II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Jn 1,35-42

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

1Sam 3,3-10.19; Sal 39; 1Cor 6,13c-15a.17-20; Jn 1,35-42. 

Segunda Lectura

Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? Más el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él. ¡Huid de la fornicación! Todo pecado que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; mas el que fornica, peca contra su propio cuerpo. ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo.  

Luego de haber celebrado las fiestas del Tiempo de Navidad, continuamos con el ciclo del tiempo ordinario, tiempo litúrgico en el cual la Iglesia a través de la liturgia de la palabra, expone el misterio: de la Historia de Salvación, y por consiguiente se desvela el misterio de la vida cristiana. En el año Jubilar de San Pablo, a partir de la fecha retomaremos los comentarios a la segunda lectura de las Cartas del Apóstol porque «… San Pablo no es para nosotros una figura del pasado, que recordamos con veneración. También para nosotros es maestro, apóstol y heraldo de Jesucristo. Dios por medio de San Pablo nos habla hoy. Por eso este "Año paulino": para escucharlo y aprender de él, como nuestro maestro, "la fe y la verdad" en las que se arraigan las razones de la unidad entre los discípulos de Cristo…» (Benedicto XVI, Homilía en las Primeras Vísperas de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo  Inauguración del Año Paulino, 28 de junio de 2008).

San Pablo nos expresa claramente, a propósito del cuerpo, que nuestros cuerpos son miembros de Cristo, por lo cual somos poseedores de una dignidad. Este es un mensaje importante para los creyentes, porque a partir de este concepto,  se establece una línea de conducta para la vida del hombre. Para San Pablo, esta dignidad del cuerpo es mucho más que una simple reflexión moral, porque tiene su naturaleza en una verdad de carácter trascendente: la dignidad del cuerpo proviene del hecho de que todo cristiano está incorporado a Cristo, y de que su cuerpo es miembro del mismo Cristo. El Papa Benedicto XVI nos dice al respecto: «… siguiendo a San Pablo, debemos tomar nueva conciencia de que, precisamente porque hemos sido justificados en Cristo, no nos pertenecemos ya a nosotros mismos, sino que nos hemos convertido en templo del Espíritu y por eso estamos llamados a glorificar a Dios en nuestro cuerpo con toda nuestra existencia (cf. 1 Co 6, 19). Sería un desprecio del inestimable valor de la justificación si, habiendo sido comprados al caro precio de la sangre de Cristo, no lo glorificáramos con nuestro cuerpo…» (Benedicto XVI, Catequesis La doctrina de la justificación. De la fe a las obras, 26 de noviembre de 2008).

El Apóstol de los gentiles expresa en su carta como se siente impresionado por la unión que existe entre el creyente y Cristo, como también por la unión que ha de existir entre los mismos creyentes. Por ello manifiesta que aquel que se une a Cristo se hace un solo espíritu con Él, es decir, encuentra en Cristo su propia transformación en templo del Espíritu. Nuestros cuerpos que han sido comprados al precio de la sangre de Cristo, que gratuitamente nos ha justificado, han de ser por consiguiente medio para glorificar a Dios porque como bien lo dice el Apóstol ya no nos pertenecemos a nosotros mismos. Al respecto nos dice el Papa Benedicto XVI: «… El Crucificado desvela, por una parte, la debilidad del hombre; y, por otra, el verdadero poder de Dios, es decir, la gratuidad del amor: precisamente esta gratuidad total del amor es la verdadera sabiduría. San Pablo lo experimentó incluso en su carne, como lo testimonia en varios pasajes de su itinerario espiritual… El Apóstol se identifica hasta tal punto con Cristo que también él, aun en medio de numerosas pruebas, vive en la fe del Hijo de Dios que lo amó y se entregó por sus pecados y por los de todos…» (Benedicto XVI, Catequesis La teología de la cruz en la predicación de San Pablo, 29 de octubre de 2008),

Así nos pone de manifiesto, el Apóstol, el verdadero destino del hombre, sabe que no nos pertenecemos pues nuestros cuerpos están destinados al Señor en la eternidad, por lo cual es preciso conservar este cuerpo en integridad. San Agustín nos dice: «…En la lectura escuchamos cómo el Apóstol corregía y reprimía las pasiones humanas. Decía: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Voy a tomar los miembros de Cristo, para hacerlos miembros de una meretriz? De ningún modo (1 Cor 6,15). Claramente ha dicho que nuestros cuerpos son miembros de Cristo, puesto que Cristo es nuestra Cabeza, en cuanto que se hizo hombre por nosotros. Él es la Cabeza de la que se dijo: El mismo es el Salvador de nuestro cuerpo (Ef 5,23). Su cuerpo es la Iglesia. Por tanto, si nuestro Señor Jesucristo solamente hubiese tomado el alma humana, sólo serían sus miembros nuestras almas; pero dado que tomó también el cuerpo, en virtud de lo cual es Cabeza para nosotros que constamos de alma y cuerpo, por eso mismo también nuestros cuerpos son miembros suyos…» (San Agustín, Sermón 16.1, 1-2).

Dios llama a cada hombre a su servicio y le asigna una vocación, tiene sobre cada uno el derecho fundamental, porque es Creador y Redentor de cada uno de nosotros. Nos llama a seguir el camino de santidad, lo hace para que no desvirtuemos su obra, para que respondamos con nuestra misma vida al Don que de Él recibimos, para que vivamos de manera digna como “templo de Dios” y ayudándonos como miembros de un único cuerpo cuya cabeza es el mismo Cristo.

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú