XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 24-35

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

 Ex 16, 2-4. 12-15; Sal 77; Ef 4, 17. 20-24; Jn 6, 24-35 

Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. Al encontrarse a la orilla del mar, le dijeron: “Rabí, ¿cuándo has llegado aquí?” Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios; ha marcado con su sello.” Ellos le dijeron: “¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?” Jesús les respondió: “La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado.” Ellos entonces le dijeron: “¿Qué signo haces para que viéndolo creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer.” Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.” Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan.” Les dijo Jesús: “Yo soy el pan de vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.” 

La semana anterior la Iglesia nos presentó el evangelio de la multiplicación de los panes. Cristo, por tanto, se revelaba como el verdadero profeta, el nuevo conductor del pueblo de Dios, que de parte de Dios ha tomado la naturaleza humana y ha entrado en la historia para saciar el hambre de los hombres. Sin embargo este milagro suscitó confusiones y desconcierto en medio de un pueblo que no podía entender el significado verdadero del reino al cual nos invita Cristo. Al respecto el Siervo de Dios Juan Pablo II nos dice: «… Hemos escuchado en el Evangelio un pasaje del discurso en la sinagoga de Cafarnaúm, después del milagro de la multiplicación de los panes, en el cual Cristo se revela como el verdadero pan de vida, el pan bajado del cielo para dar la vida al mundo (cf. Jn 6,51). Es un discurso que los oyentes no entienden. La perspectiva en que se mueven es demasiado material para poder captar la auténtica intención de Cristo. Ellos razonan según la carne, que “no sirve para nada” (Jn 6,63). Jesús, en cambio, orienta su discurso hacia el horizonte inabarcable del espíritu: “Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida”. Sin embargo el auditorio es reacio...» (Juan Pablo II, Homilía en la Jornada Mundial de la Juventud, 20 de agosto de 2000).

El presente domingo, se conjugan dos expresiones muy importantes en el evangelio, palabras de Cristo que expresan el cumplimiento de la profecía que en la primera lectura hemos escuchado.: “... la obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado...” y “... yo soy el pan de vida el que venga a mí no tendrá hambre y el que cree en mí, no tendrá nunca sed....”. Es importante tener en cuenta el tránsito del pueblo de la primera alianza por el desierto para poder comprender el evangelio, ya que en este recorrido hacia la tierra prometida, el pueblo liberado de la esclavitud de Egipto, es sostenido por el providencial alimento (maná), porque Dios envió a su pueblo un pan que les preservó de desfallecer hasta llegar a la tierra prometida donde manaría leche y miel.

Las palabras de Cristo en el evangelio de este domingo, encuentran un cierto sentido recriminatorio hacia las personas que lo siguen pues dice: “... me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado...”. A la muchedumbre que le ha seguido, sólo por motivos de interés material, al haber sido saciada gratuitamente con la multiplicación milagrosa de los panes y de los peces, Cristo les dice: "Procuraos no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre" (Jn 6, 27). Cristo a partir de ese momento se revela al pueblo como el nuevo Moisés, como el verdadero profeta enviado de parte de Dios para su pueblo. Así, el pueblo nuevo surgirá cuando Cristo sea elevado en la cruz y derrame su sangre para el perdón de nuestros pecados y como rescate de la muerte eterna. Así como Moisés obedeciendo a Dios anunció al pueblo peregrino en el desierto que el maná-pan era enviado por parte de Dios desde el cielo, Cristo es el nuevo Moisés que conduce a los creyentes por este desierto árido del mundo, pero al mismo tiempo Él es el pan enviado de parte de Dios para nosotros, para revelarnos el significado de nuestra existencia, para preservarnos en nuestro peregrinaje hacia la Tierra Prometida: el Cielo, la vida eterna.

El Siervo de Dios Juan Pablo II nos dice: «… Y, ¿de qué modo es Jesús el significado de la existencia del hombre? El mismo lo explica con claridad consoladora: "Mi Padre os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que ha bajado del cielo y da la vida al mundo... Yo soy el pan de vida; el que viene a mí, ya no tendrá más hambre y el que cree en mí, jamás tendrá sed" (Jn 6, 32-35). Jesús habla simbólicamente, evocando el gran milagro del maná dado por Dios al pueblo judío en la travesía del desierto. Es claro que Jesús no elimina la preocupación normal y la búsqueda del alimento cotidiano y de todo lo que puede hacer que la vida humana progrese más, se desarrolle más y sea más satisfactoria. Pero la vida pasa indefectiblemente. Jesús hace presente que el verdadero significado de nuestro existir terreno está en la eternidad, y que toda la historia humana con sus dramas y alegrías debe ser contemplada en perspectiva eterna...» (Juan Pablo II, Homilía en la Jornada Mundial de la Juventud, 20 de agosto de 2000).

De esta manera, cuando Cristo dice de sí mismo que la obra del Padre es que creamos en el Hijo, quiere decir que solamente a través de Cristo la vida del hombre puede ser recreada. Pues Cristo ha venido al mundo para esto y por ello ha tomado el seno virginal de María Santísima para que el hombre creado por Dios recobre, a través de Él, la dignidad con la cual había sido creado: “... hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza...”. Al respecto San Pablo en la segunda lectura nos dice: “... no viváis ya como viven los gentiles según la vaciedad de su mente...”; “... despojaos, en cuanto a vuestra vida anterior del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, (...) y revestíos del hombre nuevo...”. De esta manera, Cristo al presentarse como el pan de vida eterna está significando que todo aquel que coma de este pan: tiene sed y hambre que en su vida se realice la voluntad de Dios, un deseo de que se realice plenamente la vida de Cristo en la nuestra como una historia salvífica redentora.

Cristo es el verdadero pan que sacia no sólo la vida del hombre, pues la vida del hombre no se sacia por lo inmediato, sino la vida a la que el hombre se encamina. En esto se distingue el alimento verdadero del alimento perecedero del cual nos habla el evangelio. El alimento perecedero aparentemente satisface al hombre y responde a su vida pero no cambia su existencia, ni despeja lo oscuro del porvenir de su vida. Al respecto citamos al Papa Benedicto XVI: «… quizá debemos aclarar ante todo qué es el pan. Hoy nuestra comida es refinada, con gran diversidad de alimentos, pero en las situaciones más simples el pan es el fundamento de la alimentación, y si Jesús se llama el pan de vida, el pan es, digamos, la sigla, un resumen de todo el alimento. Y como necesitamos alimentar nuestro cuerpo para vivir, así también nuestro espíritu, nuestra alma, nuestra voluntad necesita alimentarse. Nosotros, como personas humanas, no sólo tenemos un cuerpo sino también un alma; somos personas que pensamos, con una voluntad, una inteligencia, y debemos alimentar también el espíritu, el alma, para que pueda madurar, para que pueda llegar realmente a su plenitud. Así pues, si Jesús dice “yo soy el pan de vida”, quiere decir que Jesús mismo es este alimento de nuestra alma, del hombre interior, que necesitamos, porque también el alma debe alimentarse. Y no bastan las cosas técnicas, aunque sean importantes. Necesitamos precisamente esta amistad con Dios, que nos ayuda a tomar las decisiones correctas. Necesitamos madurar humanamente. En otras palabras, Jesús nos alimenta para llegar a ser realmente personas maduras y para que nuestra vida sea buena...» (Benedicto XVI, Encuentro de catequesis y de oración con los niños de primera Comunión, 15 de octubre de 2005).

Concluyendo podemos decir que, lamentablemente, la sociedad moderna nos presenta cada día, incluso a través de la política, un pan, un cierto alimento para saciar nuestra hambre inmediata; pero Cristo es el alimento que sacia nuestra vida plenamente y hace que el hombre alcance la plenitud de su existencia (Caritas in veritate, n.2).