I Domingo de Adviento, Ciclo B

Mc 13, 33-37

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

Is 63, 16c-17. 19c; 64, 1-7;    Sal 79;     1Co 1, 3-9;     Mc 13, 33-37 

"Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento. Al igual que un hombre que se ausenta: deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele; velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!" 

Con este domingo iniciamos el nuevo año litúrgico que comienza con una clara exigencia del evangelio: «…Velad, permaneced despiertos, pues no se sabe cuándo vendrá el Señor». En este tiempo, la Iglesia a través de las lecturas nos invita a vivir en tensión de presencia del Señor. El adviento cada año nos recuerda que el amor de Dios, es decir, su designio de salvar al hombre, es más poderoso que el pecado. Así como ha habido una venida en la carne del Hijo de Dios –la primera venida-, esperamos un retorno. La palabra griega parusía significa «presencia», o mejor dicho, «llegada».

Del sentido del tiempo de adviento el Papa Benedicto XVI nos manifiesta lo siguiente: «…Al inicio de un nuevo ciclo anual, la liturgia invita a la Iglesia a renovar su anuncio a todos los pueblos y lo resume en dos palabras: «Dios viene». Esta expresión tan sintética contiene una fuerza de sugestión siempre nueva. Detengámonos un momento a reflexionar: no usa el pasado--Dios ha venido-- ni el futuro, --Dios vendrá--, sino el presente: «Dios viene». Si prestamos atención, se trata de un presente continuo, es decir, de una acción que siempre tiene lugar: está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá una vez más. En cualquier momento, «Dios viene». Anunciar que «Dios viene» significa, por lo tanto, anunciar simplemente al mismo Dios, a través de uno de sus rasgos esenciales y significativos: es el «Dios-que-viene». (Benedicto XVI, Homilía en la celebración de las Vísperas del Domingo I de Adviento, 4 de diciembre 2006).

La invitación a la vigilancia se nos manifiesta en el Salmo responsorial, el cual nos pone de cara a la realidad de sufrimiento que vive el hombre cuando se aparta del camino de Dios, cuando por causa del endurecimiento de su corazón y como consecuencia de la infidelidad pierde de vista el sentido de su vida y de su historia, porque los planes de Dios son dejados de lado. Entonces surge el clamor de este salmo que invita al retorno, a volver. El Siervo de Dios Juan Pablo II dijo al respecto: «…El Salmo 79 es un canto intensamente marcado por el sufrimiento, pero también por una inquebrantable confianza. Dios siempre está dispuesto a «regresar» a su pueblo, pero es necesario que también el pueblo «regrese» a Él con la fidelidad. Si nos convertimos del pecado, el Señor se «convertirá» de su intención de castigar: es la convicción del Salmista, que encuentra eco también en nuestros corazones, abriéndolos a la esperanza…» (Juan Pablo II, Catequesis del Salmo 79, 10 de abril de 2002).

El Evangelio nos hace presente la esperanza del creyente puesta en la expectante espera de la liberación que traerá el Hijo del hombre en su intervención final. Esta esperanza se manifiesta en la firme convicción que nos transmite la Palabra cuando nos dice que Cristo no ha venido a condenar sino a salvar; y que estará juzgado y condenado quien no haya creído en Aquel que Dios ha enviado. Así al invitarnos a velar, se nos quiere hacer notar que los hombres muchas veces nos adormilamos, nos quedamos entrampados entre dos enemigos el pasado y el futuro, esto sucede cuando ponemos a Cristo lejos de nuestra vida, cuando lo vemos solamente como Aquel que vino y que vendrá, pero no lo descubrimos en el momento presente de nuestra historia. Velar significa descubrir y estar alerta a la acción diaria de Dios, que no es algo que vendrá después del tiempo, sino que es un hoy, un presente que nos invita a vivir la esperanza de alcanzar la unión con Dios en cada momento de nuestras vidas.

Este tiempo de Adviento que hoy iniciamos nos lleva a mirar a Dios, a mirarlo como Padre que no deja nunca de pensar en nosotros, que respetando totalmente nuestra libertad desea encontrarnos, quiere venir, vivir en medio de nosotros y permanecer en nosotros. Esta «llegada» es parte del cumplimiento de su voluntad de liberarnos del mal y de la muerte, de todo aquello que impide nuestra verdadera felicidad. «…Adviento invita a los creyentes a tomar conciencia de esta verdad y a actuar coherentemente. Resuena como un llamamiento provechoso que tiene lugar con el pasar de los días, de las semanas, de los meses: ¡Despierta! ¡Recuerda que Dios viene! ¡No vino ayer, no vendrá mañana, sino hoy, ahora! El único verdadero Dios, el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob, no es un Dios que está en el cielo, desinteresándose de nosotros y de nuestra historia, sino que es el Dios-que-viene…» (Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, Sentido del Adviento, 17 de diciembre de 2003).

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú