas se complace en presentar a Jesús practicando Él mismo durante su Pasión el amor y el perdón que había pedido. La frase: «...Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen...» (Lc 23, 34), ilustra perfectamente el «orad por los que os maltratan». La segunda consideración, notar que Esteban, a su vez, imita perfectamente a Jesús y observa a la letra la invitación al perdón de los enemigos, exclamando ya próximo a morir: «...Señor, no les tengas en cuenta este pecado...» (Hech 7, 60). Todo el relato de la Pasión según san Lucas, completado con el de la muerte de Esteban, pueden leerse como ilustraciones del sermón sobre el amor a los enemigos.

Perder la vida para ganarla, perdonar al enemigo es perder la vida; el enemigo es quien nos la quita a pedazos. Sólo una fe en la recompensa de Dios, como David en la primera lectura sostiene, puede darnos fortaleza para amar a quien nos odia. Volvamos al estilo del evangelio: depositar en Dios toda la confianza hace posible el desprendimiento total de la propia vida, perder la vida para ganarla. Para recibirla habrá que «meditar asiduamente la doctrina para cumplir, de palabra y obra, lo que complace al Señor». Este bien que tenemos que meditar nos lo pone cada día en los labios, en los salmos, en su Palabra proclamada, leída, rezada, vivida. Meditarlo será conseguir que «nuestro pensamiento concuerde con nuestra voz» (Regla de san Benito, cap. 19). 

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú