XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

1 R 19, 16.19-21;   Sal 15;   Ga 5, 1. 13-18;   Lc 9, 51-62

Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén. Envío, pues, mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: “Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?” Pero volviéndose les reprendió, y se fueron a otro pueblo. Mientras iban caminando, uno le dijo: “Te seguiré adondequiera que vayas.” Jesús le dijo: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.” A otro dijo: “Sígueme”. El respondió: “Déjame ir primero a enterrar a mi padre.” Le respondió: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.” También otro le dijo: “Te seguiré, Señor, pero déjame antes despedirme de los de mi casa.” Le dijo Jesús: “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.”

Lc 9, 51-62

En la liturgia de la presente semana el salmo responsorial nos dice: «El Señor es el lote de mi heredad (…), me enseñará el sendero de mi vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha». El evangelio remarca con fuerza la llamada de parte de Cristo a seguirle. La fidelidad a la propia vocación lleva consigo a responder la llamada que Dios hace a lo largo de la vida. Podemos ya adelantar algunas cuestiones al respecto: ¿se pude seguir a Aquél a quien no se conoce?, ¿el seguimiento que Cristo pide es un seguimiento que sólo implica la adhesión a una doctrina, como de lo normal entendían sus oyentes con respecto a las escuelas de discípulos de aquella época, o es un llamamiento a la conversión?.

En la segunda lectura, se habla de la libertad para la que «…Cristo nos ha liberado…», y no otra. No una libertad individualista, pues la libertad cristiana consistirá en el servicio al prójimo: «…Sed esclavos unos de otros por amor…». Tampoco se trata del libertinaje, pues entre los deseos de la carne y la libertad que nos da el Espíritu que nos guía hay una contradicción directa, un antagonismo total. Que el hombre tenga que luchar contra sí mismo y contra sus pasiones para conservar su verdadera libertad, nada dice contra la libertad que le ha sido dada; también Cristo tuvo que luchar en sus tentaciones. No se puede ser libre para hacer al mismo tiempo dos cosas contradictorias, sino que para ser libre hay que superar la contradicción en uno mismo. La libertad de Cristo es hacer siempre la voluntad del Padre, y seguir a Jesús en esto nos hace libres verdaderamente. En palabras de San Agustín: «…este pasaje de San Pablo podemos sintetizarlo con sus palabras dichas en otra carta: “...No hago lo que quiero sino lo que aborrezco…” (Sermón 30)».

En la primera lectura, el llamado al seguimiento aparece como un modelo muy radical que será superado una vez más por Jesús. El profeta Elías echa su manto sobre Eliseo, mientras éste ara con su yunta, para significar que lo ha elegido para ser su discípulo. Elías acepta que Eliseo vaya a despedirse de sus padres, y el gesto de sacrificar a los bueyes de su yunta para invitar a comer a su gente muestra que Eliseo ha decidido ponerse al servicio del profeta: «…Luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a sus órdenes…». No se trata de un servicio puramente humano, sino que al ser Elías un hombre de Dios, es ya un servicio a Dios. Para la Antigua Alianza esto es una obediencia grandiosa a una llamada de Dios transmitida por el profeta,  prefigurando el profetismo de la nueva economía.

En el evangelio tres hombres se ofrecen a seguirle a Jesús. El primero lo remite a su propio destino y ejemplo: Jesús no tiene casa propia. Ni siquiera la casa en la que ha crecido, la casa de su madre. No mira atrás. Es más pobre en esto que los animales, vive en una inseguridad total. No posee más que su misión. Y al comienzo del evangelio se dice a dónde conduce esta misión: a la cruz y posteriormente a la  ascensión. Es normal que los suyos no lo reciban. Según San Agustín, este primer hombre sigue sus intereses pues cuando dice: te seguiré adonde vayas; se expresa con claridad el interés personal. Por eso Cristo le responde: «…las zorras tienen guaridas…pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza…»; en otras palabras le hace presente que Él descansará en la cruz, que no es el interés de éste primer hombre (Sermón 100). El segundo hombre quiere primero ir a enterrar  a sus padres, y el Señor de la vida le contesta: «…deja que los muertos entierren a sus muertos…». Los muertos son los mortales que se entierran unos a otros; Jesús está por encima de la vida y de la muerte. Según San Agustín, reflexionando sobre este segundo hombre, dice: «…este es un judío piadoso que quiere cumplir el mandamiento…», pero Cristo le invita a poner en primer lugar a Dios mismo, porque en el seguimiento ante la llamada de Dios no se antepone el amor de los padres; por eso la respuesta de Cristo: «…deja que los muertos entierren a sus muertos…»; porque el anuncio del Reino de los Cielos es tan imprescindible que hará salir a los muertos de sus sepulcros (Sermón 100). Este posible discípulo que es invitado a seguir de cerca al Maestro quiere oír la llamada, pero no inmediatamente; piensa en un tiempo más oportuno, porque le retiene un asunto familiar. No se da cuenta de que cuando Dios llama, ése es precisamente el momento más oportuno. El tercer hombre quiere despedirse de su familia. Aquí Jesús va más lejos que Elías. Porque ante el llamado a seguir a Jesús de un modo radical no hay componenda que valga entre familia y decisión por el reino. La decisión exigida es indivisible e inmediata. A partir de su norma se regulará la relación con la familia y con los demás hombres. Con respecto al tercer hombre San Agustín nos dice: «…te llamó a seguir hacia el oriente y tú te quedas mirando hacia el occidente». Por eso que este pasaje San Agustín lo compara con el pasaje de la mujer de Lot que volteó a mirar la ciudad de Sodoma y Gomorra y se  convirtió en estatua de sal (Gn 19, 26).

De esta manera, tanto la primera lectura como el evangelio están referidos a todo fiel cristiano, pues la vida del fiel cristiano no sólo se debe reducir al culto a Dios, sino que este culto al Dios único y a la persona de Cristo se debe hacer realidad cada día a través de vivir nuestra vocación a la santidad. Todo fiel cristiano está llamado a la santidad, y esta vida de santidad se va a concretizar en nuestra vida a través de una vocación específica, a la cual Dios nos llamará por nuestro nombre para vivirla como una misión y a través de la cual se reproducirá la imagen de Cristo en nosotros. Así las palabras de San Pablo cuando dice: «… no soy yo es Cristo el que vive en mí…», no sólo están referidas a los discípulos en el sentido de apóstoles, sino a todo aquel que por el bautismo y por la fe ha aceptado a Cristo como su Señor.

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú