XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 5, 21-43

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

 Sb 1, 13-15; 2, 23-14; Sal 29; 2Co 8, 7-9.13-15; Mc 5, 21-43

Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva". Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados. Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré curada". Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal. Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?". Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?". Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido. Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad. Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad". Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?". Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que creas". Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme". Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!". En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña.

El presente domingo las lecturas nos presentan por una parte, la existencia de la enfermedad y la muerte en nuestra historia, y por otra, lo más importante, el anuncio del proyecto de salvación de Dios sobre la historia de cada uno de los hombres, que es un proyecto de misericordia y vida eterna, el cual se hace palpable a través de los milagros concretos con los cuales Cristo cura a la mujer enferma y resucita a la niña. Así, los domingos anteriores Cristo aparecía como el más fuerte, Aquel que luchando contra el mal vencía; el domingo pasado, dominando las fuerzas de la naturaleza y calmando la tempestad. Hoy, se nos manifiesta su poder salvífico y potestad sobre la enfermedad y la muerte, en relación con la fe de aquellos que se acercan y le piden con verdadera esperanza. Esta semana se nos invita a creer, a tener fe, aquella fe que es acrisolada ante la enfermedad y el dolor a través de la unión con Cristo, tal como nos dice el Papa Benedicto XVI en su encíclica Spe Salvi: «…Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito…» (Spe Salvi, 37).

En la primera lectura, del libro de la Sabiduría, hemos escuchado: «...Dios no ha creado la muerte...»; porque la presencia de la muerte en el mundo es generada por la envidia y engaños del maligno, que lleva al hombre al pecado y muchas nos lleva a pensar que Dios no nos ama, o que las cosas que nos suceden son castigos de Dios. Por ello el sabio dice que aún sabiendo que todos los hombres, tanto justos e injustos, han que morir, hemos de diferenciar la existencia de una doble muerte: la muerte natural (física) ocasionada por la finitud de la existencia, y la muerte no natural, la llamada muerte ontológica, causada por la rebeldía y desobediencia de los hombres contra Dios.

El evangelio nos presenta dos relatos, Cristo que cura a una mujer enferma y resucita a una niña muerta, haciendo presente por medio de milagros concretos su vocación salvífica. San Agustín nos dice al respecto: «…Los milagros que hizo Nuestro Señor Jesucristo son obras divinas que enseñan a la mente humana a elevarse por encima de las cosas visibles, para comprender lo que Dios es…» (San Agustín, Comentario al Evangelio de San Juan, 24, 1). Entonces del evangelio podemos rescatar dos frases centrales, en el caso de la hija del jefe de la sinagoga, muerta según nuestros conceptos humanos, Cristo dice: «...la niña está dormida...», causando inclusive la risa de los presentes.

En el caso de la mujer hemorroisa que toca su manto, Cristo pregunta: «... ¿quién ha tocado mi manto?...», con el consiguiente desconcierto de los discípulos ante la pregunta. Frente a la muerte corporal el Señor habla de un sueño, la verdadera muerte, la que se denomina segunda o definitiva muerte, es para el cristiano una muerte definitiva. Por eso la enfermedad, que es premonición de muerte, es para el cristiano el morir de cada día; así Cristo se está designando a sí mismo como “la vida”, y esta vida se manifiesta tanto ante la vida como ante la muerte. Podemos así descubrir la fuerza de la fe, ante la muerte y la enfermedad, se impone la vida de Cristo, poder mayor que todo lo puede restituir en virtud de la fe.
Se nos pone frente al contraste entre la incapacidad humana de enfrentar el sufrimiento (la enfermedad y la muerte), por un lado, y por otro la fuerza impresionante de la fe. La actitud de la hemorroisa que llevaba años enferma, que había fracasado en todos los medios utilizados para curarse, es manifestación de la actitud de la persona desesperada, expresión de la incapacidad humana. La única actitud frente a esta incapacidad es la fe, lo que el hombre con sus medios no puede hacer, lo puede lograr en Cristo, esta convicción es la que lleva a la mujer a acercarse a Cristo. Con la misma seguridad Jairo espera en el Señor, sabe que su hija ha muerto, que humanamente ya no hay nada que esperar, la muerte ha vencido, pero la fe es más fuerte que la muerte. Por eso Jairo espera en Cristo, cree que es Él quien vencerá a la muerte.

La confianza y abandono en el poder de Jesucristo es lo que hoy la liturgia nos recuerda a través de las lecturas, el poder de la fe no es algo del pasado, este poder no está limitado al espacio ni al tiempo, es permanente y actual. Al respecto el Siervo de Dios Juan Pablo II nos dice: «…Jesús subraya más de una vez que los milagros que Él realiza están vinculados a la fe. "Tu fe te ha curado", dice a la mujer que padecía hemorragias desde hacia doce años y que, acercándose por detrás, le había tocado el borde del manto, quedando sana (…) El factor fe es indispensable; pero, apenas se verifica, el corazón de Jesús se proyecta a satisfacer las demandas de los necesitados que se dirigen a Él para que los socorra con su poder divino…» (Juan Pablo II, Catequesis El milagro como llamada a la Fe, 16 de diciembre de 1987).

Oraciones para aquellos que en este día hemos recibido por medio de la Iglesia, el Don del ministerio del Orden Sagrado. Pido tu oración para este pobre servidor (28 de junio).