XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 14,22-33

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

1Re 19,9.11-13; Sal 84; Rm 9,1-5; Mt 14,22-33 

Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí. La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: "Es un fantasma", y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: "¡Animo!, que soy yo; no temáis." Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas." "¡Ven!", le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: "¡Señor, sálvame!" Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?" Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: "Verdaderamente eres Hijo de Dios." 

En esta semana la liturgia presenta dos manifestaciones de la presencia y misericordia del Señor. Elías huye al monte de Dios entristecido porque derriba los altares de los ídolos y mata a los falsos profetas. En la soledad tiene un encuentro con Dios, que no estaba en el aire o el fuego o el terremoto, sólo en una brisa percibe que Dios se hace presente en su vida. El Papa Benedicto XVI nos dice al respecto: «... Elías, en el monte Carmelo, había tratado de combatir el alejamiento de Dios con el fuego y con la espada, matando a los profetas de Baal. Pero, de ese modo no había podido restablecer la fe. En el Horeb debe aprender que Dios no está ni en el huracán, ni en el temblor de tierra ni en el fuego; Elías debe aprender a percibir el susurro de Dios y, así, a reconocer anticipadamente a Aquel que ha vencido el pecado no con la fuerza, sino con su Pasión; a Aquel que, con su sufrimiento, nos ha dado el poder del perdón. Este es el modo como Dios vence...» (Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de Pentecostés, 15 de mayo de 2005).

En el lago de Genesaret, después del milagro de la multiplicación de los panes, los Apóstoles habían subido a la barca para ir a otro pueblo, es entonces que ven a Cristo caminando sobre las aguas del lago como si se tratara de tierra sólida. Los Apóstoles se turbaron creyendo que era un fantasma. Al oír el grito, Cristo les habló: «... ¡Animo!, soy yo; no temáis...». Entonces Pedro dijo: «...Señor, si eres tu, mándame ir donde ti sobre las aguas...». Y él le dijo: « ¡Ven!». Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas. Pero, ya cerca de Cristo, viendo la violencia del viento, tuvo miedo y como comenzara a hundirse, gritó: « ¡Señor, sálvame!».Cristo, tendiendo la mano, le agarró y, sujetándole para que no se hundiera, le dijo: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».  A partir de este momento los discípulos confiesan su fe en Cristo cuando, en medio de la tormenta, le ven caminando sobre las aguas y calmando el viento. Cristo libró a Pedro del miedo que se había apoderado de él ante el mar en tempestad. Cristo también nos ayuda a nosotros a aceptar los momentos difíciles de la vida, si nos dirigimos a Él con, fe y esperanza. La fe en Cristo y la esperanza en Él llevan al creyente a vencer el mal y las consecuencias del pecado en su vida.

El Siervo de Dios Juan Pablo II nos dice: «...Este pasaje evangélico entraña un profundo contenido. Atañe al problema más importante de la vida humana: la fe en Jesucristo. Pedro ciertamente tenía fe como demostró más tarde de modo magnífico, en las cercanías de Cesarea de Filipo, pero en ese momento su fe aún no era muy firme. Cuando comenzó a soplar más fuerte el viento, Pedro comenzó a hundirse, pues había dudado. No fue el viento el que hizo hundirse a Pedro en el lago, sino su falta de fe. A la fe de Pedro le faltó un elemento esencial: abandonarse plenamente a Cristo, confiar totalmente en él en el momento de la gran prueba; le faltó la esperanza sin reservas en él. La fe y la esperanza, junto con la caridad, constituyen el fundamento de la vida cristiana, cuya piedra angular es Jesucristo...» (Juan Pablo II, Homilía en la Liturgia de la Palabra celebrada con los jóvenes en Poznan, Polonia. 3 de Junio de 1997). San Agustín al respecto nos dice: «...Pedro caminó sobre las aguas por mandato del Señor, sabiendo que por sí mismo no podía hacerlo. Por la fe pudo lo que la debilidad humana no hubiera podido. Éstos son los fuertes en la Iglesia. Atended, escuchad, entended, obrad. Porque no hay que tratar aquí con los fuertes para que sean débiles, sino con los, débiles para que sean fuertes. A muchos les impide ser firmes su presunción de firmeza. Nadie logra la firmeza de manos de Dios, sino quien reconoce en sí mismo la flaqueza...» (San Agustín, Sermón 76, 6).

San Cirilo de Jerusalén dice de este evangelio: «... Si guardamos esta fe, nos veremos libres de la condenación y adornados de todo género de virtudes. Pues la fe tiene poder para mantener a los hombres andando sobre las aguas. Pedro era un hombre semejante a nosotros, formado de carne y sangre y que se alimentaba con los mismos alimentos. Pero cuando Jesús le dijo: «Ven», por la fe «se puso a caminar sobre las aguas» (Mt. 14, 29-31), teniendo sobre ellas en la fe un cimiento más firme que cualquier otro; el peso del cuerpo era suprimido por la agilidad de la fe. Y mientras creyó, anduvo con paso firme sobre las aguas; pero cuando dudó, comenzó a hundirse. Al alejarse y disminuir poco a poco la fe, era arrastrado hacia el fondo. Cuando Jesús se dio cuenta de la dificultad, Él, que es capaz de curar las aflicciones íntimas del alma, exclamó: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». Y con la fuerza de Él, que le cogió la mano derecha, con lo que recobró la fe, llevado de esta mano por el Señor, continuó como antes andando sobre las aguas. Indirectamente habla de esto último el Evangelio cuando señala: «Subieron a la barca...» (14, 32). No dice que Pedro subiera después de nadar, sino que nos insinúa que el espacio que recorrió hasta Jesús lo hizo andando y, tras recorrerlo de nuevo, subió a la barca...» (San Cirilo de Jerusalén, Catequesis V, 7).

Concluyamos nuestra reflexión con las palabras de nuestro actual Papa Benedicto XVI que nos dice: «...hemos dirigido la mirada hacia Él… y Él nos ha tomado de la mano y nos ha dado un nuevo “peso específico”: la levedad que se deriva de la fe y que nos eleva hacia lo alto. Y después nos da la mano que nos sostiene y nos lleva. Él nos sostiene. Volvamos a dirigir siempre nuestra mirada hacia Él y démosle la mano. Dejemos que su mano nos tome, y entonces no nos hundiremos, sino que nos pondremos al servicio de la vida, que es más fuerte que la muerte, y del amor que es más fuerte que el odio. La fe en Jesús, Hijo del Dios vivo, es el medio por el que volvemos a dar la mano a Jesús y por el que nos toma de la mano y nos guía...» (Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de Pentecostés, 15 de mayo de 2005).

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú