XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Jr 38,4-6.8-10; Sal 39; Hb 12,1-4;  Lc 12,49-57 

He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! "¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra." Decía también a la gente: "Cuando veis una nube que se levanta en el occidente, al momento decís: "Va a llover", y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: "Viene bochorno", y así sucede. ¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo? "¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? 

Lc 12,49-57 

En la liturgia de hoy Jesús afirma la seriedad con la que Él mismo asume su papel en la salvación humana. A medida que camina en el mundo hacia el cumplimiento de la voluntad del Padre, el sendero se vuelve más estrecho y la hora del fuego se acerca o sea de que la humanidad nueva sólo podrá ser nueva por el crisol de la cruz (Misterio Pascual).

En el evangelio Jesús nos dice: «…He venido a prender fuego en el mundo...». Porque precisamente el fuego ocupa un lugar importante en la simbología relativa al final de los tiempos. No se trata del pequeño y familiar fuego del hogar sino de ese fuego que se desata impulsado por el viento y que arrasa rápida y violentamente con cuanto encuentra a su paso. Las antiguas mitologías relacionaron siempre el fuego con la divinidad y algo similar sucede en la Biblia: el fuego aparece como un instrumento del juicio de Dios. A menudo Jesús alude a ese fuego que quema la mala hierba o el árbol estéril, por lo que también el fuego ha sido asociado al castigo de los condenados en el infierno.

San Lucas escribe claramente que Jesús ha sido enviado a «…poner fuego en la tierra…», y Él mismo asegura que desea vivamente que este fuego arda cuanto antes. Viene entonces la interrogante acerca de qué puede significar este modo de anunciar su misión. Es imposible pensar que la función de Cristo consista en sembrar la división como humanamente la entendemos. Más bien podemos pensar que Jesús se refiere a los últimos días y a los fenómenos escatológicos que purificarán al mundo. De hecho, en el Antiguo Testamento, el fuego es imagen del juicio que condena a los malvados, acontece en los últimos días, y purifica. Este último sentido introduce lo que va a seguir: el bautismo que desea Jesús.

Se trata de fuego de purificación; además que anuncia la Pasión de Cristo. Todos los que creen en El y quieren seguirle, han de asumir una actitud radical; han de elegir, por ello San Lucas presenta a Jesús como portador del fuego. Los contemporáneos de Jesús esperaban un Mesías liberador que pudiera instaurar la paz, fruto de la liberación del yugo romano. Del mismo modo muchas veces nosotros esperamos que Cristo dé solución a los problemas de nuestra vida, nos libere de ellos; esto porque pensamos que por creer en Él, Jesús debe manifestarse con hechos concretos según la manera y la medida en que esperamos que resuelva nuestras dificultades. Esta manera de querer ver la acción de Cristo en nuestra vida podríamos llamarla de una fe infantil, porque si sabemos que el cristianismo es un acontecimiento, entonces viviremos entendiendo que el sufrimiento nos anuncia o hace presente que desde la realidad de sufrimiento y muerte que ha padecido el Hijo de Dios, Él ha salido victorioso y ha resucitado, por lo tanto también nosotros estamos llamados a esta resurrección.  Entonces este evangelio nos está presentando una visión de la vida en la que Dios actuará de una manera diversa a nuestras expectativas; debido a que la vida a la cual el mismo Dios nos invita a participar es diferente a todos los esquemas y formas de pensamiento que nosotros como hombres nos hacemos.

No por casualidad más adelante el Evangelio dice: «…habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos y dos contra tres;…el padre contra el hijo y el hijo contra el padre…».  Porque el hecho de seguir a Cristo implica para todo creyente que su misma vida será expresión de una esperanza muy diversa a la de los demás hombres. Entonces podemos enlazar este evangelio con la primera lectura que hace referencia a sucesos concretos, es el tiempo cuando Jerusalén fue sitiada por Nabucodonosor, el profeta Jeremías ya estaba en prisión, acusado de desmoralizar a los combatientes que quedaban y a toda la población. Con su actitud no parecía que estuviese buscando el bien del pueblo, sino más bien que buscaba su ruina, porque Jeremías anuncia de parte de Dios que la ciudad sería tomada; y que quien se rinda a los caldeos vivirá, y que el ejército del rey de Babilonia se apoderará de la ciudad. Entonces, no es sencillo comprender esta actitud de Jeremías que parece de traición a su patria. Pero aquí hay que ver que el Señor utiliza a los caldeos como instrumentos para castigo de su Pueblo y, que aun siendo paganos, se han convertido en gentes al servicio de Dios.

La Carta a los Hebreos nos presenta también el significado de la prueba y del sufrimiento cristianos, cuando Jesús es el origen y el término de nuestra fe, hacia quien nos encaminamos a través de las pruebas. Se presenta entonces la primera contradicción en el seguimiento de Cristo, y tenemos que elegir, tal como Jesús ha asumido la persecución de sus enemigos pasando por la humillación hasta la muerte en cruz; pero saliendo victorioso de ella, resucitando y ascendiendo a los cielos, en donde está sentado a la derecha del Padre, reinando con El. Esto es lo que nos da ánimo en la Carta a los Hebreos, donde al mismo tiempo se nos da una advertencia: todavía no hemos resistido hasta la sangre en la lucha contra el pecado.

Así se nos presenta la vida cristiana no como una simple observancia de mandamientos en el equilibrio de una paz fácil, sino como una llamada a enfrentar un clima de violencia y persecución que es la atmósfera propia en donde se vivirá la vida cristiana. En el evangelio, Jesús nos dice que vive su vida encendido por un fuego que quema y que ha venido a prender fuego en el mundo, y este fuego es lo único que en realidad nos puede llevar a vivir la vida cristiana en plenitud, San Agustín lo expresa así en sus Confesiones: «…Nos has creado para ti, Señor, y nuestro corazón no descansa hasta que no descanse en ti…».

En consecuencia, el evangelio empieza diciendo: «…He venido a arrojar fuego sobre la tierra…», la tradición de la Iglesia ve en este fuego la figura del Espíritu Santo.  Este mismo fuego es el que encendió el corazón de los apóstoles, cuando en un primer momento por miedo a los judíos tenían cerradas las puertas. Este fuego del Espíritu que los transformó en valerosos mensajeros del anuncio evangélico.  Es el fuego que Hoy supone no sentir temor ante las exigencias de la vida cristiana, porque como creyentes sólo tenemos una cosa que proponer al mundo: la cruz gloriosa de Cristo, lo que significa ser signo de contradicción ante los demás. El cristiano no puede someterse a las exigencias y comodidades del mundo porque la esperanza del cristiano lo lleva a asumir una misión que es semejante a la de su Maestro: llevar a los hombres a Dios.  Para realizar esa misión, el Espíritu Santo capacita a los cristianos para que puedan aceptar las tribulaciones y sufrimientos.  Así lo hace presente San Pablo cuando dice: «…Pero en todo esto salimos vencedores gracias a Aquél que nos amó…».

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú