I Domingo de Adviento, Ciclo A

Mateo 24, 37-44

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 2, 1-5;   Sal 121;   Rm 13, 11-14;   Mt 24, 37-44

"Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el campo: uno será tomado, el otro dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada.

Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a que hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el  momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre." 

Con este domingo se inicia el nuevo Año Litúrgico en la Iglesia. Es importante señalar, que la vida de la Iglesia, no se encuentra circunscrita en un caminar cíclico, la Const. Dog. Lumen Gentium nos presenta a la Iglesia de Cristo peregrina: caminando orientada hacia la Casa del Padre del Cielo.

No vamos hacer una explicación detallada, porque no es el lugar. Existen tres ciclos de lecturas, para cada año,  que luego se repetirán: A, B y C; esta trilogía, se proclama en las liturgias dominicales, y nos hace escuchar, casi en su totalidad, la Sagrada Escritura: no sólo para narrar y contemplar el cumplimiento de las Promesas de Dios, en su Hijo Jesucristo; sino también para contemplar este cumplimiento de las Promesas en la Iglesia encarnada en el tiempo, pueblo de los redimidos, por el bautismo, y Ésta, junto con sus hijos se une a Pedro su cabeza, cuando responde: “ ... a dónde iremos Señor sólo tu tienes palabras de vida, ...”. En esta espera vivimos hasta que vuelva, Aquel, que está a la diestra del Padre en el Cielo, para poner, nuevamente todas las cosas en sus manos.

Es oportuno decir, que el año litúrgico se divide en cuatro tiempos: adviento, cuaresma, pascua y tiempo ordinario (34 semanas). En cada uno de ellos, se remarca con fuerza un aspecto de la historia de la salvación, pero esto no quiere decir que lo demás este ausente. En este sentido “adviento”, es una palabra latina que significa: llegada, venida; y es el primer tiempo del año litúrgico, que tiene como finalidad prepararnos de manera fructífica, al nacimiento de Nuestro Salvador y Señor Jesucristo, que viene a la tierra para llevar a término la revelación y obra de salvación del Padre, que quiere a la humanidad reconciliada y en comunión con Él. Junto a esta venida de Cristo al mundo para redimirlo, el tiempo de adviento nos orienta hacia la venida Gloriosa de Cristo, que viene a llevar a término la historia, que no es una construcción de la voluntad del hombre, sino que obedece a la voluntad salvífica de Dios. Así la segunda venida de Cristo no se debe esperar, como un día de terror, ni de horror, sino como el Día del Señor: que viene y vendrá, para juzgar el mundo y salvar a sus fieles, se vive en Esperanza y caridad. Por eso que la Iglesia peregrina en la tierra, en la celebración de la Eucaristía (Acción de Gracias), se une a la Iglesia del Cielo, dando Gracias a su Señor, por haber dado y encendido, en el mundo, la Esperanza de Redención para toda la humanidad.

 A continuación presentaremos un comentario breve de cada una de las lecturas propuestas para este primer domingo del tiempo de adviento.

En el evangelio se nos presenta el tema central del adviento, la exhortación apremiante de que Dios está en camino hacia nosotros. Este era un presentimiento constante ya desde el Antiguo Testamento, que con el advenimiento de su Mesías esperaba también el final de los tiempos; este era también el presentimiento inmediato de Juan Bautista, quien según los evangelios sinópticos, no quería sino preparar en el desierto un camino al Señor y anunciar un juicio decisivo. Por ello se nos apremia de una manera especial: se puede percibir ya la proximidad de Dios en el tiempo de la propia vida; Él está ya cerca de nosotros desde el momento de nuestra conversión. El evangelio insiste en la necesidad de permanecer en un estado de alerta que no crea poder observar la venida de Dios en las relaciones terrenas, Dios irrumpe en la historia en cierto modo verticalmente, desde lo alto; viene para todos a una hora que nadie espera; precisamente por eso hay que estar siempre esperándole.

En la segunda lectura, el estado de vigilancia que se nos pide, exige en primer lugar distinguirse del curso del mundo que no tiene esperanza, que a lo sumo aspira a metas intramundanas, que no cambian nada esencial en las costumbres de la vida cotidiana, comer, beber, casarse, sin sospechar siquiera que con la venida de Dios puede irrumpir en el mundo algo comparable al diluvio. San Pablo, llama a estas actividades puramente terrenales, porque no han sido realizadas de cara a la luz que comienza  a brillar. El apóstol no desprecia lo terreno: hay que comer y beber, pero nada de excesos, hay que casarse, trabajar en el campo y en el molino, "...pero nada de lujuria ni desenfreno,... riñas ni pendencias...". Lo terreno es regulado, refrenado por la espera de Dios, quedando así reducido a lo necesario. La actividad del mundo es un sueño y ha llegado la hora de estar alertas: es el mejor momento para despertar. Este estar despierto es ya un comienzo de luz, un prepararse con  las "...armas de luz...", para no volver a caer en el sueño, para luchar contra la modorra, la tibieza que produce el acomodarse al mundo abandonando a Dios.

En la primera lectura, la gran visión inicial de Isaías muestra que los que  esperan a Dios son un monte espiritual por cuya luz pueden orientarse todos los pueblos, porque solamente de aquí saldrá "...la ley, el árbitro de las naciones..."; sólo aquí la guerra interminable contra los males del mundo cesará y se tornará en una paz de Dios; sólo aquí este mundo de por sí oscuro, podrá "...caminar a la luz del Señor...". La promesa del Dios que viene contiene también una advertencia, la visión de que algunos serán tomados y otros dejados, una división según un juicio de Dios;  pero sólo en el sentido de una exhortación a estar despiertos y preparados. Para el que está despierto, la llegada de Dios no es motivo de temor: cuando Dios llegue, "...alzad la cabeza, que se acerca vuestra liberación...".

Yendo brevemente al comentario de las lecturas de la presente semana, la liturgia a través de las lecturas de Isaías y de S. Pablo, presenta de manera bien marcada: el nacer de nuevo, que se dará por un nuevo día, que se desarrollará en la Paz. Y sobre todo porque hay una garantía de que en este caminar, el fiel no se encuentra solo. De las lecturas se puede entresacar, esta actitud de vigilancia, que debe caracterizar a aquel que espera en la venida de su Señor. Porque esto implica una renuncia a lo que San Pablo dice: “ ... no vivir según la carne, ...”.

Pero fundamentalmente, como una contribución, podemos, a través de una cita de San Pablo, enmarcar las lecturas de este primer domingo de adviento: “ ... revestíos del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y santidad,...”. Nos lleva a meditar, que el cristiano, no es uno que sólo se debe ilustrar de un conocimiento, sino que supone una vida nueva, un nuevo nacimiento. Y esta realidad según Dios, o sea, que esto debe ser una actuación de Dios en la vida del hombre, porque el hombre que ha nacido de Dios, está llamado a vivir según la justicia de Dios y según su Vida, que es la Santidad; ya S. Agustín diría que el Dios se ha hecho hombre, para que el hombre sea Dios.

Seguir a Cristo, no significa que nosotros le sigamos por nuestra cuenta, yo le puedo seguir si Cristo habita en mí, yo espero en El; si Cristo habita en mí, veo el amor del Padre, que en Cristo me ha amado hasta entregarlo a la muerte de Cruz, y en quien he recibido el perdón de mis pecados y he sido reconciliado, llamado y elegido.  

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú