XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Eclo 3, 19-21. 30-31;   Sal 67;   Hb 12, 18-19. 22-24;   Lc 14, 1. 7-14 

Sucedió que un sábado fue a comer  a casa de uno de los jefes de los fariseos. Ellos le estaban observando.

Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: “Cuando alguien te invite a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya invitado a otro más distinguido que tú y, viniendo el que os invitó a ti y a él, te diga: ‘Deja el sitio a éste’, y  tengas que ir, avergonzado, a sentarte en el último puesto. Al contrario, cuando te inviten, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba’. Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén  contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille será ensalzado.

Dijo también al que le había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tu hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos.”

Lc 14, 1. 7-14

La semana pasada, el evangelio nos presentaba la actitud radical de Cristo, ante aquellos que insistían para entrar al banquete, y con su respuesta: «...no os conozco...»; Cristo nos hacía comprender que Dios quiere ver reproducida en cada hombre la imagen de su Hijo, y por ello si no nos conoce (reconoce), es porque no ve la imagen de su Hijo, el hombre nuevo. La liturgia de hoy nos invita a reflexionar sobre dos elementos, a los que Jesús  contrapone, como actitudes fundamentales del hombre nuevo: la humildad y el desinterés: «Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.», además se nos propone dos consejos: uno para los invitados a un banquete, el otro para el que invita.

Escuchamos en la primera lectura: «…Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios…», un consejos que muestra un sentido realista de la vida. No puede decirse, sin embargo, que su autor se quede en los límites de una hábil conducta de vida, ya que leemos: «…y alcanzarás el favor de Dios…». La actitud humilde no es pues, en él una conducta hábil, sino que forma parte del saber vivir del justo ante el Señor. En el mismo libro se lee: «…hay quien es débil, necesitado de apoyo, falto de bienes y sobrado de pobreza, mas los ojos del Señor le miran para bien, él le recobra de su humillación…»

El tema de la humildad, además, se repite con frecuencia en el Antiguo Testamento. La experiencia hizo de Israel un pueblo que sabía lo que era la humildad, y los salmos no la ignoran, ellos engrandecen la oración del humilde y del pobre, porque son ellos quienes pueden ante todo alabar al Señor. En la literatura de los padres del desierto, esta actitud de la humildad era enseñada y cultivada de una manera especial; pues inspirándose en los textos de la escritura, particularmente en los Salmos se dice: «...que Dios al soberbio lo mira desde lejos...».

Para los cristianos, el abajamiento ha adquirido un inestimable valor a partir del ejemplo concreto dado por Jesús. Sin embargo aquí se trata de la humildad en cuanto que es la medida del sabio y del que cae en la cuenta de la realidad de lo que él es. Así más adelante cuando en el evangelio Jesús habla de abajarse, ya saben sus oyentes lo que entiende por ello. «…Cuanto más grande seas, más debes humillarte…», es el consejo del Eclesiástico, la actitud del sabio es la de la persona modesta que escucha.

Podemos enlazar ahora este texto con el evangelio, donde toda la importancia del relato recae sobre la sentencia final: «…El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido…». En la celebración de hoy es en el consejo dado a los invitados donde fijaremos nuestra atención, ya que este se conecta con el punto de vista presentado por la primera lectura del Eclesiástico. El que invita debe ser desinteresado; no invita para que le inviten a su vez. Por eso, no son sus parientes o amigos los convidados, sino pobres, cojos y ciegos, categorías de desgraciados, de aquellos excluidos del Templo, pero Jesús imprime al final de su consejo un carácter salvífico a la actitud de quien invita a estos al banquete: «…Te pagarán cuando resuciten los justos…».

En el primer consejo, dado a los invitados Jesús que es invitado en casa de un fariseo, encuentra la ocasión para el diálogo, para la enseñanza y para una manifestación de su interés por todos los pecadores, llamados como los demás a alcanzar la salvación en el Reino. La comida es especial, es sábado y en el banquete con Él están invitados doctores de la ley y fariseos. El anfitrión es uno de los jefes y cada uno de los invitados busca hacerse valer y dar a conocer su dignidad y reputación, escogen así hábilmente los primeros puestos.

El segundo aspecto se refiere a que estamos más cerca del Reino de Dios cuando  no actuamos en función del premio o del castigo, sino por un amor desinteresado.  También eso es obrar con humildad. La humildad, que es una postura  religiosa, define la situación del hombre ante Dios y el lugar que ocupa dentro de la  creación. En este sentido el hombre debe sentirse orgulloso de ser creado a imagen de Dios, dotado de inteligencia, amor, voluntad, creatividad. La humildad es la postura interna que el hombre adopta frente al Reino de  Dios. En la parábola de Jesús es interesante observar que  mientras se critica a los que acaparan los primeros puestos por su propia cuenta, se pone  bien en claro que el dueño de la casa, y solamente Él, puede dar a cada uno el puesto que  le corresponde. De otra manera: que cada uno mire por sí mismo para hacer las cosas lo  mejor posible; el juicio queda en manos de Dios que conoce hasta lo íntimo de cada uno. Los humildes, en la Escritura, son aquellos que viven en la esperanza y en la confianza plena de Dios, pues, el hombre humilde dice como San Pablo: «...muy a gusto presumo de mis debilidades,... pues cuando soy débil soy fuerte...». El humilde sabe que esta fuerza le viene de Dios; por eso Cristo en el evangelio nos dice: «...sin mí ni podéis hacer nada...».

Hoy lastimosamente, esta sociedad en la que vivimos, con una mentalidad utilitarista, nos lleva a vivir de una manera contraria a esta actitud, pues a lo que nos impulsa es a la autosuficiencia, autoafirmación, que refuerza el yo de la persona y lo cierra en un egoísmo individualista; y de tal manera que nos incapacita de poder reconocer y aceptar a otro como nuestra esperanza; cuando la actitud del hombre nuevo es sentirse plenamente obra de Dios a imagen de su Hijo.

Por eso de manera muy simbólica el evangelio nos narra la distribución de los asientos; pues uno de los atributos del humilde es saber que no tiene derechos propios para nada, sino que todo se de da como un don o gracia. Así la actitud de humildad, en el sentido evangélico es propia del hombre que vive según el Espíritu de Dios, sin aspiración a ser recompensado.

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú