XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 35-45

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

Is 53, 2-3. 10-11; Sal 32: Hb 4, 14-16; Mc 10, 35-45


Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: "Maestro, queremos nos concedas lo que te pidamos." Él les dijo: "¿Qué queréis que os conceda?" Ellos le respondieron: "Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda." Jesús les dijo: "No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?" Ellos le dijeron: "Sí, podemos." Jesús les dijo: "La copa que yo voy a beber, sí la beberéis y también seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado; pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado."

Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan. Jesús, llamándoles, les dice: "Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos."

La semana pasada los bienes y el desprendimiento marcaban la orientación en las lecturas, en la presente semana a través de la cercanía a Jesús se busca sutilmente un bien. Hablando en un sentido sencillo, el estar cerca de aquel que cuenta con la autoridad, nos hace sentir poderosos, importantes, como que nos transmite un poder del cual nos revestimos. Esta explicación sobre todo la podemos comprender mejor en el aspecto político, especialmente en nuestro país, donde muchas veces los políticos luego de haber recibido los apoyos necesarios para alcanzar el poder, cuando lo tienen revisten de poder a otras personas.

Jesús en el presente evangelio hace como una aclaración, donde Él mismo dice: "... mi cáliz lo beberéis y podréis ser bautizados con el bautismo que yo voy a ser bautizado pero el sentarse a mi derecha o izquierda sólo corresponde a mi Padre del cielo...". Esto está queriendo indicar, como lo expresa la primera lectura a través del famoso cántico de Isaías, una profecía de la vida de Cristo, porque Cristo es el siervo de los siervos, Él es el siervo de Dios, como Él mismo en el evangelio dirá: "... el siervo no es más que su amo..."; y como Él mismo sostendrá repetidas veces en el evangelio de san Juan: "... yo he venido a cumplir la voluntad de mi Padre...".

Así Cristo está indicando que el sentido de su presencia entre los hombres (misterio de encarnación, entrada en la historia), es para llevar a cumplimiento el designio del Padre, el pleno cumplimiento de las promesas a los hombres y la concretización de su amor misericordioso con el cual nos redime y rescata en su Hijo. Para esto no se necesitaba un hombre que irradiará poder o dominio sino un siervo, como se describe en los cánticos del profeta Isaías.
La carta a los Hebreos nos presenta por lo tanto a Cristo como Sumo Sacerdote, que a diferencia de los sacerdotes de la antigua alianza, no tiene necesidad de ofrecer constantemente sacrificios de purificación ni por sí mismo ni por el pueblo, sino que Cristo Sumo y Eterno Sacerdote se ha dado todo de sí en su pasión y muerte de cruz (derramamiento total de su sangre), de una vez para siempre por nosotros.

Este padecimiento de Cristo, San Juan Crisóstomo lo identifica con beber del cáliz y ser bautizado (Hom. 7); pues cada cristiano está llamado a vivir la vida de Cristo; por algo San Pablo dice que: "... en nuestro cuerpo se completan los padecimientos de Cristo...". Pues así como Cristo al encarnarse se ha despojado de sí mismo, según la carta a los Filipenses, Dios, a través de los padecimientos en nuestra vida, que serían los sufrimientos, o las correcciones de Dios, tiene que ir despojándonos de nuestro hombre de la carne, de este hombre amante del poder, del prestigio, de la soberanía para irnos configurando con la vida de Cristo y así beber de su cáliz..

Tenemos que decir con mucha claridad y sin ningún afán de crítica que tantas veces nosotros los ministros de la Iglesia, podemos caer en este afán de acercarnos y vivir de la autoridad para sentirnos importantes, cuando lo que Cristo nos ha enseñado: es ser siervos para los hombres. Tantas veces nos cuesta porque hemos invertido la escalera; nuestra vida está llamada a ser un descendimiento para que en nosotros vaya dándose la vida del hombre celeste, que expresa nuestra comunión con Cristo.

De esta manera podemos entender la misión que Cristo ha venido a cumplir: revelarnos la voluntad del Padre. Nosotros los bautizados, que por el sacramento recibido somos hijos de Dios, nuestra vida no puede ser distinta a la de Cristo y por consiguiente, estamos también llamados a ser siervos de Dios, nuestra vida está llamada a reproducir la imagen y la vida de su Hijo, nuestra vida no es un azar ni es un proyecto que tenemos que descubrir o tenemos que nosotros planearlo y desarrollarlo; como dice la Constitución Pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II: "Cristo es la revelación del misterio de la vida del hombre" (GS 12-14).

Beber del cáliz de Cristo y ser bautizados con el bautismo de Cristo es participar de la vida de Cristo, que ha venido ha este mundo no para hacer su voluntad sino la voluntad del que lo ha enviado. En esto consistirá la santidad, no sólo vivir una vida llena de gracia, sino en la gracia que Dios nos da, que es para vivir y realizar su voluntad, así como Cristo la ha revelado y dado a conocer a los hombres. La petición de Cristo al Padre aquí tiene gran imponencia: “...Padre te ruego por ellos para que los guardes en tu nombre...”.

Concluyendo según el evangelio y como últimamente nuestro Sumo Pontífice el Papa Benedicto XVI está repitiendo a los obispos del mundo: el ministro de la Iglesia es un servidor, en consecuencia esta llamado, en la gracia de Dios, a vivir con alegría el misterio pascual de Cristo en su vida y como la buena tierra, según los designios de Dios, pueda rendir “...el treinta, setenta o ciento...”.