Fiesta. Bautismo del Señor

Mc 1,6b-11

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

Is 42,1-4. 6-7;   Sal 28;   Hch10, 34-38;   Mc 1,6b-11 

Juan llevaba un vestido de pie de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Y proclamaba: "Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo." Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: "Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco." 

La Iglesia nos presenta este domingo la Fiesta del Bautismo de Cristo, con la cual concluimos el tiempo de Navidad; y a través del evangelio se nos pone al frente los acontecimientos sucedidos a las orillas del Jordán, lugar donde Juan el Bautista administraba un bautismo de penitencia, exhortando a la conversión. Entonces ante el Bautista llega Cristo quien con su presencia, transforma ese gesto bautismal de penitencia en una manifestación solemne de su divinidad. El Siervo de Dios Juan Pablo II nos dijo al respecto: «… Lo que Juan el Bautista confería a orillas del Jordán era un bautismo de penitencia, para la conversión y el perdón de los pecados. Pero anunciaba: “Detrás de mí viene el que puede más que yo (...). Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo” (Mc 1,7-8). Anunciaba esto a una multitud de penitentes, que se le acercaban confesando sus pecados, arrepentidos y dispuestos a enmendar su vida…» (Juan Pablo II, Homilía en la Fiesta del Bautismo del Señor, 12 de enero de 2003).

La liturgia de esta Fiesta nos invita a sacar "aguas con gozo de las fuentes de la salvación"; a revivir nuestro bautismo, porque a través de este sacramento nos hemos encontrado de manera personal con Cristo y hemos sido insertados en el misterio de su muerte y de su resurrección, recibiendo una vida nueva, que es la misma vida de Dios. Cuando escuchamos en el evangelio que resuena una voz en el cielo: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” y el Espíritu Santo desciende sobre Jesús en forma de paloma, podemos apreciar en aquel acontecimiento extraordinario, tal como Juan el Bautista, que se hace realidad, que llega a su cumplimiento, todo cuanto se había dicho con respecto al Mesías nacido en Belén, adorado por los pastores y los Magos. A partir de esta acontecimiento el bautismo que imparte Cristo y que la Iglesia, fiel a su mandato, no deja de administrar, libera al hombre de la culpa original y perdona sus pecados, lo rescata de la esclavitud del mal y marca su renacimiento en el Espíritu Santo; porque le comunica una nueva vida, le imprime un carácter, que lo llevará a la participación de la vida de Dios Padre. 

El primer acto público de Cristo fue bajar al Jordán, y como uno más entre los pecadores recibir aquel bautismo porque esa era la voluntad del Padre. El Papa Benedicto XVI nos dice: «… ¿Por qué el Padre quiso eso? ¿Por qué mandó a su Hijo unigénito al mundo como Cordero para que tomara sobre sí el pecado del mundo?. El evangelista narra que, cuando Jesús salió del agua, se posó sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma, mientras la voz del Padre desde el cielo lo proclamaba "Hijo predilecto". Por tanto, desde aquel momento Jesús fue revelado como aquel que venía para bautizar a la humanidad en el Espíritu Santo: venía a traer a los hombres la vida en abundancia (cf. Jn 10, 10), la vida eterna, que resucita al ser humano y lo sana en su totalidad, cuerpo y espíritu, restituyéndolo al proyecto originario para el cual fue creado. El fin de la existencia de Cristo fue precisamente dar a la humanidad la vida de Dios, su Espíritu de amor, para que todo hombre pueda acudir a este manantial inagotable de salvación. Por eso san Pablo escribe a los Romanos que hemos sido bautizados en la muerte de Cristo para tener su misma vida de resucitado (cf. Rm 6, 3-4)…» (Benedicto XVI, Homilía en la Fiesta del Bautismo del Señor, 13 de enero de 2008).

El Papa Benedicto XVI nos dice: «…En Jesucristo vemos que Dios viene a nuestro encuentro. En el bautismo cristiano, instituido por Cristo, no actuamos sólo nosotros con el deseo de ser lavados, con la oración para obtener el perdón. En el bautismo actúa Dios mismo, actúa Jesús mediante el Espíritu Santo. En el bautismo cristiano está presente el fuego del Espíritu Santo. Dios actúa, no sólo nosotros. Dios está presente hoy aquí. Él asume y hace hijos suyos a vuestros niños. Pero, naturalmente, Dios no actúa de modo mágico. Actúa sólo con nuestra libertad. No podemos renunciar a nuestra libertad. Dios interpela nuestra libertad, nos invita a cooperar con el fuego del Espíritu Santo. Estas dos cosas deben ir juntas. El bautismo seguirá siendo durante toda la vida un don de Dios, el cual ha grabado su sello en nuestra alma. Pero luego requiere nuestra cooperación, la disponibilidad de nuestra libertad para decir el "sí" que confiere eficacia a la acción divina…» (Benedicto XVI, Homilía en la Fiesta del Bautismo del Señor, 7 de enero de 2007).

Por eso, el bautismo de Cristo en el Jordán es también una "epifanía", una manifestación de la identidad mesiánica del Señor y de su obra redentora, entonces a partir del Bautismo el creyente es invitado a «escuchar» a Jesús: es decir, creer en Él y seguirle dócilmente haciendo su voluntad, que es la voluntad de Dios. De este modo, nosotros podemos verdaderamente aspirar a la santidad, meta que constituye la vocación a la cual estamos llamados todos los bautizados.

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú