II Domingo de Pascua, Ciclo A / Divina Misericordia

Juan 20, 19-31

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Hch 2, 42-47;   Sal 117;   1Pe 1, 3-9;   Jn 20, 19-31

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz con vosotros." Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: "La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío." Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos." Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré." Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: "La paz con vosotros." Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente." Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío." Dícele Jesús: "Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído." Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.

 

«Este es el día que hizo el Señor (Sal 117) expresión del Salmo que hace eco este tiempo pascual que se ha inaugurado con la Solemne Vigilia, tiempo en el que el Señor conquistó para Sí un pueblo nuevo «...mediante el espíritu de regeneración, en el que ha llenado de gozo y exultación las almas de todos...» (San Agustín, Sermo 168, in Pascha X, 1; PL 39, 2070). Desde el año 2000 nuestro venerado Siervo de Dios Juan Pablo II designó al Domingo II de Pascua como Domingo de la Misericordia Divina, porque: «... es importante que acojamos íntegramente el mensaje que nos transmite la palabra de Dios en este segundo domingo de Pascua, que a partir de ahora en toda la Iglesia se designará con el nombre de "Domingo de la Misericordia Divina". A través de las lecturas, la liturgia parece trazar el camino de la misericordia que, a la vez que reconstruye la relación de cada hombre con Dios, suscita también entre los hombres nuevas relaciones de solidaridad fraterna. Cristo nos enseñó que «el hombre no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está llamado a "usar misericordia" con los demás: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5, 7)» (Dives in misericordia, 14). Y nos señaló, además, los múltiples caminos de la misericordia, que no sólo perdona los pecados, sino que también sale al encuentro de todas las necesidades de los hombres: ...Su mensaje de misericordia sigue llegándonos a través del gesto de sus manos tendidas hacia el hombre que sufre...» (Homilía de S.S. Juan Pablo II en la Canonización de Sor Faustina Kowalska, Ciudad del Vaticano, 30 de abril de 2000).

Tal como sucedió con los Apóstoles, es necesario que la humanidad de hoy acoja en el cenáculo de la historia, de su propia historia, a Cristo resucitado, que muestra las heridas de su crucifixión y nos repite: «...Paz a vosotros...». Por ello es necesario que la humanidad deje penetrar el Espíritu que Cristo resucitado le quiere infundir. El Espíritu de Misericordia que sana las heridas de nuestro corazón, que derriba las barreras y muros que construimos apoyados en el mundo y nuestros propios afanes y que tantas veces nos separan de Dios y nos desunen entre nosotros, el Espíritu de misericordia que Dios nos regala devuelve la alegría del amor del Padre y de la comunión y unidad fraterna. El Papa Benedicto XVI nos dice: «...Fijando la mirada del alma en las llagas gloriosas de su cuerpo transfigurado, podemos entender el sentido y el valor del sufrimiento, podemos aliviar las múltiples heridas que siguen ensangrentando a la humanidad, también en nuestros días. En sus llagas gloriosas reconocemos los signos indelebles de la misericordia infinita del Dios del que habla al profeta: Él es quien cura las heridas de los corazones desgarrados, quien defiende a los débiles y proclama la libertad a los esclavos, quien consuela a todos los afligidos y ofrece su aceite de alegría en lugar del vestido de luto, un canto de alabanza en lugar de un corazón triste (cf. Is 61,1.2.3). Si nos acercamos a Él con humilde confianza, encontraremos en su mirada la respuesta al anhelo más profundo de nuestro corazón: conocer a Dios y entablar con Él una relación vital en una auténtica comunión de amor, que colme de su mismo amor nuestra existencia y nuestras relaciones interpersonales y sociales...» (Homilía Domingo de Pascua, 23 marzo 2008).

En el evangelio de San Juan se destaca que el Resucitado, al atardecer de aquel día, se apareció a los Apóstoles y «...les mostró las manos y el costado...», es decir, los signos de la dolorosa pasión grabados de modo indeleble en su cuerpo también después de la resurrección. Jesús muestra sus manos y su costado, es decir, señala las heridas de la Pasión, sobre todo la herida de su corazón, fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad. Aquellas heridas gloriosas, que ocho días después hizo tocar al incrédulo Tomás, revelan la misericordia de Dios, que «...tanto amó al mundo que le dio a su Hijo único...». En este misterio de amor está centrada la liturgia del domingo in Albis,  dedicada al culto de la Misericordia divina. Porque a los hombres, que vivimos extraviados y dominados por el poder del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor resucitado nos ofrece el don gratuito de su amor, un  amor que perdona, reconcilia y suscita la esperanza.

Durante su Homilía en la Vigilia Pascual el Papa Benedicto XVI dijo: «... En nuestra muerte el partir es una cosa definitiva, no hay retorno. Jesús, en cambio, dice de su muerte: "Me voy y vuelvo a vuestro lado". Justamente en su irse, él regresa. Su marcha inaugura un modo totalmente nuevo y más grande de su presencia. Con su muerte entra en el amor del Padre. Su muerte es un acto de amor. Ahora bien, el amor es inmortal. Por este motivo su partida se transforma en un retorno, en una forma de presencia que llega hasta lo más profundo y no acaba nunca. En su vida terrena Jesús, como todos nosotros, estaba sujeto a las condiciones externas de la existencia humana: a un determinado lugar y a un determinado tiempo. La corporeidad pone límites a nuestra existencia. No podemos estar contemporáneamente en dos lugares diferentes. Nuestro tiempo está destinado a acabarse. Entre el yo y el tú está el muro de la alteridad. Ciertamente, amando podemos entrar, de algún modo, en la existencia del otro. Queda, sin embargo, la barrera infranqueable del ser diversos. Jesús, en cambio, que a través del amor ha sido transformado totalmente, está libre de tales barreras y límites. Es capaz de atravesar no sólo las puertas exteriores cerradas, como nos narran los Evangelios (Jn 20, 19). Puede atravesar la puerta interior entre el yo y el tú, la puerta cerrada entre el ayer y el hoy, entre el pasado y el porvenir. (...) Ahora puede superar también el muro de la alteridad que separa el yo del tú...» (Homilía Vigilia Pascual 2008).

La misericordia de Dios nos acompaña día tras día. Basta que tengamos el corazón alerta para poderla percibir. Estamos muy inclinados y acostumbrados a advertir sólo el esfuerzo diario, pero si abrimos nuestro corazón, entonces podemos, aún en medio de la tribulación y la fatiga, constatar qué bueno es Dios con nosotros, cómo piensa en nosotros precisamente en las cosas pequeñas, ayudándonos así a alcanzar las grandes cosas, para que en nuestras vidas realmente podamos decir: «...eterna es su misericordia...».

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú