XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 50, 5-10; Sal 114; St 2, 14-18; Mc 8, 27-35


Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos le respondieron: "Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas". "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro respondió: "Tú eres el Mesías". Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará.

Mc 8, 27-35


En nuestros días podemos ser conscientes, que la pregunta que Jesús hace a Pedro sobre quién es Cristo (¿quién soy yo?), es una pregunta que ya no se hace en nuestra generación actual. Pues, simplemente podemos decir que da la impresión que la gente viviera tranquila son Dios, pues cuando escucha hablar de Dios o mencionarlo, o ve un signo que habla de Dios, las personas se incomodan, pues como decía nuestro actual Papa Benedicto XVI, el año pasado en el día de las vocaciones, “Dios no restringe la libertad del hombre todo lo contrario en Dios tenemos todo”. Se piensa que ser hombre moderno es no vivir sujeto a un Dios que se ha revelado y nos ha revelado una verdad absoluta, pues el concepto de creyente parece que hoy significa creer en algún dios o vincularse a alguna corriente de pensamiento, por eso la pregunta de Cristo a Pedro “...y quién dicen usted que soy yo?...”.
El libro de Job nos revela que el campo de batalla entre Dios y satanás es el hombre; porque mientras que Dios da al hombre el ser, el demonio le da al hombre el tener y poseer. Y en esta disyuntiva el hombre si no se acoge a Dios vive buscando su propia vida al margen del prójimo. Por eso que la pregunta que hoy nos hace Cristo es fundamental; y aplicándola a nuestro contexto actual podríamos decir: “¿quién dices tú que soy yo?”.
Satanás que significa adversario, acusador, hace así una clara alusión a que es el enemigo del hombre, el que busca, y quiere impedir, que Dios realice su obra en el hombre. Vemos de manera significativa su presencia cuando Cristo es tentado, por éste, en el desierto. Entonces en esta actitud hacia Pedro, vemos a Cristo nuevamente rechazando la influencia de Satanás para alejarlo de su misión. Podemos decir al respecto que en nuestra vida cotidiana tenemos que pedirle a Dios que nos ayude a poder discernir estas influencias satánicas, para que nuestra vida no salga del querer de Dios.

Retomando el penúltimo párrafo del evangelio, aparece aquí Cristo como éste siervo que profetiza Isaías, y sabemos que este siervo doliente se nos ha revelado, se nos ha dado a conocer quién era cuando Cristo, sin resistirse al mal, ha entrado en su pasión con una obediencia hasta la muerte, como expresión de la sumisión a su Padre, pues el Padre, para redimir al hombre, había escogido el camino de la cruz. Por eso el escándalo de Pedro, que será nuestro escándalo cotidiano de no creer que la vida que Dios quiere regalarnos, y que es vida eterna, pasa por la negación de nuestro yo, que se debe expresar en la renuncia de nuestros proyectos, ilusiones, para que en toda su plenitud en nuestra vida se realice el diseño de Dios, y éste diseño –como Pedro se escandalizó-, tantas veces nosotros no lo aceptamos porque nos parece incomprensible.

Por eso, volviendo al inicio del Evangelio, Cristo pregunta: “...quién dice la gente que soy...”; pues de esta manera pedagógica Cristo, sabiendo lo que sus discípulos pensaban, quería que comprendieran quién era Él en realidad: “el Salvador – el Redentor”; y que a través de una acción inigualable e inimaginable salvaría y ofrecería la regeneración a todo hombre.

La segunda lectura de la liturgia de este domingo que nos da la impresión que tendría que ser el centro de toda nuestra explicación, puede tener un gran peligro, en cuanto a su interpretación, sobre todo en la siguiente frase: “...la fe sin obras está muerta por dentro...”. El Cardenal Ratzinger en el libro «Ser cristiano en la era neopagana», traducido al español en 1965, hace presente y pone al descubierto la equivocación en la cual incurren muchos fieles al equiparar la evangelización-predicación con el activismo. En este sentido podemos caer en reducir nuestra fe a una serie de actividades u obras de caridad. Por consiguiente, tendríamos que preguntarnos en qué se diferenciarían nuestras obras (hablando como cristiano), de las de aquellos que no son cristianos. Dicho de otra manera, si solamente la vida cristiana se reduce a una asistencia humanitaria, entonces la obra de Cristo ¿qué trascendencia tendría para el hombre?.

Por eso es importante el Evangelio de este día, porque nos pone de manifiesto el sentido de la obra de la fe, que no se debe reducir a las ofrendas que daban los fariseos en el Templo de Jerusalén, y como decía Cristo “...dan de lo que le sobra...”. Sino que la obra de la fe del creyente, y toda obra del creyente, debe estar marcada como la obra que Cristo ha realizado para salvarnos, un renunciar a sí mismo. Pues la obra de Dios por amor al prójimo “...a todos los hombres...”, ha sido la de darnos a su Hijo por amor a nosotros. Y por eso la obra de la fe no se puede desligar o separar de esta gratitud de amor hacia Dios que se expresa en el hermano; porque si hoy nuestra vida aún sin estar rodeada de lujos ni de grandes comodidades, tiene sentido es por el hecho de que Cristo va animándola, va dándole sentido a nuestros sufrimientos, al quehacer de cada día porque Él es nuestra esperanza: “...nuestra obra debe ser como un gesto de gratitud a Dios traducido en amor y salir a socorrer a nuestros hermanos...”.
Por eso ahora podemos entender la frase de Santiago cuando dice que la fe sin obras es muerta; porque si realmente creemos que Cristo es nuestro Salvador, ésta fe en Cristo debe causar efecto en nuestra vida, y éste efecto en nuestra vida se traduce en obras y en gestos de amor y caridad para con el prójimo, pero teniendo como fuente y como fuerza dinámica de nuestro actuar, la obra y el amor de Cristo en nosotros que, por amor a nosotros, aceptó obedientemente (fe), la voluntad de su Padre que fue la aceptación de su muerte en cruz por nosotros.

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú