IV Domingo de Adviento, Ciclo C

San Lucas 1, 39-45

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Mi 5, 1-5; Sal 79: Hb 10, 5-10; Lc 1, 39-45

En aquellos días, se puso en camino María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, Isabel quedó llena de Espíritu Santo y exclamó a gritos: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas por parte del Señor!"  

El presente domingo nos pone ya en la antesala del Misterio del nacimiento del Salvador. Así las figuras de Jesús y de la Virgen María orientan toda nuestra liturgia para celebrar el gran acontecimiento del nacimiento del Hijo de Dios, acontecimiento que esperamos en vigilante expectativa. Al respecto el Papa Benedicto XVI nos dice: «…La conciencia de la próxima venida del Señor, debería ayudarnos a ver el mundo con ojos distintos, a interpretar los distintos acontecimientos de la vida y de la historia como palabras que Dios nos dirige, como signos de su amor que nos aseguran su cercanía en cada situación. Velar "significa seguir al Señor, elegir lo que Él ha elegido, amar lo que Él ha amado, conformar la propia vida a la suya; velar comporta transcurrir carda momento de nuestro tiempo en el horizonte de su amor sin dejarnos abatir por las inevitables dificultades y problemas cotidianos…» (Benedicto XVI, El Adviento, tiempo de santidad, Homilía en la clausura del Año Jubilar de San Lorenzo, 30 de noviembre de 2008).

En la presente semana la epístola a los Hebreos nos hace presentes las palabras del Hijo de Dios:”…Aquí estoy... Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo... Aquí estoy... ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad…” (Hb 10, 5,7); en estas palabras, la venida de Dios en medio de los hombres toma la forma del misterio de la Encarnación. Dios Padre que ha preparado este misterio desde la eternidad ahora lo realiza. El Padre manda al Hijo, que acoge la misión. Por obra del Espíritu Santo se hace hombre en el seno de la Virgen María: «…Y el Verbo se hizo carne…» (Jn 1,14). Cristo al tomar el seno virginal de María, toma morada en ella, toma un cuerpo como el nuestro el día de la noche de Navidad, así está llevando a realización y dando cumplimiento a la promesa del Padre.

El encuentro de la Virgen María con Isabel hace presente un momento muy importante, en la expresión: "Bendita la que ha creído que se cumplirán todas las cosas que fueron anunciadas de parte de Dios", se nos está queriendo manifestar que Isabel ve y reconoce en María a aquella que es bendita porque sin ninguna reserva se ha abierto a los designios de Dios y ha acogido con humilde obediencia la voluntad del Padre para su vida.

Entonces, la vida del creyente que se abandona confiadamente a la voluntad de Dios es una bendición que brota de la acogida de Aquel que nace en nuestro corazón, que toma nuestras entrañas y nos transforma para que, como dice la carta a los Hebreos, nuestro cuerpo sea una expresión de la realización de la obra de Dios en nuestra vida. Así el evangelio nos pone de manifiesto los signos de la intervención de Dios en la vida del hombre que se abre confiadamente a su gracia, para estar dentro del plan salvífico del redentor.

Al respecto el Papa Benedicto XVI nos dice: «… el Adviento es el tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno. Precisamente por esta razón es, en especial, el tiempo de la alegría, de una alegría interiorizada, que ningún sufrimiento puede cancelar. La alegría por el hecho de que Dios se ha hecho niño. Esta alegría, invisiblemente presente en nosotros, nos alienta a caminar confiados. Modelo y sostén de este íntimo gozo es la Virgen María, por medio de la cual nos ha sido donado el Niño Jesús. Ella, fiel discípula de su Hijo, nos concede la gracia de vivir este tiempo litúrgico vigilantes y activos en la espera…» (Benedicto XVI, Homilía en las Primeras Vísperas del Domingo I de Adviento, 29 de noviembre de 2009).

Cada uno de nosotros está llamado a ser bienaventurado como la Virgen María y esto en la medida en que nos abramos a los designios del Padre, y  podamos acoger a Cristo en nuestra vida. La liturgia de este domingo es una invitación a que podamos reconocernos en estas dos mujeres, por un lado la anciana estéril y por otro la joven virgen, en quienes se contempla la intervención de Dios. Y esto es lo que manifiestan Isabel y María en el evangelio, cuando expresan un cántico de gratitud a Dios, porque ambas son testigos en sus propias vidas de la realización de las promesas de Dios y de su cumplimiento. Por ello cómo no esperar con alegría el nacimiento del Salvador, tal como nos lo dice el Papa Benedicto XVI: «…A pocos días ya de la fiesta de Navidad, se nos invita a dirigir la mirada al misterio inefable que María llevó durante nueve meses en su seno virginal: el misterio de Dios que se hace hombre. Este es el primer eje de la redención. El segundo es la muerte y resurrección de Jesús, y estos dos ejes inseparables manifiestan un único plan divino: salvar a la humanidad y su historia asumiéndolas hasta el fondo al hacerse plenamente cargo de todo el mal que las oprime…» (Benedicto XVI, Ángelus 21 de diciembre de 2008).

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar