I Domingo de Cuaresma, Ciclo B

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Gn 9, 8-15; Sal 24; 1 Pe 3, 18-22; Mc 1, 12-15


A continuación, el Espíritu le empuja al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían. Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva."

Mc 1, 12-15


Con la celebración del miércoles de ceniza la Iglesia nos ha introducido al tiempo fuerte de la cuaresma. El Papa Benedicto XVI, en el ángelus, del 25 de febrero del presente año, nos ha hecho recordar, que la cuaresma no es tiempo para estar tristes, ni sólo para hacer penitencia; es más que esto, es un tiempo que se debe vivir mirando a Cristo Resucitado, tiempo de pedirle la conversión sincera del corazón al Señor; en este sentido se debe concebir la penitencia: pidiendo profundamente que nos conceda la conversión del corazón, como dice el profeta Ezequiel: "...os daré un corazón nuevo, y os arrancaré el corazón de piedra...". Pero el mismo Papa Benedicto XVI, en su mensaje que nos ha dirigido para la cuaresma, señala algo muy importante: “...han estado cometiendo errores a lo largo de la historia. La tentación de pensar que se deben cambiar con urgencia las estructuras externas; en consecuencia se ha concebido y caído en un cristianismo moralista, donde se ha puesto en primer lugar: el hacer, en vez de primero creer; cuando Cristo ha venido a traernos la salvación integral del hombre (Redemptoris Missio n.11)”. Este es el marco en el cual nos introducimos a este tiempo litúrgico, ya el mismo S. Agustín decía que la cuaresma expresa la vida del hombre peregrino en la tierra; por lo tanto tenemos que decir: la Palabra de Dios no queda reducida a cuatro paredes, sino que Dios nos la da porque en este peregrinar por la vida humana: nos mostrará el camino, que nos sostendrá como alimento y bebida, será el refugio, saciará nuestro existir como anticipo hacia el final del camino y paso a la otra orilla, que será la vida eterna, la Pascua en Cristo; como dice S. Pablo: "...si vivimos, vivimos en el Señor, y si morimos, morimos en el Señor,...".
De esta manera podemos ver como en la primera lectura, esta alianza que Dios hace con Noé, es muy importante, dentro del tiempo de la cuaresma. Dios dice: "... no destruiré nunca más al ser viviente, ..."; si la cuaresma es un tiempo de conversión, es precisamente porque Dios ha empeñado su palabra, y si Dios no destruirá más al hombre quiere decir que le proporcionará los medios necesarios para que retorne a la comunión con Él. Así la Alianza que se prefigura a través del arco iris, expresa el querer de Dios de Salvar al hombre, y este pacto es para todos los hombres, pero al mismo tiempo Dios quiere pactarlo con cada uno de nosotros. Y así como Dios ha dialogado con Noé, hoy a través de su Iglesia dialoga con cada hombre, para pactar esta alianza de amor y fidelidad. Tenemos que decir, que para pactar la alianza con Noé, Dios lo ha preparado, igualmente tiene que ayudarnos, preparándonos para aceptar este pacto con Él.
Pasamos al evangelio, donde encontramos varios elementos que nos pueden ayudar a vivir este tiempo litúrgico. Dice el evangelista: "...el Espíritu Santo llevó a Cristo al desierto, ..."; podemos señalar que en la primera Bienaventuranza dice S. Mateo que serán bienaventurados los pobres de espíritu. Esta pobreza de espíritu, hace referencia a los humildes, y sólo un humilde puede ser guiado y acepta ser guiado por el Espíritu Santo. Así tenemos el tercer cántico del Siervo de Yahvé: "...conducido como oveja al matadero...". Por eso el segundo capítulo de S. Pablo a los Filipenses, expresa por excelencia esta humanidad de Cristo, pues dice: "...se despojó de su categoría de Dios...". En consecuencia este Espíritu que conduce a Cristo al desierto, no es una formalidad del programa Divino, sino que está indicándonos esta sumisión del Hijo ante la voluntad del Padre, que ya se ha iniciado en el momento de su encarnación, pues el Hijo para quedar sometido totalmente a la voluntad del Padre entra en la historia. Por eso el desierto está expresando, en la vida de Jesús y para nosotros, este total abandono en la voluntad del Padre, pues sólo pasando por el absurdo humanamente, el hombre se encuentra con la fidelidad y el amor de Dios.

Otro elemento que podemos extraer del evangelio, es la obediencia, como dirá S. Isaac Abad, en su Disc. n.30: "...Jesús con su obediencia se ha sometido a la obra del Padre..."; ampliando un poco más el sentido del desierto, la obediencia de Cristo se ha manifestado y la hemos conocido porque ha aceptado el camino (desierto), que el Padre le ha mostrado; la carta a los Hebreos dice: "...Señor me haz dado un cuerpo para hacer tu voluntad ...". Tenemos por lo tanto, que el anuncio del Reino de los Cielos, el llamado que Cristo hace a la conversión, pasa por la experiencia del desierto; entonces el que Cristo anuncie la llegada del Reino del Padre es, luego de la experiencia del desierto, la Buena Nueva del Reino de los Cielos que se entiende y se acoge desde el desierto. Es el sentido de la conversión de tantas personas que se encontraban en situaciones extremamente difíciles -en sentido existencial- y han cambiado radicalmente, porque desde el desierto de la vida se puede oír a Dios. Al respecto citando un momento de la vida de S. Teresa de Jesús, ésta se cuestionaba por qué S. Mateo dice: "...las prostitutas os precederán en el reino del cielo..."; entonces el confesor le hace entender que está en relación que no hay exclusividad en cuanto al amor de Dios. Hoy día las grandes ciudades son grandes desiertos para el hombre en general, que sólo el anuncio del Reino del Hijo puede transformarlas en caminos que sean veredas que nos conduzcan al Reino.

Como un último elemento de nuestra contribución: El Espíritu Santo, dice el evangelista: "...y fue llevado por el Espíritu al desierto,..."; haciendo una lectura desde Cristo, el Espíritu Santo nos lleva al desierto para que en nosotros se realice la obra del Padre. Entonces podemos decir que la vida del hombre es un desierto: de donde el hombre se escapa, se evade (sentido del pecado), pero para que en nosotros se realice y vivamos la novedad del Reino, el Espíritu debe llevarnos a nuestra propia condición humana, pues sólo desde nuestra condición (desierto), podemos encontrarnos con el Dios de la vida, con Cristo Salvador. Pues el desierto, a donde el Espíritu quiere llevarnos, no es para que el lugar se transforme sino para que sea nuestra vida por el don del Espíritu la que se transforme y experimentemos como dice el Sal 90: "...el Señor es mi roca y mi fortaleza...", y así como el Espíritu ha actuado en Jesús, también la obra del Padre será en nosotros en el Espíritu Santo.

 

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú