VI Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Lv.13, 1-2.45-46; Sal. 31; 1Cor.10, 31-11,1; Mc.1, 40-45


Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: "Si quieres, puedes limpiarme." Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: "Quiero; queda limpio." Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: "Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio." Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes.

Mc.1, 40-45


El Papa Benedicto XVI, en la introducción de su primera encíclica: Deus Caritas Est, dice:"no se es cristiano por una decisión ética o una grande idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a nuestra vida, y con ello, una orientación decisiva". Pero en nuestros días, a través de las noticias, contemplamos y estamos expuestos a un contexto social, que parece que nos conduce, aún no deseándolo: por caminos de violencia, angustia, desesperanza o resignación. Es aquí donde comenzamos la reflexión de la presente semana; tanto la primera lectura como el evangelio hablan de una enfermedad: la lepra, que en el contexto de la Sagrada Escritura tiene un sentido profundamente existencial-vivencial, que determinaba el destino de la persona que la padecía. Inmediatamente tenemos que observar, que los evangelistas o los escritores sagrados (hagiógrafos), cuando señalan o destacan alguna situación o describen una realidad, significa que a la Luz de Cristo, se desvela una verdad. Esta enfermedad, en nuestros días, con el avance de la ciencia médica, no tiene el significado cruel de aquella época, pero debemos hacer una relectura de la misma a la Luz del Nuevo Testamento, o sea, desde la persona de Cristo.
Tenemos que decir, que la lepra en el Antiguo Testamento, significaba la impureza, y que quien padecía de esa enfermedad era un impuro; por lo tanto no podía permanecer como miembro del pueblo o el clan, en consecuencia era como (usando un término eclesiástico) un ex comunicado, expulsado de la sociedad, de la vida comunitaria; el Libro del Levítico habla muy bien de todo el ritual del leproso y del impuro. De manera semejante, hoy el hombre contemporáneo, padece de un mal, del cual con todo el avance de la ciencia no puede curarse, que es como una lepra social, que al hombre lo va consumiendo lentamente. Dice Cristo en el evangelio de Marcos, capítulos más adelante:"...no es lo de fuera lo que contamina al hombre sino aquello que hay en su corazón..."; ante esta realidad profunda el hombre poco puede hacer por sí mismo, ni usando los avances de la ciencia.

No queremos presentar la realidad del hombre de manera fatalista, citemos a San Pablo, en su carta a los Romanos cuando dice:"...querer el bien lo deseo, pero es el mal que realizó,..."; al respecto la doctrina de la Iglesia, a través del Catecismo, y ahora a través del documento, más reciente: Compendio del Catecismo de la Iglesia, señala que: el hombre por el pecado ha quedado debilitado, nuestra naturaleza ha quedado herida. Entonces siguiendo con la cita de S. Pablo:"...quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte (sin sentido de la propia vida),..."; en la primera lectura, el leproso tenía que gritar cuando entraba a la ciudad: impuro, impuro; en nuestros días cuantos hombres de una u otra manera están diciendo lo mismo con sus actitudes, pues en el A.T. decir: “impuro, significaba ser un maldito, un despreciado, un condenado a morir”. El hombre amigo, no ha recibido la vida de parte de Dios para que la viva como un condenado a muerte, pero tantos la viven en este sentido, o de otra manera viven la vida: como una cadena pesada que tienen que arrastrar hasta que les llegue la muerte. Lo importante de profundizar en el sentido del leproso, como nos proponen los textos de la presente liturgia.

Dice Juan Crisóstomo, haciendo referencia al leproso del evangelio:"...luego de escucharle predicar se le acercó y le pidió si quería que lo curase... (Hom. 25, 1-2.).."; San Pablo en otra de sus cartas dice:"...la fe viene de la predicación...", este dato nos ayuda ha decir que el leproso no se acerca a Jesús solo para ser curado de su lepra, sí es verdad que se acerca para que lo cure, pero sobre todo porque ha comprendido que Cristo tiene un Señorío, que tiene una autoridad, que Cristo puede trasformar su vida, por eso se abandona totalmente a la voluntad de El y dice: "si quieres". Este episodio lo podemos enriquecer con el episodio de la hemorroisa, que luego de haberlo escuchado se dijo para sí:"...si llego a tocar por lo menos el filo de su manto me curaré...". El hecho que Jesús después de la curación haga hincapié al leproso curado de que no se lo diga a nadie; está significando que Jesús no quiere ser mal comprendido por la masa de gente que lo buscaba, para ser curados. De esta manera tenemos que decir que el hombre, por su libertad mal utilizada, ha entrado en situaciones que lo incapacitan a obrar teniendo en cuenta el bien del otro. Como nos dice la doctrina de la Iglesia el hombre en Cristo es un Don para el otro, como lo es Cristo para nosotros. De otra manera resulta que la vida del hombre es la suma de actos individualistas y de egoísmo; que juntos, hacen del hombre un ser vacío y necesitado; en consecuencia su ser-existencial necesita curarlo. La respuesta de Cristo:"...quiero,..."; expresa la condescendencia del Dios-con-Nosotros, no hay realidad alguna por la que Dios se aleje de nosotros; podríamos decir, que por eso es que se acerca a nosotros, pues Dios no puede rechazar y negar la obra de sus manos; hay una expresión en el profeta Oseas que dice: "...aunque una madre se olvidase de su hijo yo nunca me olvidaré de ti...".

San Pablo, en la segunda lectura, exhorta a realizar todo para gloria de Dios, y en consecuencia la vida del creyente es un "monumento" a la gloria de Dios, porque es la Gracia del Don recibido, que nos lleva a dar Gracia y a realizar todo en el Nombre de Aquel que es la fuente y la roca de nuestra vida. Por eso, no nos quedemos sólo en los signos exteriores, que nos hablan del Amor de Dios para con nosotros, sino veamos que esos signos nos garantizan que Cristo es el Hijo del Padre de la Misericordia, y como dice el salmista: “...quien se apoya en mí no quedará nunca desamparado ni desilusionado”; Pedro le responde a Jesús:"...Señor a donde iremos sólo tu tienes palabras de vida...".  

 

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú