Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo

Jn 6, 51-58

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Dt 8, 2-3. 14b-16a; Sal 147; 1Co 10, 16-17;  Jn 6, 51-58 

 

 “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.”

Discutían entre sí los judíos y decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Jesús les dijo: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.”  

Al celebrar la Solemnidad del Corpus Christi, la Iglesia nos invita a contemplar el sumo Misterio de nuestra fe: la Santísima Eucaristía, real presencia del Señor Jesucristo en el sacramento del altar. El Siervo de Dios Juan Pablo II nos dice: «...Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y «se realiza la obra de nuestra redención». Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes...» (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 11).

La celebración de este Misterio nos hace presente así que el Señor permanece vivo en el tabernáculo; por esto se le alaba especialmente con la adoración eucarística. El Papa Benedicto XVI nos dice: «... Cada vez que el sacerdote renueva el sacrificio eucarístico, en la oración de consagración, repite: «Este es mi cuerpo…», «Esta es mi sangre...» lo dice prestando la voz, las manos y el corazón a Cristo, quien quiso quedarse con nosotros por medio de la Eucaristía para ser el corazón palpitante de la Iglesia...» (Benedicto XVI, Solemnidad del Corpus Christi, 2005).

En este día se celebra la procesión eucarística, particular forma de adoración pública de la Eucaristía, que se ve enriquecida por las manifestaciones tradicionales de devoción popular. En la vida de hoy es importante recuperar la capacidad de silencio interior y de recogimiento: la adoración eucarística permite hacerlo no sólo en torno al «yo», sino más bien en compañía de ese «Tú» lleno de amor, que es Jesucristo, el Dios cercano a nosotros. El Santo Padre Benedicto XVI nos dice: «... En el Sacramento del altar, el Señor viene al encuentro del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,27), acompañándole en su camino. En efecto, en este Sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad. Puesto que sólo la verdad nos hace auténticamente libres (Jn 8,36), Cristo se convierte para nosotros en alimento de la Verdad...» (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 2).

El Papa Benedicto XVI manifestó también lo siguiente: «...Jesús, como signo de la presencia, escogió el pan y el vino. Con cada uno de los dos signos se entrega totalmente, no sólo una parte de sí. El Resucitado no está dividido. Él es una persona que, a través de los signos, se acerca a nosotros y se une a nosotros. Los signos, sin embargo, representan de manera clara cada uno de los aspectos particulares de su misterio y, con su manera típica de manifestarse, nos quieren hablar para que aprendamos a comprender algo más del misterio de Jesucristo. Durante la procesión y en la adoración, nosotros miramos a la Hostia consagrada, la forma más sencilla de pan y de alimento, hecho simplemente con algo de harina y de agua. La oración con la que la Iglesia durante la liturgia de la misa entrega este pan al Señor lo presenta como fruto de la tierra y del trabajo del hombre. En él queda recogido el cansancio humano, el trabajo cotidiano de quien cultiva la tierra, de quien siembra, cosecha y finalmente prepara el pan...» (Benedicto XVI, Homilía Corpus Christi 2007).

Existe así una relación muy estrecha entre hacer la Eucaristía y anunciar a Cristo. Entrar en comunión con Él en el memorial de la Pascua significa, al mismo tiempo, convertirse en misioneros del acontecimiento que se actualiza; en cierto sentido, significa hacerlo contemporáneo de toda época, hasta que el Señor vuelva. En la Solemnidad del Corpus Christi, la Iglesia no sólo celebra la Eucaristía, sino que también la lleva solemnemente en procesión, anunciando públicamente que el Sacrificio de Cristo es para la salvación del mundo entero.

San Agustín nos dice: «... ¿Qué palabras habéis oído de boca del Señor que nos invita?, ¿Quién nos invita? ¿A quiénes invitó y qué preparó? Fue el Señor quien invitó a sus siervos, y les preparó como alimento a Sí mismo. ¿Quién se atreverá a comer a su Señor? Con todo, dice: Quien me come, vive por mí (Jn 6,58). Cuando se come a Cristo, se come la vida. No se le da muerte para comerlo; al contrario, Él da la vida a los muertos. Cuando se le come, da fuerzas, pero Él no mengua. Por tanto, hermanos, no temamos comer este pan por miedo a que se acabe y no encontremos después qué tomar. Comamos a Cristo: aunque comido vive, puesto que habiendo muerto resucitó. Ni siquiera lo partimos en trozos cuando lo comemos. Así acontece, en efecto, en el sacramento...» (San Agustín, Sermón 132 A).

La Iglesia, agradecida por este inmenso don de la Eucaristía, se reúne en torno al Santísimo Sacramento, porque en él se encuentra la fuente y la cumbre de su ser y su actuar. En la Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis el Papa Benedicto XVI nos dice: «...La Eucaristía es, pues, constitutiva del ser y del actuar de la Iglesia. Por eso la antigüedad cristiana designó con las mismas palabras Corpus Christi, el Cuerpo nacido de la Virgen María, el Cuerpo eucarístico y el Cuerpo eclesial de Cristo. Este dato, muy presente en la tradición, ayuda a aumentar en nosotros la conciencia de que no se puede separar a Cristo de la Iglesia. El Señor Jesús, ofreciéndose a sí mismo en sacrificio por nosotros, anunció eficazmente en su donación el misterio de la Iglesia....» (Sacramentun Caritatis, 15).

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú