XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 13, 1-23

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 55, 10-11;    Sal 64;   Rm 8,18-23;    Mt 13, 1-23.

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a él, que hubo de subir a sentarse en una barca, y toda la gente quedaba en la ribera. Y les habló muchas cosas en parábolas. Decía: "Una vez salió un sembrador a sembrar. Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. El que tenga oídos, que oiga." Y acercándose los discípulos le dijeron: "¿Por qué les hablas en parábolas?" El les respondió: "Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane. "¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron. "Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumba enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero los preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta."

El evangelio de este domingo nos presenta la parábola del sembrador la cual puede resultar conocida a los oídos. El evangelio dice: «...salió un sembrador a sembrar, mientras sembraba unas semillas cayeron a lo largo del camino, otras en un pedregal; algunas entre abrojos, otras en tierra buena, y sólo éstas dieron fruto...». Es importante lo que al respecto de las parábolas nos dice el Siervo de Dios Juan Pablo II: «...no es posible comprender el origen de la Iglesia sin tener en cuenta todo lo que Jesús predicó, realizó, (...) y nos ha dejado su enseñanza fundamental en las parábolas del reino de Dios. (...) Jesús dice: «El reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. (...) Por tanto, el reino de Dios crece aquí en la tierra, en la historia de la humanidad, en virtud de una siembra inicial, es decir, de una fundación que viene de Dios, y de un obrar misterioso de Dios mismo, que la Iglesia sigue cultivando a lo largo de los siglos...» (Juan Pablo II, Catequesis El crecimiento del reino de Dios según las parábolas evangélicas, 25 de septiembre de 1991).

El profeta Isaías, en la primera lectura, nos presenta una bella figura acerca de la lluvia, anticipa de algún modo la idea del Evangelio: el agua cae, empapa la tierra y la fecunda, así como la semilla cae en tierra. La Palabra llega a los corazones, de aquellos que la acogen y cumple su finalidad de dar vida, de comunicar aquello que solamente Dios puede dar a aquellos que lo acogen: la verdadera vida. Por ello la predicación de Jesús se desarrolla y sustenta en gran medida en las parábolas. Este modo de enseñar es característico de Jesús, las parábolas son historias que describen situaciones o hechos de la vida cotidiana. Jesús, haciendo uso de los temas comunes de la vida, de situaciones reales, da a conocer a los hombres el significado último y profundo de la verdad de Dios y de cómo se comporta Dios con el hombre. El Papa Benedicto XVI afirma: «...A través de lo cotidiano (Jesús) quiere indicarnos el verdadero fundamento de todas las cosas y así la verdadera dirección que hemos de tomar en la vida de cada día, para seguir el recto camino. Nos muestra a Dios, no un Dios abstracto, sino el Dios que actúa, que entra en nuestras vidas y nos quiere tomar de la mano...» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Bogotá, 2007, 233).

En la parábola del sembrador y la semilla, el crecimiento del reino de Dios se presenta ciertamente como fruto de la acción del sembrador; pero la siembra produce fruto en relación con el terreno y con las condiciones climáticas: «...una ciento, otra sesenta, otra treinta...» (Mt 13, 8). Podemos entonces notar que el terreno expresa el interior de los hombres, su apertura a la voluntad de Dios, a querer vivir radicalmente el amor a Él y el prójimo, el abandono confiado a Dios. El mismo Jesús da la explicación de la parábola del sembrador a pedido de sus discípulos y en sus palabras se manifiesta la dimensión temporal y escatológica del reino de Dios.  Mencionamos nuevamente al Siervo de Dios Juan Pablo II que nos explica: «...Las semillas caídas a lo largo del camino designan a quienes oyen la palabra del reino de Dios, pero no la comprenden; viene el maligno y arrebata lo sembrado en su corazón (cf. Mt 13, 19). El maligno recorre frecuentemente este camino, y se dedica a impedir que las semillas germinen en el corazón de los hombres. Esta es la primera comparación. La segunda es la de las semillas caídas en un pedregal. Este suelo designa a las personas que oyen la palabra y la reciben enseguida con alegría; pero no tienen raíz en sí mismas y son inconstantes. Cuando llega una tribulación o una persecución por causa de la Palabra, sucumben enseguida (cf. Mt 13, 20-21). ¡Qué psicología encierra esta comparación de Cristo! ¡Conocemos bien, en nosotros y a nuestro alrededor, la inconstancia de personas sin raíces que puedan hacer crecer la palabra! La tercera es la de las semillas caídas entre abrojos. Cristo explica que se refiere a las personas que oyen la palabra, pero que, a causa de las preocupaciones de este mundo y de su apego a las riquezas, la ahogan y queda sin fruto (cf. Mt 13, 22). Por último, las semillas caídas en tierra buena representan a quienes oyen la palabra y la acogen, y da fruto en ellos (cf. Mt 13, 23). Toda esta magnífica parábola nos habla hoy, tal como hablaba a los oyentes de Jesús hace dos mil años...» (Juan Pablo II, Homilía Un nuevo Pentecostés, 23 de Agosto de 1997).

De esta manera queda claro, a través de esta parábola, lo que Jesús nos quiere comunicar: el Reino de Dios es un don que Dios concede al hombre, y no fruto del esfuerzo del hombre. La semilla que crece representa la predicación, el anuncio acogido del Kerygma. Frente al desaliento y las dudas, el Señor nos consuela con la parábola diciéndonos que la acción de Dios puede hacer crecer la semilla y dar frutos más allá de la falta de fe y confianza del hombre. El Papa Benedicto XVI dijo a los sacerdotes reunidos en Aosta: «... el sufrimiento es precisamente el camino de la transformación y sin sufrimiento no se transforma nada. Éste también es el sentido de la parábola del grano de trigo caído en tierra: sólo con un proceso de atormentada transformación se llega al fruto y se abre la solución. Y si para nosotros no fuera un sufrimiento la aparente ineficacia de nuestra predicación, sería una señal de falta de fe, de auténtico compromiso. Tenemos que tomar en serio estas dificultades de nuestro tiempo y transformarlas sufriendo con Cristo y así transformarnos nosotros mismos. Y en la medida en que nosotros mismos somos transformados también podemos ver la presencia del Reino de Dios y hacer que la vean los demás...» (Benedicto XVI, Discurso improvisado a los sacerdotes de la diócesis de Aosta en la iglesia parroquial de Introd sobre algunas cuestiones candentes de la vida de la Iglesia, 25 de julio de 2005).

Para concluir citamos nuevamente al Papa Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret: «... las parábolas hablan de manera escondida del misterio de la cruz; no sólo hablan de él: ellas mismas forman parte de él. Pues precisamente porque dejan traslucir el misterio divino de Jesús, suscitan contradicción. (...) En las parábolas Jesús no es sólo el sembrador que siembra la semilla de la palabra de Dios, sino que es semilla que cae en la tierra para morir y así dar fruto...» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 231). Por ello que nuestra vida dé ciento, setenta o treinta de fruto no nos debe preocupar, lo importante es que digamos como San Pablo: «... La gracia de Dios no ha sido estéril en mi...».

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú