XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Solemnidad. Cristo, Rey del Universo

Mt 25, 14-30

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

Ez 34, 11-12, 15-17;     Sal 23, 1-3, 5-6;     1Cor 15, 20-26, 28;     Mt 25, 31-46 

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria.  Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos.  Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.  Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.  Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis;  estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme."  Entonces los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber?  ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos?  ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?"  Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis."  Entonces dirá también a los de su izquierda: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles.  Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber;  era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis."  Entonces dirán también éstos: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?"  Y él entonces les responderá: "En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo."  E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.

Hoy celebramos el último domingo del Tiempo Ordinario, la Iglesia a través de la celebración litúrgica y por medio de la Palabra, nos invita a contemplar a Cristo Rey del Universo. Esta solemnidad, al final del año litúrgico, nos presenta a Cristo, Verbo eterno del Padre, como principio y fin de toda la Historia: Redentor del hombre y Señor del Universo. Contemplamos la realeza de Jesucristo, que es, a los ojos y criterios del mundo signo de contradicción, amor que se acontece en el misterio de la encarnación, pasión, muerte en la cruz y resurrección. Esta acción salvífica se revela plenamente en el sacrificio de la cruz, acto supremo de amor a través del cual se lleva a cabo la salvación del mundo y su juicio.

El Juez que vuelve -es juez y salvador a la vez- nos ha dejado la tarea de vivir en este mundo según su modo de vivir. El cristiano no está llamado a vivir como si el bien y el mal fueran iguales; y tantas veces se llega a esta concepción porque es la persona misma que se autodetermina como supremo valor, entonces el bien o mal será bien o mal según su óptica de la vida. Nuestro actual Papa dice: «…Tenemos los talentos, tenemos que trabajar para que este mundo se abra a Cristo, sea renovado. Pero incluso trabajando y sabiendo en nuestra responsabilidad que Dios es el juez verdadero, estamos seguros también de que este juez es bueno, conocemos su rostro, el rostro de Cristo resucitado, de Cristo crucificado por nosotros. Por eso podemos estar seguros de su bondad y seguir adelante con gran valor…» (Benedicto XVI, La parusía, fuente de certeza y de valor para el cristiano, 12 de noviembre de 2008).

Así vemos que Cristo no viene para reinar como los reyes de este mundo, sino para establecer en el corazón del hombre y de la historia la misericordia divina del Amor. El evangelio de esta semana nos pone de cara a la realidad que Cristo manifiesta a través de una parábola del juicio final, en la que «…el “Hijo del hombre”, se identifica con los hambrientos  y los sedientos, con los forasteros, los desnudos, los enfermos y los encarcelados, con todos los que sufren en este mundo, y considera el comportamiento que se ha tenido con ellos como si se hubiera tenido con Él mismo…» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 380-381).

El que Cristo sea Señor de la historia tiene su comienzo visible sobre la tierra en la cruz y en la resurrección. Cristo, crucificado y resucitado, es revelación auténtica del amor misericordioso en profundidad. El es rey de nuestros corazones. “Cristo tiene que reinar” en su cruz y resurrección, tiene que reinar hasta que “devuelva a Dios Padre su reino...” (1 Cor 15,24). Efectivamente como dijo el Siervo de Dios Juan Pablo II: «…cuando haya “aniquilado todo principado, poder y fuerza” que tienen al corazón humano en la esclavitud del pecado, y al mundo sometido a la muerte; cuando “todo le esté sometido”, entonces también el Hijo hará acto de sumisión a Aquél que le ha sometido todo, “y así Dios lo será todo para todos” (1 Cor 15,28). He aquí la definición del reino preparado “desde la creación del mundo”. He aquí el cumplimiento definitivo del amor misericordioso: ¡Dios todo en todos!...» (Juan Pablo II, Homilía en el Santuario del Amor Misericordioso en Colevalenza, 22 de noviembre de 1981).

Que Cristo Rey del universo, en este tiempo próximo de Adviento, reine en nuestra vida.

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú