VIII Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Os 2, 16-17. 21-22; Sal 102; 2Co 3, 1b-6; Mc 2, 18-22


Como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vienen y le dicen: “¿Por qué mientras los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, tus discípulos no ayunan?” Jesús les dijo: “¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar. Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán, en aquel día. Nadie cose un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues de otro modo, lo añadido tira de él, el paño nuevo del viejo, y se produce un desgarrón peor. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino reventaría los pellejos y se echaría a perder tanto el vino como los pellejos: sino que el vino nuevo, en pellejos nuevos”.

Mc 2, 18-22


Al hombre de nuestros días, que incluso puede ser un creyente, puede sucederle que al levantarse experimente con nostalgia y tristeza, que el día nuevo que tiene por delante sea uno más o incluso se resigne a vivirlo sin esperar nada en particular. En este sentido nos asemejamos a los niños pequeños a quienes les parece que sólo el día tiene un atractivo, si alguien les ha prometido u ofrecido dar algún regalito o alguna cosa en particular. Pero esta es la actitud normal de todo niño, que tiene que pasar necesariamente por un proceso de crecimiento, hablando desde el punto de vista psíquico (esto tranquilamente lo diría el Dr. Piaget). Pero, si en cambio, esta comienza a ser nuestra manera de vivir, es que algo grave ha ocurrido; y aún más, sí llevamos esta actitud al plano de la Fe, es que nos hemos quedado en una etapa de un infantilismo cristiano; y entonces Dios si no es Papa Noel, no es Dios; si Cristo en nuestra vida no se asemeja a Superman, deja de ser para estas personas el salvador y, tranquilamente, se irán detrás de aquél, que llene esta imagen mesiánica (de esta realidad-social, los políticos sacan mucha ventaja en las campañas electorales). Ahora, el Dios del cristianismo es un Dios que nos habla con un lenguaje humano, y por lo tanto, cuando el evangelista Mateo dice: "... les hemos tocado la danza y no han bailado, les hemos tocado endechas y han llorado, .."; quién aquí está desentonando?. Tendríamos que preguntarnos, qué nos ocurre para no escuchar a Dios en nuestra vida; por esta razón que los días pasan sin trascendencia, pero y por qué no le escuchamos. Cuando dos personas se quieren, basta un pequeño rumor o un pequeño gesto para que el otro, se ponga en situación de espera. El matrimonio cristiano que está llamado a ser un reflejo del amor de Dios (GS 49), es el encuentro entre dos personas que se une en el amor, no de dos sujetos que viven juntos.

En la primera lectura, del profeta Oseas, nos encontramos con varias expresiones que hacen referencia al lenguaje de un amor nupcial, pero con una particularidad, que sólo de uno viene la iniciativa. Pero para que se dé el encuentro amoroso (queremos remarcar en nuestro aporte semanal), será indispensable la experiencia del desierto. Este término que de manera figurativa usa el profeta: "desierto", es para ayudar a que el pueblo, en este contexto, descubra que sólo Dios le basta, y sobre todo para que pueda darse cuenta que éste, nada le puede ofrecer a Dios, porque nada tiene; Dios quiere que su pueblo experimente que Él sólo quiere amarlo, pero para que descubra este amor gratuito-necesario (para el pueblo), debe por eso llevarlo: al desierto, porque de otra manera Israel-pueblo podría confundir: el amor de Dios con el de cualquier otro ídolo. Pues el profeta está anunciando que el amor de Dios va más allá de la infidelidad del pueblo, y su amor no es un intercambio comercial; así se ha anunciando la venida del Mesías, como dice el prefacio III del tiempo ordinario: "... haz mandado a tu Hijo, tomando nuestra condición (...), y nos haz hecho partícipes de la vida inmortal, ...". Es el amor, la ley llevada a su plenitud, la que cambiará y hará surgir un pueblo nuevo, que ya lo anunciaba el profeta Ezequiel en el Cáp.. 37.

De esta manera en el evangelio de la presente semana, ante la pregunta del ayuno, Cristo está haciendo notar a los escriba que no saben leer los signos, pues el ayuno servía en el Antiguo Testamento, para suplicar a Dios que no se alejara de ellos, los defendiera de los enemigos, etc; y ahora el Dios de la Alianza, el Dios del Sinaí, ha entrado en la historia de la humanidad en su Hijo. Por eso la respuesta de Cristo: " ... como se puede ayunar cuando el novio está entre ellos, ...". Esto está anunciando la llegada de tiempos nuevos, que Dios en el Hijo, sellará una nueva alianza, por eso al final del evangelio las expresiones: del odre y vino; signo que Dios querrá hacer de nosotros morada Suya, dándonos una Vida Nueva. Pues Dios no ha mandado al Hijo para zurcir nuestra vida, sino para recrearla en el Él; pero tantas personas piensan que la misericordia de Dios consiste en que por lo menos les dé unos pequeños puntos de hilo al roto de sus vidas. De esta manera podemos relacionar el desierto adonde Dios, según la primera lectura, llevará a su pueblo, y al odre; que están haciendo presente la realidad frágil de todo hombre ante el amor de Dios que se significa a través del vino nuevo, que se expresa por el perdón y su fidelidad en relación a nosotros; a la respuesta de Jesús, bajo el contexto de bodas, Dios nos está llamando a vivir una experiencia íntima, personal y exclusiva con Él en nuestras vidas. Por eso aquí pueden tener su real significado las palabras de la primera lectura:"... la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón, ...".

S. Ireneo, en su Libro 4,34; dice: "...en Cristo Dios ha renovado todo,..."; como dice en la segunda lectura S. Pablo: "...la ley mata, el espíritu da vida,..."; al respecto Tertuliano, antes que los catecúmenos sean aceptados al bautismo decía: "...son admitidos porque ahora viven la virtud sin esfuerzo,... (catq. Sobre el bautismo)", de esta manera se cumple la profecía de Ezequiel donde Dios inscribirá su alianza en nuestro corazón; y así la vida del hombre se transforma en una vida en fiesta, en el sentido que nada podrá separarnos de este amor que tiene el poder de vencer la muerte. Ante la realidad, que cada día debemos afrontar, sería ilusorio simplemente quedarnos en esta vaga reflexión del amor de Dios sólo en sentido espiritual. La experiencia del amor es lo más concreto de nuestra vida, porque al hombre lo capacita a entrar en el escenario de la vida dándose todo de sí; pues la experiencia del cristiano es de: experimentar personalmente el amor de Dios y vivirlo, según la condición a la que es llamado (casado, como religiosa, etc.), y por lo mismo busca el amor porque es uno con Dios, y por eso lo anuncia y lo da, como ha hecho Cristo en su vida pública; a diferencia del hombre que no conoce a Cristo o no ha tenido una experiencia personal con Él, que siempre en lo que hace busca satisfacerse, que en otras palabras, busca algo que termine de saciarlo en lo profundo de su ser, porque no ha experimentado que sólo Dios puede llevarnos a esta vida plena.  

 

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú