Solemnidad de la Ascensión del Señor, Ciclo A

Mateo 28, 16-20

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Hch. 1,1-11; Sal. 46; Ef. 1,17-23;  Mt. 28, 16-20 

Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo." 

El presente domingo celebramos la Solemnidad de la Ascensión del Señor al cielo, la liturgia de esta semana en el libro de los Hechos de los Apóstoles nos manifiesta que Jesús, tras su Resurrección, se apareció a los discípulos durante cuarenta días y después «...fue elevado en presencia de ellos...». Al respecto el Papa Benedicto XVI nos dice: «... el significado de este último gesto de Jesús es doble. Ante todo, ascendiendo a lo "alto", Él revela de modo inequívoco su divinidad: regresa de donde ha venido, esto es, a Dios, después de haber realizado su misión en la tierra. Además Cristo asciende al Cielo con la humanidad que ha asumido y que ha resucitado de los muertos: esa humanidad es la nuestra, transfigurada, divinizada, hecha eterna. La Ascensión, por lo tanto, revela la "vocación suprema" de toda persona humana: está llamada a la vida eterna del Reino de Dios, Reino de amor, de luz y de paz...» (Benedicto XVI, Regina Cæli, 21 de mayo de 2006).

La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles ha de ser entendida bajo la luz, que nos presenta la última aparición de Jesús, en palabras del Siervo de Dios Juan Pablo II: «... Se trata de la última aparición de Jesús, que termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube y por el cielo" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 659). El cielo es, por excelencia, el signo de la trascendencia divina. Cristo, después de recorrer los caminos de la historia y de entrar también en la oscuridad de la muerte, frontera de nuestra finitud y salario del pecado, vuelve a la gloria, que desde la eternidad comparte con el Padre y con el Espíritu Santo. Y lleva consigo a la humanidad redimida....» (Juan Pablo II, Catequesis Audiencia General del miércoles, 24 de mayo de 2000).

Podemos apreciar que la Ascensión al cielo está unida a la llamada economía de la salvación, que se expresa en el misterio de la Encarnación y, sobre todo, en la muerte redentora de Cristo en la cruz y su posterior resurrección. Jesús mismo afirma: «...Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna...», y Jesús repitió claramente que era Él el que abriría a la humanidad el acceso a la «casa del Padre» por medio de su cruz, de este modo manifestaba que la elevación en la cruz es el signo y anuncio definitivo de otra elevación que tendrá lugar a través de la Ascensión al cielo. La Ascensión es por tanto, el acontecimiento conclusivo de la vida y de la misión terrena de Cristo.

Al respecto San León Magno dice de la Ascensión: «...a los cuarenta días de su resurrección, se elevó al cielo en presencia de sus discípulos, poniendo así término a su presencia corporal, para permanecer a la derecha de su Padre hasta la consumación de los tiempos divinamente previstos para que se multipliquen los hijos de la Iglesia, y venga a juzgar a los vivos y a los muertos en la misma carne en que ascendió. Así pues, lo que había podido verse del Redentor, ha pasado a los ritos sagrados; y para que la fe sea más excelente y más firme, la instrucción ha sucedido a la visión: en su autoridad descansarán en adelante los corazones de los creyentes, iluminados por los rayos de luz de lo alto...« (San León Magno, Sermón 2 sobre la Ascensión, SC 74, 140; CCL 138 A, 456-457).

Al iniciar su pontificado el Papa Benedicto XVI, en la Solemnidad de la Ascensión, dijo: «... ¿Qué nos quiere decir la fiesta de la Ascensión del Señor? No quiere decirnos que el Señor se ha ido a un lugar alejado de los hombres y del mundo. La Ascensión de Cristo no es un viaje en el espacio hacia los astros más remotos; porque, en el fondo, también los astros están hechos de elementos físicos como la tierra. La Ascensión de Cristo significa que Él ya no pertenece al mundo de la corrupción y de la muerte, que condiciona nuestra vida. Significa que Él pertenece completamente a Dios. Él, el Hijo eterno, ha conducido nuestro ser humano a la presencia de Dios, ha llevado consigo la carne y la sangre en una forma transfigurada. Por la Ascensión el hombre encuentra espacio en Dios; el ser humano ha sido introducido por Cristo en la vida misma de Dios. Y puesto que Dios abarca y sostiene todo el cosmos, la Ascensión del Señor significa que Cristo no se ha alejado de nosotros, sino que ahora, gracias a su estar con el Padre, está cerca de cada uno de nosotros, para siempre. Cada uno de nosotros puede tratarlo de tú; cada uno puede llamarlo. El Señor está siempre atento a nuestra voz. Nosotros podemos alejarnos de él interiormente, podemos vivir dándole la espalda: Pero Él nos espera siempre, y está siempre cerca de nosotros...» (Benedicto XVI, Homilía en la Toma de Posesión de su Cátedra, 7 de mayo de 2005).

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú