II Domingo de Adviento, Ciclo A.

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 11, 1-10; Sal 71; Rm 15, 4-9; Mt 3, 1-12 

 

"Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: "Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos. "Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre. Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: "Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: "Tenemos por padre a Abraham"; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga."

La semana pasada, I del Tiempo de Adviento, las lecturas nos invitaban a vivir en una radical esperanza – en la vigilante espera del Señor. La presente semana, las lecturas nos presentan a Cristo como el Señor de Nuestra Esperanza, y en medio de esta esperanza se nos hace presente a Juan el Bautista, figura del Adviento. Juan el Bautista nos interpela con su obrar y sus palabras: sólo cambiando de vida abriremos una ruta al Señor que viene; con hechos habremos de manifestar nuestro deseo de convertirnos. Por eso esta semana permitamos que Juan Bautista nos interpele con la rudeza de su figura y con la franqueza de su palabra muchas veces incómoda porque nos denuncia, porque Aquel a quien seguimos no nos llama sólo a adoptar una doctrina, sino que nos llama a abrazar una Vida Nueva, porque el que cree verá su vida transformarse. Este es el motivo o razón por el que el Bautista usa frases duras contra los fariseos. A partir de esta visión, el Adviento cobrará todo su sentido, pues es el tiempo de esperar en el cumplimiento de las promesas que nos llevarán a vivir en plenitud nuestra vida en Cristo; y para ello estamos llamados a esperar en esta tensión radical a la cual nos llaman las lecturas.
El evangelio del presente domingo nos ofrece una serie de palabras, cuyo significado es importante para comprender, aquello que el evangelista quiere transmitir. En primer lugar: el desierto, lugar geográfico, inhóspito, donde no existe vida, donde no se podría vivir por sí mismo. Sin embargo, en el desierto encontramos a Juan Bautista predicando, comunicando un anuncio de esperanza, para aquellos que sentían la propia vida como un desierto. En su palabra llama a conversión porque Dios está cerca, Dios viene a nosotros, el Bautista es un signo vivo de conversión y preparación: su ejemplo, su palabra, sus gestos nos hacen presente que no estamos preparados para recibir a Dios. Este hombre que venía del desierto es un hombre quemado por el fuego del Espíritu, hombre que se alimentaba de Espíritu y de esperanza; es el hombre de la verdad y la justicia; un hombre que creía en el poder de Dios. Porque en el desierto sin la presencia de Dios el hombre muere.
La liturgia nos hace escuchar que sólo Dios puede «…sacar hijos de Abraham de las piedras…»; puede hacer que nuestro corazón de piedra se convierta en corazón de carne; puede hacer que del tronco seco broten retoños nuevos; puede hacer que el árbol estéril se llene de buenos frutos y se renueve. De esta manera se nos hace presente que convertirse no es un simple retoque al estilo de vida que llevamos, sino que es un cambio radical del Ser, de vida, convertirse es dejar de vivir: para las cosas, para sí mismo, y empezar a vivir esperando confiados en la voluntad de Dios para nosotros. Pero, si en vez de vivir para Dios y según sus planes pretendemos vivir para nuestras cosas -el tener sobre el ser-, entonces vendrá el vacío, el vivir alienado y buscando como antiguamente en la astrología el sentido de la vida. Todo esto lo denuncia Juan Bautista porque esta es la situación del hombre que ha dado la espalda a Dios, y por eso la figura del Bautista, se actualiza hoy.
La justicia de Dios se manifestará en el perdón de los pecados y en la vuelta a la comunión con Dios – Padre, por medio del Hijo. Pero esta salvación se realiza si se acepta al Mesías, pues la pertenencia al pueblo de la Nueva Alianza, lo señala el mismo Cristo: «...esto Pedro no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el Cielo...». Por eso la invitación a las obras «dignas de conversión», no es la ley sino la Fe (aceptación) en Aquel que el Padre ha enviado, esto es en la Persona de Cristo. Así en las palabras «…Aquel que viene después de mi es más fuerte que yo…»; podemos ver el cumplimiento de la profecía de Isaías, la que hemos escuchado en la primera lectura; es Aquel que viene con el Espíritu de Dios, con el mismo Espíritu con que Dios dio vida a todo ser viviente, y dio aliento al hombre creado a su imagen y semejanza; Espíritu que ungió y asistió a los: Patriarcas, Reyes y profetas, y no como aquellos falsos profetas que vivieron según su propio espíritu. Por eso que, al Mesías le acompañarán los siete dones del Espíritu y restaurará: La justicia y la Paz. El Santo Padre Benedicto XVI dice: «…la esperanza cristiana es una esperanza que redime al hombre…» (Enc. Spe Salvi, n.4). Por eso la figura del Bautista en este Tiempo de Adviento es importante para el hoy de nuestra vida.

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú