XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 18,21-35

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

Ecle 27,33-28,9;   Sal 102,1-2. 3-4. 9-10. 11-12;   Rm 14,7-9;    Mt 18,21-35 

Pedro se acercó entonces y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?" Dícele Jesús: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete." "Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: "Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré." Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda. Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: "Paga lo que debes." Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: "Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré." Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: "Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste.¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?" Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano." Mt 18,21-35

2da. Lectura: Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos. Porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos. Rm 14,7-9 

En la liturgia de este domingo San Pablo nos presenta una parte exhortatoria y práctica a través de su Carta a los Romanos, manifestándonos las razones o motivaciones profundas de toda conducta cristiana. De esta forma el Apóstol pone como fundamento del modo de proceder de todo creyente el tener cuidado y respeto por los hermanos más débiles, recordando de esta manera las raíces profundas de ese modo de actuar al cual nos invita el mismo Cristo. De esta manera se nos hace presente la total pertenencia del hombre a Cristo.

San Pablo pone en claro entonces que no somos dueños de nosotros mismos, sino que somos y pertenecemos a Cristo. El centro de nuestra vida está en El, en el amor que nos ha manifestado y no en nosotros ni en nuestros esfuerzos. Todo aquello que hace Pablo, parte de este centro, su fe es la experiencia del ser amado por Jesucristo de manera totalmente personal. La conciencia del hecho que Cristo ha entrado a la muerte por amor al hombre y que ha resucitado donándose por nosotros; este amor de Jesucristo, es un amor que a Pablo lo transforma invitándolo a anunciar este acontecimiento a través de la predicación.

El Papa Benedicto XVI dice al respecto: «…Pablo era libre como hombre amado por Dios que, en virtud de Dios, estaba en capacidad de amar junto con Él. (…) este amor no toma la libertad como pretexto para el albedrío y el egoísmo. En el mismo espíritu Agustín ha formulado la frase luego famosa: ama y has lo que quieras. Quien ama a Cristo como lo ha amado Pablo, puede verdaderamente hacer lo que quiere, porque su amor está unido a la voluntad de Cristo, y por ende, a la voluntad de Dios; porque su voluntad está anclada en la verdad y porque su voluntad no es más que simplemente su voluntad, arbitrio de su yo autónomo, sino que está integrada a la libertad de Dios y de ella recibe el camino que recorrer…» (Benedicto XVI, Homilía en la apertura solemne del Año Paulino, 29 de junio de 2008).

Sobre la liturgia de hoy, el Siervo de Dios Juan Pablo II comentando este texto de San Pablo nos decía al respecto: «…¿Vivimos y morimos?. Vivimos en este mundo material que nos rodea, limitados por los horizontes de nuestra peregrinación terrena a través del tiempo. Vivimos en este mundo, con la perspectiva inevitable de la muerte, ya desde el momento de la concepción y el nacimiento. Y, sin embargo, debemos mirar más allá del aspecto material de nuestra existencia terrena. Sin duda, la muerte corporal es un paso necesario para todos nosotros; pero también es cierto que lo que desde su propio principio ha nacido a imagen y semejanza de Dios no puede volver completamente a la materia corruptible del universo. Esta es una verdad y una actitud fundamental de nuestra fe cristiana. …» (Juan Pablo II, Homilía durante la Misa en Westover Hills, San Antonio, Estados Unidos, 13 de septiembre1987).

Entonces para nosotros el cristianismo no es una filosofía nueva o una nueva moral, somos cristianos si estamos unidos a Cristo como el sarmiento a la vid. Ciertamente Cristo no se muestra a nosotros de la forma luminosa, como lo hizo con Pablo para hacerle Apóstol de todas las gentes. Nosotros a través de la lectura de la Sagrada Escritura, en la oración, en la vida litúrgica de la Iglesia, tenemos momentos de encuentro con el Dios de Amor, encuentros que nutren nuestra vida de creyentes, para poder decir como Pablo en cada momento: «…si vivimos, vivimos para el Señor y tanto en la vida como en a muerte somos del Señor…» (Rm 14, 8).

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú