XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 22, 15-21

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

Is 45, 1.4-6;    Sal 95;    1Ts 1, 1-5;    Mt 22, 15-21 

Entonces Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los Tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros gracia y paz. En todo momento damos gracia a Dios por todos vosotros, recordándoos sin cesar en nuestras oraciones. Tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad, y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor. Conocemos, hermanos queridos de Dios, vuestra elección; ya que os fue predicado nuestro Evangelio no sólo con palabras sino también con poder y con el Espíritu Santo, con plena persuasión. Sabéis cómo nos portamos entre vosotros en atención a vosotros. 

Todas las cartas de San Pablo son una catequesis o predicación que tienen como finalidad de llevar al que escucha a la vida  cristiana. Una comunidad de creyentes nace por el anuncio de la buena nueva del evangelio y San Pablo en el texto de hoy nos relata lo que es una comunidad viva, a cuya formación dedica su vida de Apóstol.  El Papa Benedicto XVI nos dice al respecto: «… la visión universalista típica de la personalidad de San Pablo, al menos  del  Pablo cristiano después de lo que sucedió en el camino de Damasco, debe  su  impulso fundamental a la fe  en Jesucristo, puesto que la figura del Resucitado va más allá de todo particularismo.  De hecho, para el Apóstol "ya  no  hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 28)…» (Benedicto XVI, El ambiente religioso y cultural de san Pablo, 2 de julio de 2008).

La comunidad de cristiana se agrupa en torno al evento de Cristo Resucitado quien, misteriosamente para el entendimiento humano, vive no sólo en los cielos. Para San Pablo el fundamento de las primeras comunidades, de estas "iglesias locales" no consiste tan sólo en la participación en los ritos ni en un cierto régimen o estilo de vida práctica -esto es la consecuencia-, sino que el fundamento está en la transformación de la existencia entera, como consecuencia de la completa unión con la voluntad de Cristo, que es quien actúa tomando la iniciativa y llamándonos a la conversión. Esta unión se produce primero por el Bautismo y queda sellada en la Eucaristía. El Papa Benedicto XVI nos dice al respecto: «… En la Iglesia antigua el bautismo se llamaba también "iluminación", porque este sacramento da la luz, hace ver realmente. En Pablo se realizó también físicamente todo lo que se indica teológicamente: una vez curado de su ceguera interior, ve bien. San Pablo, por tanto, no fue transformado por un pensamiento sino por un acontecimiento, por la presencia irresistible del Resucitado, de la cual ya nunca podrá dudar, pues la evidencia de ese acontecimiento, de ese encuentro, fue muy fuerte. Ese acontecimiento cambió radicalmente la vida de San Pablo. En este sentido se puede y se debe hablar de una conversión…» (Benedicto XVI, La conversión de san Pablo, 3 de septiembre de 2008).

En el saludo a la comunidad cristiana de Tesalónica San Pablo armoniza Antiguo y Nuevo Testamento, mundo judío y mundo griego. La comunidad es una asamblea, una Iglesia unida en Dios Padre y en Jesucristo, y San Pablo la saluda con el saludo de Gracia y Paz, dándoles ya a modo de buen augurio la plenitud teológica cristiana. Por primera vez hallamos las virtudes teologales, San Pablo felicita a los Tesalonicenses por su fe actuante, por su esperanza firme y por su caridad desvelada. Estas virtudes teologales vienen a constituirse en las armas ofensivas y defensivas del creyente. San Pablo a través de su apostolado predica el Evangelio no sólo con palabras, sino también con Espíritu Santo, porque para él, anunciar el evangelio ha llegado a ser una urgencia inexcusable de la propia conciencia, ya que se siente responsable ante Dios por ello.

El Papa Benedicto XVI nos dice en una de sus recientes catequesis: «… Sólo el diálogo sincero, abierto a la verdad del Evangelio, pudo orientar el camino de la Iglesia: "El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm14, 17). Es una lección que debemos aprender también nosotros, dejémonos todos guiar por el Espíritu, intentando vivir en la libertad que encuentra su orientación en la fe en Cristo y se concreta en el servicio a los hermanos. Es esencial conformarnos cada vez más a Cristo. De esta forma se es realmente libre. Así se expresa en nosotros el núcleo más profundo de la Ley: el amor a Dios y al prójimo…» (Benedicto XVI, El concilio de Jerusalén y la controversia de Antioquia, 1 de octubre de 2008).

De esta manera San Pablo, cuando habla de haber sido elegidos, les hace presente que están llamados a ser: luz y sal en la tierra, pues al respecto S. Agustín dice que el buen Pastor debe hacer que la oveja sepa dar fruto. De esta manera la elección no se debe entender como un privilegio sino como una llamada a ser un Don para los demás hermanos dentro de la comunidad cristiana.

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú