IX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 7, 21-27

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Dt 11, 18.26-28.32; Sal 30; Rm 3, 21-25a.28; Mt 7, 21-27 

"No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" Y entonces les declararé: "¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!"  "Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina." 

Desde el día de Pentecostés, la Iglesia conserva la palabra de Cristo como su valioso tesoro, esta Palabra recogida en las páginas del Evangelio, ha llegado hasta nuestro tiempo. Somos nosotros quienes estamos llamados a transmitirla a las futuras generaciones como fuente viva de la verdad sobre Dios y sobre el hombre, fuente de auténtica sabiduría. El Siervo de Dios Juan Pablo II nos dice al respecto: «...Son realmente «bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen», pues experimentan esta gracia particular, en virtud de la cual la semilla de la palabra de Dios no cae entre espinas, sino en terreno fértil, y da abundante fruto. Precisamente esta acción del Espíritu Santo, el Consolador, se adelanta y nos ayuda, mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede «a todos gusto en aceptar y creer la verdad» (Dei Verbum, 5). Son bienaventurados porque, descubriendo y cumpliendo la voluntad del Padre, encuentran constantemente el sólido cimiento del edificio de su vida...» (Juan Pablo II, Homilía en Pelplin, Polonia, 6 de junio 1999).

En la segunda lectura San Pablo nos habla de la Palabra de Dios cumplida desde la Cruz. Nos llama a escuchar esta palabra, que es una e indivisible, para así comprender realmente lo que Dios nos dice en nuestra historia. El apóstol nos invita a ver que acoger esta palabra es una gracia que nos alcanza por la obra salvadora de Jesucristo y que fuera de Ella no existe medio alguno para unirnos a Dios. Sólo Dios, con su palabra, nos traza el camino que nosotros podemos y debemos recorrer, incluso San Pablo nos dice que la propia Ley nos muestra: la primacía de la Gracia de Dios y el hombre alcanza la salvación por la fe. El apóstol presenta una enseñanza para todos, judíos o paganos, porque sobre todos pesa la realidad del pecado, «todos están privados de la gloria de Dios»; sin embargo, a todos se les ofrece la posibilidad de ser salvados gratuitamente. Jesús ha muerto y ha resucitado por todos, y su sacrificio lo ha aceptado el Padre.

También en la primera lectura se habla de las maravillas realizadas por Dios en favor de Israel, y de las palabras -los «Diez mandamientos»- custodiadas en el arca, palabras que son fruto de la alianza. De la actitud del pueblo de Israel ante la alianza, de su fidelidad o infidelidad, se desprenderá la bendición o maldición: la maldición es la consecuencia de negar a Dios y caer en la idolatría. No observar la alianza y desobedecer las palabras de Dios es igual que abandonar el camino justo para recorrer otro, más cómodo pero no indicado por Dios.

Retomando el pasaje evangélico de hoy, Cristo mismo nos dice al terminar el sermón de la Montaña: «...Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que construyó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero no cayó, porque estaba cimentada sobre roca» (Mt 7, 24-25). El caso contrario del que edificó sobre roca es el hombre que edificó sobre arena. Su construcción resultó poco resistente. Ante las pruebas y las dificultades ante la cruz, se derrumbó...». Esto es lo que Cristo nos enseña, esta es la respuesta a la pregunta esencial de la fe: los cimientos del edificio cristiano son la escucha y el cumplimiento de la palabra de Cristo; y al decir «la palabra de Cristo» no sólo estamos haciendo referencia a su enseñanza, a sus parábolas y sus promesas, sino también a sus obras, sus signos y sus milagros. Y sobre todo a su muerte, a su resurrección y a la venida del Espíritu Santo. Más aún: nos referimos al Hijo mismo de Dios, al Verbo eterno del Padre, en el misterio de la Encarnación.

El Siervo de Dios Juan Pablo II dijo: «...no creáis en falaces ilusiones y modas efímeras que no pocas veces dejan un trágico vacío espiritual! Rechazad las seducciones del dinero, del consumismo y de la violencia solapada que a veces ejercen los medios de comunicación. Adorad a Cristo: Él es la Roca sobre la que construir vuestro futuro y un mundo más justo y solidario. Jesús es el Príncipe de la paz, la fuente del perdón y de la reconciliación, que puede hacer hermanos a todos los miembros de la familia humana...» (Juan Pablo II, Mensaje de Juan Pablo II para la XX Jornada Mundial de la Juventud (Colonia, agosto 2005), 6 de agosto de 2004). Porque al aceptar que Cristo sea nuestra roca la vida del hombre es auténtica,  de otra manera si Cristo no es nuestra roca nuestra vida solo es apariencia sin consistencia. 

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú