Solemnidad: Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Ciclo B
San Marcos 14, 12-16.22-26

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

 Ex 24, 3-8;    Sal 115;   Hb 9, 11-15;    Mc 14, 12-16.22-26 

El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: “¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?” Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: “Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle y allí donde entre, decid al dueño de la casa: ‘El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?’ Él os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros.” Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua. Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: “Tomad, éste es mi cuerpo.” Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: “Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios.” Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.  

Celebramos hoy una solemnidad que expresa el asombro del pueblo de Dios: un asombro lleno de gratitud por el maravilloso don de la Eucaristía. En el sacramento del altar Jesús quiso perpetuar su presencia viva en medio de nosotros, en la forma misma en que se entregó a los Apóstoles en el cenáculo. Hoy la Iglesia nos invita a celebrar lo que Cristo ha querido perpetuar, su presencia en la Iglesia a través de la Eucaristía, sacramento y signo de la Nueva Alianza, y de la cual nace, surge y se encamina la Iglesia de Cristo, este es el sacramento que crea la comunión y la unidad en la Iglesia; no sólo entre sus miembros, sino en cuanto a los miembros con su cabeza. El Papa Benedicto XVI nos dice al respecto: «… el Misterio eucarístico "es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre" (n. 1). Por tanto, la fiesta del Corpus Christi es singular y constituye una importante cita de fe y de alabanza para toda comunidad cristiana. Es una fiesta que tuvo su origen en un contexto histórico y cultural determinado: nació con la finalidad precisa de reafirmar abiertamente la fe del pueblo de Dios en Jesucristo vivo y realmente presente en el santísimo sacramento de la Eucaristía. Es una fiesta instituida para adorar, alabar y dar públicamente las gracias al Señor, que "en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos "hasta el extremo", hasta el don de su cuerpo y de su sangre"…» (Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi, 7 de junio de 2007).

El Corpus Christi es la manifestación de la presencia corpórea de Jesucristo que atrae a todos los hombres. La institución de esta Solemnidad en la Iglesia se ha dado como motivo de una manifestación genuina de los cristianos en la participación del sacramento de la Eucaristía. «…Es una fiesta en la que revivimos la primera Cena sagrada y mediante un acto público y solemne, glorificamos y adoramos el Pan y el Vino que se han convertido en verdadero Cuerpo y en verdadera Sangre del Redentor. Es un signo lo que aparece" -subraya la secuencia-, pero "encierra en el misterio realidades sublimes. Pan vivo que da la vida…» (Juan Pablo II, Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi, 2002).

El Papa Benedicto XVI nos dice: «…Durante la procesión y en la adoración, nosotros miramos a la Hostia consagrada, la forma más sencilla de pan y de alimento, hecho simplemente con algo de harina y de agua. La oración con la que la Iglesia durante la liturgia de la misa entrega este pan al Señor lo presenta como fruto de la tierra y del trabajo del hombre. En él queda recogido el cansancio humano, el trabajo cotidiano de quien cultiva la tierra, de quien siembra, cosecha y finalmente prepara el pan. Sin embargo, el pan no es sólo un producto nuestro, algo que nosotros hacemos; es fruto de la tierra y, por tanto, es también un don…» (Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi, 15 de junio de 2006)

A través del sacramento de la Eucaristía, Cristo responde a una necesidad profunda de la humanidad, necesidad que responde a la naturaleza originaria con la cual el hombre fue creado por Dios.  Si Dios es comunión de tres personas, el hombre por su naturaleza es llamado a vivir en comunión. En este sentido, la Solemnidad que hoy celebramos nos lleva a vivir en esta comunión y unidad para lo cual hemos sido creados y llamados, pues solamente con la vida que Cristo nos transmite y con la cual nos recrea, los creyentes podemos vivir en esta comunión íntima.  De esta manera, nuestro peregrinaje por este mundo con Cristo será, como describe el libro del  Éxodo, el paso del pueblo de Israel hacia la Tierra Prometida. Por ello el Papa Benedicto XVI nos dice: «… En la fiesta del Corpus Christi contemplamos sobre todo el signo del pan. Nos recuerda también la peregrinación de Israel durante los cuarenta años en el desierto. La Hostia es nuestro maná con el que el Señor nos alimenta, es verdaderamente el pan del cielo, con el que Él verdaderamente se entrega a sí mismo. En la procesión, seguimos este signo y de este modo le seguimos a Él mismo. Y le pedimos: ¡guíanos por los caminos de nuestra historia! ¡Vuelve a mostrar a la Iglesia y a sus pastores siempre de nuevo el camino justo!...» (Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi, 15 de junio de 2006).

La Solemnidad del Corpus Christi comprende dos momentos: la santa misa, en la que se realiza la ofrenda del Sacrificio, y la procesión, que manifiesta públicamente la adoración del Santísimo Sacramento; con esta procesión expresamos simbólicamente que somos peregrinos hacia la patria celestial. La celebración del Cuerpo y la Sangre de Cristo se remonta al año 1193, cuando Santa Juliana de Mont Cornillon, religiosa agustina supo durante sus años en el convento, mediante una serie de visiones, que el Señor deseaba una fiesta especial en honor de la Eucaristía, comunicó estas visiones al obispo de Lieja, Roberto de Thorete, quien instituyó esa festividad en 1246, decretando que se debía celebrar el primer jueves después de la octava de la Santísima Trinidad. El Papa Urbano IV supo de esta fiesta y la extendió a toda la Iglesia mediante la publicación de la bula "Transiturus", el 8 de septiembre de 1264. El Papa pidió a Santo Tomás de Aquino que compusiera el oficio, utilizado aún en nuestros días. El Concilio de Viena confirmó la bula de Urbano IV en 1312 y a partir de esa fecha la fiesta se generalizó. La procesión surgió espontáneamente hace varios siglos en muchas ciudades y pueblos de Europa. La procesión de Roma, que va de la basílica de San Juan de Letrán, a la de Santa María Mayor, comenzó a finales de 1400. Su itinerario actual inició en 1575 cuando durante el pontificado del Papa Gregorio XIII se construyó la calle que une estas dos basílicas. Esta ruta se utilizó durante más de 300 años, hasta que la procesión cayó en desuso. El Siervo de Dios Juan Pablo II reanudó esta costumbre en 1979. Que el Señor nos prepare en esta Fiesta que hoy celebramos a todos los ministros ordenados por la Santa Madre Iglesia para vivir el Año Jubilar Sacerdotal, pues en el último escrito de Jueves Santo que nos dejó el Siervo de Dios Juan Pablo II nos dijo: «…que en las palabras de la consagración se describe la vida de nuestro ministerio…».