IV Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Juan 9, 1-41

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

1Sam 16, 1b. 6-7. 10-13a;   Sal 22;   Ef 5, 8-14;   Jn 9, 1-41 

Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: "Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?" Respondió Jesús: "Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios. Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo." Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: "Vete, lávate en la piscina de Siloé" (que quiere decir Enviado). El fue, se lavó y volvió ya viendo. Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: "¿No es éste el que se sentaba para mendigar?" Unos decían: "Es él". "No, decían otros, sino que es uno que se le parece." Pero él decía: "Soy yo." Le dijeron entonces: "¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?" El respondió: "Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: "Vete a Siloé y lávate." Yo fui, me lavé y vi." Ellos le dijeron: "¿Dónde está ése?" El respondió: "No lo sé." Lo llevan donde los fariseos al que antes era ciego. Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. El les dijo: "Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo." Algunos fariseos decían: "Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado." Otros decían: "Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes señales?" Y había disensión entre ellos. Entonces le dicen otra vez al ciego: "¿Y tú qué dices de él, ya que te ha abierto los ojos?" El respondió: "Que es un profeta." No creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los padres del que había recobrado la vista y les preguntaron: "¿Es éste vuestro hijo, el que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?" Sus padres respondieron: "Nosotros sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego. Pero, cómo ve ahora, no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos. Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo." Sus padres decían esto por miedo por los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: "Edad tiene; preguntádselo a él." Le llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: "Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador." Les respondió: "Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo." Le dijeron entonces: "¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?" El replicó: "Os lo he dicho ya, y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es qué queréis también vosotros haceros discípulos suyos?" Ellos le llenaron de injurias y le dijeron: "Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es." El hombre les respondió: "Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada." Ellos le respondieron: "Has nacido todo entero en pecado ¿y nos da lecciones a nosotros?" Y le echaron fuera. Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: "¿Tú crees en el Hijo del hombre?" El respondió: "¿Y quién es, Señor, para que crea en él?" Jesús le dijo: "Le has visto; el que está hablando contigo, ése es." El entonces dijo: "Creo, Señor." Y se postró ante él. Y dijo Jesús: "Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos." Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "Es que también nosotros somos ciegos?" Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: "Vemos" vuestro pecado permanece."  

Esta semana la liturgia nos presenta nuevamente un relato del evangelio de San Juan, como la semana anterior es un amplio texto que también nos pone frente a un encuentro: el encuentro de Jesús con el ciego, que luego de este encuentro salió transformado. El domingo pasado fue la samaritana, que iba a sacar agua del pozo, y se encontró con que Jesús le ofrecía un manantial de agua que no se terminaría nunca, el agua viva, capaz de dar una Nueva Vida.

Hoy nos encontramos con la historia de un hombre: un ciego de nacimiento que busca la luz. Al respecto el Siervo de Dios Juan Pablo II nos dice: «…El ciego de nacimiento representa al hombre marcado por el pecado, que desea conocer la verdad sobre sí mismo y sobre su propio destino, pero no lo logra porque se lo impide una afección congénita. Sólo Jesús puede sanarle: Él es «la luz del mundo» (Jn 9,5). Confiando en Él, todo ser humano espiritualmente ciego desde el nacimiento tiene la posibilidad de «volver a la luz», es decir, de nacer a la vida sobrenatural (…) Para quien se encuentra con Jesús no hay un tercer camino: o se reconoce la necesidad de Él y de su luz, o se decide prescindir de Él.…» (Ángelus, 10 de marzo 2002).

La fe es un camino de iluminación, un camino que parte de la humildad de reconocerse necesitados de salvación y de llegar al encuentro personal con Cristo, quien llama a seguirle en el camino del amor. El Papa Benedicto XVI, en su libro “Jesús de Nazaret” nos dice: «…el corazón, la totalidad del hombre, ha de ser pura, profundamente abierta y libre para que pueda ver a Dios…»; Teófilo de Antioquia, a quien el Papa cita en su libro, subraya: «…ven a Dios los que son capaces de mirarlo, porque tienen abiertos los ojos del espíritu…». En este evangelio se nos pone de manifiesto la ceguera, pero esta ceguera es existencial, y es presentada como la auténtica ceguera, la que nos impide discernir lo que realmente vale: la “luz de la vida”; seguir a Cristo con actitud radical, es el modo de salir de las tinieblas, de la ceguera.

El encuentro del ciego de nacimiento con Cristo se realiza en una dimensión de comunidad. Junto al ciego están sus padres, testigos de su ceguera congénita y tras el milagro obrado por Jesús de su capacidad de ver. Aparecen también los fariseos, que representan a los verdaderos "ciegos" a los que no quieren ver. Hay en el fondo de esta narración evangélica una presentación de la dimensión colectiva del pecado o sea de la realidad de la humanidad sin Dios. Ante el mal que significa la ceguera congénita, se apunta a la posibilidad que sea un efecto del pecado del ciego mismo o de sus padres. Se quiere buscar respuestas al misterio del mal, al misterio del pecado, cuando verdaderamente hay una "ceguera" fundamental que impide a la persona y a la colectividad ver los signos de Dios en la historia y comprender el misterio de la existencia del hombre. Es la ignorancia asumida como rechazo de la verdad, incluso cuando aparece la evidencia de un milagro; es la ignorancia de los judíos, los unos y los otros que necesitan ser liberados de una "ignorancia" existencial que los lleva a juicios, a modos de comportarse equivocados, a actitudes necias ante la verdad de Dios y del hombre.

El relato nos ofrece claramente el mensaje de cual es la verdadera ceguera de los judíos: la resistencia moral a asumir las consecuencias de la Palabra de Cristo, el empecinamiento de la casta religiosa de la época, que lleva a negar la encarnación del Hijo de Dios, del Enmanuel. La ceguera moral les lleva a la ceguera de los sentidos, a no ver lo que tienen ante sus ojos. Por eso no podían creer, como dice el profeta Isaías «…Les ha cegado los ojos y les ha endurecido el corazón de modo que no vean con los ojos ni entiendan con el corazón ni se conviertan…». Estas palabras vienen a confirmar que fue la dureza de corazón la auténtica causa de su ceguera, de su rechazo de la luz y de su permanencia en las tinieblas. En un impresionante contraste el ciego de nacimiento sanado por Jesús ha adquirido la visión de los sentidos, de la que carecía, y ha recibido además una luz mayor y más importante: la Revelación del mensaje del Verbo de Dios encarnado.

En tal sentido San Agustín nos dice: «… ¿Cuándo lavó este ciego el rostro de su corazón? Cuando, echado de la sinagoga por los judíos, el Señor le abrió los ojos del alma; pues, habiéndole encontrado, le dijo, según hemos oído: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? ¿Quién es, Señor, respondió, para que crea en él? (Jn 9,35-36). Ya le veía con los ojos, pero aún no con el corazón. Jesús le respondió: Soy yo, el que habla contigo (Jn 9,37). ¿Acaso lo dudó? Inmediatamente lavó su rostro. El ciego de corazón se le acercó, lo escuchó, lo creyó, lo adoró; lavó su rostro y vio...» (San Agustín, Sermón 136,1-2).

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú