XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Sb 9, 13-19; Sal 89; Flm 1, 9-10.12-17; Lc 14, 25-33

Caminaba con él mucha gente y, volviéndose, les dijo: "Si alguno viene junto a mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
"Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: 'Este comenzó a edificar y no pudo terminar.' O ¿qué rey, antes de salir contra otro rey, no se sienta a deliberar si con diez mil puede salir al paso del que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Pues de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío."

 

Lc 14, 25-33


El Evangelio de esta semana pone en evidencia que Jesucristo es el centro de nuestra existencia, y lo manifiesta con tres ideas: Si no lo ponemos a Él por encima de nuestros intereses y proyectos, si no nos disponemos a ver nuestra cruz a la luz de la cruz gloriosa, si no tenemos el sentido de la realidad de los bienes materiales, entonces no podemos ser de sus discípulos, no podemos llamarnos cristianos. Se trata de un cuestionamiento esencial a nuestra identidad de bautizados, porque efectivamente seguir a Jesús significa vivir una vida radical por el evangelio.

Esa es la elección a la cual está llamado el cristiano y al respecto las lecturas de la presente semana podemos verlas bajo la visión del Salmo 127, en donde el salmista dice: «...si el Señor no construye la casa en vano se cansan los constructores...».
No por casualidad en el evangelio de la presente semana por tres veces se repite la expresión: «...no puede ser discípulo mío...». Esto está implicando que para ser discípulo de Cristo hay que observar, aceptar y poner en práctica lo que el Maestro nos enseña, de otra manera no se puede ser discípulo. Por eso, en muchos pasajes del evangelio de San Juan, Cristo dice de Él mismo: «...Yo digo y hago lo que he visto de mi Padre...». En este sentido aquí no solamente hay una acción ejemplar que tenemos que ver como Cristo la ha seguido, sino que para que en nosotros se dé la Vida Nueva, para poder vivir la Vida Cristiana, debemos seguir y hacer nuestro lo que nos dice el Maestro. Y por tanto, el cristianismo no es resultado de una simple adhesión, sino que es fruto de una unión íntima con Dios que se expresa en una Vida Nueva, porque a nosotros la unión con Cristo nos transforma en hombres nuevos -nos recrea- por la gracia del Espíritu Santo.

En tal sentido, la expresión odiar, a la que hace referencia el evangelio, no se debe entender sólo como poner a Dios primero o como posponer todas las cosas para poner en primer puesto a Dios. El término odiar, no significa no querer al otro, es todo lo contrario, en la medida en que yo me hago uno con Dios y vivo de este amor de Dios, puedo amar a todos los hombres por la gracia del Espíritu Santo, tal como Cristo nos ha amado a nosotros los hombres y renunciar o dejar todo aquello que nos pueda apartar de la voluntad y del Amor de Dios, por eso dice Cristo: «…quién es mi madre, mi hermano, mi hermana, aquel que hace la voluntad de mi Padre…».
Por eso que el odiar, en el sentido cristiano, no debe ser entendido desde una concepción propia de la vida, sino desde el querer vivir unido a Dios, y por lo tanto, rechazando todo lo que me pueda alejar de Él; el evangelio al final dice: «...el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío...», lo que está significando que no podemos unirnos plenamente a Dios si construimos nuestra vida apoyados sobre algo distinto de Él. Pues nosotros muchas veces queremos construir nuestra vida según nuestros propios planes: apoyados en los afectos, en nuestra posición social, en nuestra autosuficiencia o en nuestro prestigio. Si Jesucristo es lo absoluto en nuestra vida, no debemos tener miedo a las adversidades de cada día: «…El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío…».

El Papa Benedicto XVI ha dicho recientemente a los jóvenes italianos: «…Id contra la corriente… No tengáis miedo, de preferir el camino indicado por el auténtico amor: un estilo de vida sobrio y solidario; no tengáis miedo de parecer diferentes y de ser identificados por lo que puede parecer un fracaso o estar fuera de moda. El mundo tienen una necesidad profunda de ver a alguien que se atreva a vivir según la plenitud de humanidad manifestada por Jesucristo…» (Homilía en la Misa en Loreto, 2 de septiembre 2007).
Toda la liturgia de esta semana es una llamada a la libertad interior y al crecimiento del hombre. Y sólo el seguimiento de Cristo en la vida cristiana nos da esta libertad y este crecimiento. Por lo tanto estamos cerca de Jesús, a las puertas del Reino, si somos fieles a la vida cristiana en nuestra existencia. Como dice San Pablo en la Carta a los Gálatas: «…Para ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud…» (Gál 5, 1).

 

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú