XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 16,13-20

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

Is, 22,19-23;  Sal 137;  Rm, 11,33-36; Mt, 16,13-20

En aquel tiempo llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo y preguntaba a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”. Ellos contestaron: “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o unos de los profetas”. El les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le respondió: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo”. Ahora te digo yo: “Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías. 

La liturgia de esta semana, en especial la primera lectura y el evangelio, nos hacen referencia a las llaves que abren o cierran puertas, y a través de ellas podemos apreciar una idea común: el profeta Isaías nos dice refiriéndose al nuevo mayordomo del palacio real «...lo que él abra, nadie lo cerrará; lo que él cierre, nadie lo abrirá...»; y Cristo en el evangelio le dice a Pedro: «...lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo...». Estas palabras nos ponen frente a la realidad del llamado "ministerio petrino”, el ministerio de Pedro, encargo particular que el Apóstol ha recibido de Cristo y que es la esencia del ministerio que realizan los Romanos Pontífices como sucesores de Pedro en la Iglesia.

En realidad, el encargo conferido por el Señor a Pedro está arraigado en la relación personal que Cristo tuvo con el pescador Simón, desde el primer encuentro con él, cuando le dijo: "Tú eres Simón, (...) te llamarás Cefas (que quiere decir Piedra)" (Jn 1, 42). A él, Cristo le encomendó una tarea particular, con un don especial de fe concedido por el Padre celestial, es así que desde el inicio le atribuyó la característica de "roca" sobre la que edificaría su nueva comunidad, la Iglesia.

El Siervo de Dios Juan Pablo II dijo: «... las palabras dirigidas a Pedro en Cesarea de Filipo se inscriben en el ámbito de la predicación sobre el Reino. En efecto, Cristo le dice: 'A ti te daré las llaves del reino de los cielos' (Mt 16, 19), inmediatamente después de haberlo llamado piedra, sobre la que edificará su Iglesia, que será invencible para las 'puertas del Hades' (Cfr. Mt 16, 18). Es una promesa que en ese momento se formula con el verbo en futuro, 'edificaré', porque la fundación definitiva del Reino de Dios en este mundo todavía tenia que realizarse a través del sacrificio de la cruz y la victoria sobre la muerte. Después de este hecho, Pedro y los demás Apóstoles tendrán viva conciencia de su vocación a 'anunciar las alabanzas de Aquel que les ha llamado de las tinieblas a su luz admirable' (Cfr. 1 Pe 2, 9)....» (Juan Pablo II, Catequesis El crecimiento del reino de Dios según las parábolas, 25 de septiembre de 1991)

En los evangelios sinópticos, a la confesión de San Pedro le sigue el anuncio por parte de Jesús de su próxima pasión. Un anuncio ante el cual Pedro reacciona sorprendido, porque aún no logra comprender la verdadera misión del Mesías. El Papa Benedicto XVI nos dice al respecto: «...Esta misión es un elemento fundamental; por eso Cristo insiste con fuerza.  Así los títulos que le atribuye Pedro —Tú eres "el Cristo", "el Cristo de Dios", "el Hijo de Dios vivo"— sólo se comprenden auténticamente a la luz del misterio de su muerte y resurrección. Es verdad también lo contrario: el acontecimiento de la cruz sólo revela su sentido pleno si "este hombre", que sufrió y murió en la cruz, "era verdaderamente Hijo de Dios", por usar las palabras pronunciadas por el centurión ante el Crucificado (cf. Mc 15, 39)...» (Benedicto XVI, Catequesis Pedro, el pescador, 17 de mayo de 2006).

La verdad de la fe cristiana se fundamenta en la confesión de Pedro, confesión que se ve iluminada por la enseñanza de Cristo sobre su "camino" hacia la gloria, es decir, sobre su modo humanamente incomprensible de ser el Mesías y el Hijo de Dios. Un camino que pasa por la cruz resulta escandaloso para los discípulos de ese entonces y para los actuales tiempos, porque inevitablemente nos vemos inclinados a pensar según nuestros pensamientos –de hombres- y no según Dios. El Papa Benedicto XVI dice: «...La fe se nos presenta como una peregrinación que tiene su origen en la experiencia del Jesús histórico y encuentra su fundamento en el misterio pascual, pero después debe seguir avanzando gracias a la acción del Espíritu Santo...» (Benedicto XVI, Homilía en la Concelebración Eucarística Solemnidad de San Pedro y San Pablo, 29 de junio de 2007).

San Agustín escribe sobre esta respuesta de Pedro lo siguiente: «...Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,13-16).Aquí tienes la confesión verdadera y plena. Debes unir una y otra cosa: lo que Cristo dijo de sí y lo que Pedro dijo de Cristo. ¿Qué dijo Cristo de si? ¿Quién dicen los hombres que soy yo, el Hijo del hombre? Y ¿qué dice Pedro de Cristo? Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo. Une las dos cosas y así viene Cristo en la carne. Cristo afirma de sí lo menor, y Pedro de Cristo lo mayor...» (San Agustín, Sermón 183,3-4).

Para concluir podemos decir que la pregunta de Cristo: «... ¿quién decís que soy yo?...», es una pregunta que implica una respuesta no sólo de carácter objetivo, sino también de carácter vivencial. En pocas palabras podemos decir que Cristo es la verdad de Dios, y a Cristo se le confiesa como Salvador.   

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú