V Domingo de Pascua, Ciclo B

Jn. 15,1-8

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

 Hech. 9,26-31; Sal.21; 1Jn.3,18-24; Jn. 15,1-8 

 

Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran  y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.

 

 

Después que la semana pasada celebramos la Fiesta del Buen Pastor, este domingo la liturgia nos presenta la figura de la vid y el sarmiento. En el evangelio del domingo anterior el binomio pastor-oveja; buen pastor-asalariado, eran figuras que aparentemente se contraponían, en este domingo el binomio es vid-sarmiento; debemos tener presente que el marco que estas parábolas nos dan nos está hablando de la íntima vida entre Dios y el cristiano. La parábola de este domingo está significando una revelación en cuanto al sentido y radicalidad de la vida cristiana, pues el que ha nacido de Cristo no puede vivir según sus proyectos y principios de este mundo, sino que está llamado a que su vida se fundamente en Cristo piedra angular del nuevo templo de Dios; pues Cristo se ha denominado a sí mismo: "...camino, verdad y vida, ..."; y también: "... yo soy la puerta de las ovejas..."; entonces esto nos lleva a afirmar que la vida cristiana se vive en una íntima comunión con Cristo. Al respecto el Papa Benedicto XVI nos dice: «…El "mundo" es una mentalidad, una manera de pensar y de vivir que puede contaminar incluso a la Iglesia, y de hecho la contamina, y por tanto exige constante vigilancia y purificación. Hasta que Dios no se manifieste plenamente, sus hijos no son todavía plenamente "semejantes a Él" (1Jn 3, 2). Estamos "en" el mundo, y corremos también el riesgo de ser "del" mundo. Y, de hecho, a veces lo somos. Por este motivo, Jesús al final no rezó por el mundo sino por sus discípulos para que el Padre los cuidara del maligno y ellos fueran libres y diferentes al mundo, a pesar de vivir en el mundo (Cf. Juan 17, 9. 15)…» (Benedicto XVI, Homilía al ordenar sacerdotes a 19 diáconos de la diócesis de Roma, 3 de mayo de 2009).

En el evangelio hemos escuchado que Cristo dice el que escucha su palabra permanece en Él, lo que está significando que para ser sarmiento (cristiano) hay que escuchar la palabra de Cristo, lo que significa acoger a Cristo, creer en Cristo y eso nos llevará a amar a Cristo. Entonces es importante profundizar sobre lo que significa ser sarmiento, pues el sarmiento forma parte de la misma naturaleza de la vid, por eso el Bautismo nos hace hijos de Dios en el Espíritu del mismo Dios, pero hay que tener en cuenta que para vivir como hijos de Dios necesitamos estar alimentados y caminando en la voluntad del mismo Dios, como hijos del único pueblo fundado por Dios en Cristo. Así los sarmientos que son arrancados de la vid es porque no escuchan la palabra de Dios que es el mismo Cristo, no acogen a Cristo como su Señor y por lo tanto no aman a Cristo ni a Dios, y, en conclusión, viven según sus proyectos, pensando muchas veces que sus proyectos vienen de Dios. Por ende, cuando el Papa, en la cita que hemos dado en líneas anteriores, sostiene que muchas veces el espíritu del mundo vicia a la Iglesia es porque vivimos como los sarmientos que son arrancados porque no viven según el espíritu de Cristo.

Cristo se presenta como la verdadera vid, en la parábola también se nos pone frente al agricultor, aquel que corta los sarmientos de la vid, esto significa que en ocasiones las intervenciones de Dios, como el Padre que corrige a sus hijos, pueden ser dolorosas pero son siempre necesarias, porque se limpia o poda el sarmiento para que pueda dar mejores frutos; y el fruto de la vida cristiana que estamos llamados todos a dar es la vida de santidad. Por eso, el principio fundamental de la vida cristiana es permanecer unidos a Cristo a través de la Iglesia, pues si el discípulo permanece en Cristo a través de la fe y del amor, Jesús también permanece en él y, con su amor, hace fecunda la vida del creyente. Este mensaje fundamental lo podemos encontrar también en la segunda lectura cuando San Juan en su Primera Carta dice: "... quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio...".

  De esta manera profundizando en el sentido de las lecturas de este domingo, la expresión: “...permanecer (habitar)...” se puede entender en un sentido de intimidad, fidelidad y comunión con el Padre. Por eso cuando el evangelista dice: "... como el sarmiento no puede dar fruto sin la vid, así ustedes, no pueden dar fruto sin mí...", es porque la vida cristiana se vive en una íntima comunión con Cristo, comunión que es una dependencia ontológica-vital, porque esta comunión y unión a la que se nos llama consiste en vivir cada día la experiencia del amor redentor-vivificante de Cristo. Al respecto San Agustín nos dice: «… Permaneciendo unidos a Cristo, ¿qué otra cosa pueden querer sino lo que es conforme a Cristo? Estando unidos al Salvador, ¿qué otra cosa pueden querer sino lo que no es extraño a la salvación? En cuanto estamos unidos a Cristo queremos unas cosas y en cuanto estamos aún en este mundo queremos otras. Por el hecho de vivir en este mundo, a veces nos viene la idea de pedir algo cuyo daño desconocemos. Nunca tengamos el deseo de que se nos conceda, si queremos permanecer en Cristo, el cual no nos concede sino aquello que nos conviene. Permaneciendo, pues, en él y reteniendo en nosotros sus palabras, pediremos cuanto queramos, y todo nos será concedido…» (San Agustín, Comentarios al evangelio de San Juan 18).