III Domingo de Adviento, Ciclo A

Mateo 11, 2-11

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 35, 1-6. 10;   Sal 145;   St 5, 7-10;   Mt 11, 2-11

Juan que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: "¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?" Jesús les respondió: "Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!".

Cuando estos se marchaban se puso Jesús a hablar de Juan a la gente: "¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? Mirad, los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Este es de quien está escrito:

He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti,

que preparará tu camino por delante de ti.

"En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista, sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él".

 

Así como la semana pasada las lecturas no invitaban a una conversión sincera como expresión de nuestra esperanza no sólo en el Cristo que vamos a conmemorar en su nacimiento, sino en la esperanza que caracteriza la vida cristiana como peregrinos y llamados a participar del reino del Hijo querido. En este domingo, las lecturas que se van a proclamar nos invitan a entrar en un gozo pleno, en una paciencia de espera, en no escandalizarnos de Aquel a quien Juan nos  señala como el Cordero de Dios, que ha venido para perdonar los pecados del mundo.

A continuación, como un subsidio haremos un pequeño comentario teológico bíblico de las lecturas correspondientes.

En la primera lectura, Isaías describe la transformación del desierto en tierra fértil como consecuencia de la  venida de Dios. "...Mirad a vuestro Dios...". El desierto es el mundo que Dios no ha visitado todavía; pero ahora Dios viene. El hombre es ciego, sordo, cojo y mudo, cuando todavía no ha sido visitado por Dios. Pero ahora los sentidos se abren y los miembros se sueltan. Los ídolos que se adoraban en lugar del Dios vivo eran tal y como nos lo describen los salmos y los libros sapienciales, ciegos, sordos, cojos y mudos; y sus adoradores eran semejantes a ellos. Estaban alejados del Dios vivo, pero ahora "...vuelven los recatados del Señor...", son  liberados de la muerte espiritual y renacen a la verdadera vida. Es a esto precisamente a lo que alude Jesús en el evangelio cuando describe su acción.

En el evangelio se nos presenta a Juan el Bautista que tiene que soportar en la cárcel la oscuridad que Dios le impone, como parte de su futuro testimonio de sangre. El había esperado a un hombre poderoso, que bautiza con espíritu y fuego. Y en el evangelio aparece un hombre humilde que no "apaga el pábilo vacilante", Jesús calma su inquietud mostrándole que la profecía se cumple en él; en milagros discretos que aumentan la fe que  persevera: "...dichoso el que no se sienta defraudado por mí..." Quizá sea precisamente esta oscuridad impuesta al testigo, la razón por la que Jesús le alaba ante la multitud: Juan se ha entendido a sí mismo como lo que realmente es, como el mensajero enviado delante  de Jesús, el que le ha preparado el camino. Juan se ha designado a sí mismo como simple voz que grita en el desierto, anunciando el milagro de lo Nuevo que ha de venir; y efectivamente: el más pequeño en el reino que viene es más grande que él, sin embargo, como "... amigo del Esposo...", precisamente por tener la humildad de ceder el sitio y eclipsarse, ha sido iluminado por la luz de la nueva gracia.

En la segunda lectura, como indica Santiago, el retorno de Dios con motivo d su venido a nosotros, exige la espera paciente. El labrador y la actitud paciente que normalmente le caracterizan, se ponen como ejemplo. El labrador aguarda pacientemente el fruto de la tierra, que, como dice Jesús en una parábola, crece por sí solo. "...sin que él sepa como..." (Mc 4, 27). Nos atrae la lluvia con magia, "...espera  pacientemente la lluvia temprana y tardía...". Santiago sabe que la paciencia cristiana no es una espera ociosa, sino que exige un "... fortalecimiento del corazón...", y esto no en un entrenamiento natural, sino "... porque la venida del Señor está próxima...". Paciencia significa no precipitar nada, no acelerar nada artificialmente, sino dejar venir sobre nosotros todo lo que Dios ha dispuesto. Saber "... que el Juez está ya a la puerta...", no nos da derecho a abrirla bruscamente. Con sabiduría a los impacientes se les dice que tomen como ejemplo a los profetas y su paciencia perseverante. Con el mismo derecho se podría invocar el ejemplo de la paciencia de María en su Adviento. La mujer encinta no puede ni debe precipitarse, también la Iglesia está gestando, pero no se sabe cuándo llegará el momento de dar a luz. 

Dando unas líneas orientativas con respecto al comentario de las lecturas para el presente domingo, podemos decir en primer lugar, que el profeta Isaías pone de manifiesto que este gozo en el Señor, esta alegría que el hombre puede experimentar en el Señor, se presenta fundamentalmente porque el hombre celebra en su vida el cumplimiento de las promesas de Dios.

Es cierto que en el tiempo del profeta Isaías estas palabras, dichas por él, son una profecía para sus oyentes, pero haciendo una lectura cristiana de lo que hemos escuchado por boca del profeta, nos introduce en el gozo en el Señor; por esto en el Evangelio de la presente semana, cuando Juan el Bautista manda a sus discípulos a preguntarle a Cristo si era él al que debíamos esperar, Cristo le responde con signos, que hacen presente y confirman que Él es el cumplimiento de las promesas hechas por los profetas en el Antiguo Testamento, en otras palabras Él es la plenitud, el cumplimiento de la esperanza de los justos del Antiguo Testamento.

De esta manera como ya lo anunciaba el profeta Isaías en la primera lectura, en este domingo podemos vivir en el gozo y en la alegría y esperanza, porque Cristo es la Buena Noticia del Padre para todos nosotros, que muchas veces a través de diversas circunstancias en la vida podemos encontrarnos de manera simbólica: como ciegos, cojos o mudos. Pero es Cristo, que revestido del Espíritu del Padre es Él enviado, para nuestra salvación y para que en Él los pobres, los de corazón destrozado y vacilantes encuentren una esperanza sólida para sus vidas. Dicho de otra manera, en Cristo nuevamente el Padre recrea la obra de sus manos y no sólo nos reconcilia con Él, sino que nos hace partícipes de la vida inmortal para la cual hemos sido creados.

San Ambrosio, haciendo un comentario del pasaje de San Lucas, que es un paralelo del evangelio del presente domingo, menciona: “Cristo es la plenitud de la esperanza del Antiguo Testamento, porque la ley y los profetas preparaban y mantenían a los justos en la esperanza del Mesías”. San Agustín al respecto dice: “Juan prefirió humillarse antes que usurpar a la persona de Cristo y engañarse a sí mismo; Sermones 288, 2”.

En la segunda lectura por reiteradas veces el apóstol Santiago nos habla de la paciencia diciendo: “…sed pacientes…”. Esta paciencia, a la cual nos invita el apóstol, podemos enmarcarla dentro del espíritu de los bienaventurados; pues los bienaventurados como sabemos según el evangelio de Mateo, son aquellos que participan y han sido revestidos de la vida nueva en Cristo. Es así que esta paciencia es la actitud que dilata el corazón del creyente que vive en la espera-esperanza en el Señor; y por eso en este tiempo de Adviento el Señor nos está invitando, a cada uno de nosotros, a través de la lecturas que hemos escuchado a que no nos desanimemos ante cualquier imprevisto en la vida, pues sólo podremos mantenernos en vigilancia en el Señor en esta paciente espera: “…Maranathá, ven Señor Jesús…”

 

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú