V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Mc 1, 29-39

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

Jb 7, 1-4. 6-7;  Sal 146;   1Co 9, 16-19. 22-23;   Mc 1, 29-39 

 Segunda lectura:

Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Más si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el Evangelio. Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio para ser partícipe del mismo. 

La presente semana, la liturgia de la palabra nos hace ver la actualidad y vigencia de la verdadera misión a la cual está llamado todo creyente, misión de la que el Apóstol Pablo hizo centro de su vida, hoy se nos habla precisamente de esa nueva condición de vida, la cual asumió San Pablo: ser apóstol de Cristo. El Papa Benedicto XVI en una de sus catequesis referidas al año paulino nos manifiesta lo siguiente: «…un gran viraje se produjo en la vida de San Pablo tras su encuentro con Cristo resucitado. Cristo entró en su vida y lo convirtió de perseguidor en apóstol. Ese encuentro marcó el inicio de su misión: San Pablo no podía seguir viviendo como antes; desde entonces era consciente de que el Señor le había dado el encargo de anunciar su Evangelio en calidad de apóstol...» (Benedicto XVI, La concepción paulina del apostolado, 10 de septiembre de 2008).

San Pablo, ha recibido de Dios la misión de anunciar el evangelio, y para él es un deber que no hace por su propio gusto o reconocimiento, como tampoco por figuración o búsqueda de una estima personal. San Pablo pone claramente de manifiesto su libre obediencia y el deseo de realizar plenamente y a tiempo completo la misión que le ha sido confiada por el mismo Cristo. San Pablo no se presenta como un gran señor en posesión de la verdad, sino como el esclavo, el siervo que está al servicio de los demás, y esto no por su decisión sino por la libre elección que Cristo ha signado sobre él. Es claro además que siempre el Apóstol está haciendo notar que por sí mismo no tiene ningún mérito sino que es Dios el que le lleva a dar la vida por el anuncio del evangelio, podríamos decir las veinticuatro horas del día. De esta manera cumplía su ministerio con fidelidad y con alegría, «para salvar a toda costa a alguno» y asumiendo una actitud de completo servicio a la iglesia. Se pone así clara la misión de los creyentes, la misión de todos los apóstoles de Cristo, que en  todos los tiempos, consiste en ser instrumentos colaboradores del anuncio de la verdadera alegría.

San Pablo se hace esclavo de los judíos, esclavo de los paganos y fundamentalmente esclavo de los débiles, todo para ganarlos para Cristo y hacerlos miembros de la Iglesia, por ello dice: «…Me he hecho todo a todos…» y estas palabras hacen presente la propia esperanza de que también él participaba en lo que anuncia a los demás. Al respecto nos dice el Papa Benedicto XVI: «…en la nueva situación San Pablo tuvo clara inmediatamente una cosa: el valor fundamental y fundante de Cristo y de la "palabra" que lo anunciaba. San Pablo sabía que no sólo no se llega a ser cristiano por coerción, sino que en la configuración interna de la nueva comunidad el componente institucional estaba inevitablemente vinculado a la "palabra" viva, al anuncio del Cristo vivo en el cual Dios se abre a todos los pueblos y los une en un único pueblo de Dios…» (Benedicto XVI, La dimensión eclesiológica del pensamiento de San Pablo, 15 de octubre de 2008).

San Pablo vive profundamente el misterio de Cristo por ello no puede callarlo y dedicarse a predicarlo es el propio premio, es lo mejor a lo que puede dedicarse el hombre, a imitación del propio Cristo. Pero para ello es imprescindible estar apoyado en el Señor y aceptar que la vida cristiana está llamada a ser vivida en la dimensión de la cruz, abandonados a la voluntad del Padre en medio de la historia concreta que vivamos. Así el poder anunciar es algo que viene de dentro a fuera y no al revés. No se trata tanto de ganar méritos por medio de la dedicación a una noble labor, ni tampoco que los paganos necesiten imprescindiblemente que algunos vayan a predicarles, sino que el creyente, convencido del valor del don recibido, vive de tal manera que este don se va comunicando a los otros por medio de las propias actitudes.

El Siervo de Dios Juan Pablo II nos dice respecto a estas palabras de San Pablo: «… No tengáis miedo de salir a las calles y a los lugares públicos, como los primeros Apóstoles que predicaban a Cristo y la buena nueva de la salvación en las plazas de las ciudades, de los pueblos y de las aldeas. No es tiempo de avergonzarse del Evangelio. No tengáis miedo de romper con los estilos de vida confortables y rutinarios, para aceptar el reto de dar a conocer a Cristo en la metrópoli moderna. Jesús vino a buscar a los hombres y mujeres de su tiempo. Los comprometió en un diálogo abierto y sincero independientemente de su condición. La gente tiene sed de auténtica libertad interior. Anhela la vida que Cristo vino a dar en abundancia…» (Juan Pablo II, Homilía en la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María en la VIII Jornada Mundial de la Juventud, Denver, 15 de agosto de 1993).

En este año paulino es importante poder mirar la vida del apóstol de los gentiles como modelo para la vida del verdadero creyente, así nos lo manifiesta el Papa Benedicto XVI: «…San Pablo renunció a su propia vida entregándose totalmente al ministerio de la reconciliación, de la cruz, que es salvación para todos nosotros. Y también nosotros debemos saber hacer esto: podemos encontrar nuestra fuerza precisamente en la humildad del amor y nuestra sabiduría en la debilidad de renunciar para entrar así en la fuerza de Dios…» (Benedicto XVI, La teología de la cruz en la predicación de San Pablo, 29 de octubre de 2008)

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Vicario General de la Diócesis del Callao
Perú