IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Dt. 18,15-20; Sal. 94; I Cor. 7,32-35; Mc. 1,21-28


Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: "¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios".
Jesús, entonces, le conminó diciendo: "Cállate y sal de él". Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen". Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.

Mc. 1,21-28


Las lecturas de la presente semana, presentan, un aspecto muy particular. La gente que escuchaba a Jesús se sorprendía no sólo de los milagros que realizaba, sino de la manera como hablaba, de la autoridad que tenía al dar sus discursos. Quizás las personas notaban esto al comienzo, y luego lo que prevalecía era el beneficio de los milagros. No por casualidad los evangelistas resaltan este aspecto. Mateo, uno de los sinópticos, lo pone al final del discurso de la montaña, luego que ha expuesto la novedad del Reino de los Cielos. Entonces no debemos perder de vista este aspecto, pues los demonios, reconocen a Jesús no por los milagros, sino por su autoridad, por eso dicen: “... que tenemos contigo Jesús de Nazaret.... haz venido para atormentarnos...". En esta autoridad de Jesús, en la presente semana, entraremos con sencillez, para poder contemplar-escuchar, a Jesús en sus discursos, contemplar como sus palabras estaban revestidas de autoridad. Entonces para nuestro comentario de esta semana tenemos como fondo: Palabra - Autoridad; que también eran dichas por los sacerdotes y escribas de la época, pero que en los labios de Jesús encontramos un significado que hace presente la Novedad del Reino entre nosotros.
En nuestros días nos encontramos con una gran dificultad, en primer lugar que la autoridad como tal no es aceptada, si no viene expresada o respaldada por una mayoría, lo que ya al hombre moderno lo indispone a aceptar una autoridad radical, porque la experimenta como impuesta a su vida. Siguiendo en esta misma línea de la autoridad, el hombre moderno sufre por aquella autoridad que parece que es ejercida para el bien de unos pocos, o mejor dicho de manera más clara, por aquellos que ejercen el poder y, para aquellos, que están cerca de quienes ejercen el poder. Lo que sucedía en el tiempo de Jesús se repite igualmente en nuestra época. Por eso la vida de los Santos ha interrogado sobremanera a las personas, pero al mismo tiempo ha incomodado a sus contemporáneos, porque sus vidas garantizaban la autoridad con la cual se presentaban. En un segundo momento, la palabra en nuestros días no sólo está devaluada por una falta de responsabilidad moral-ética, sino porque la palabra en sí, no tiene un significado real. Como sabemos el pensamiento moderno, como bien lo expresó en varias oportunidades nuestro difunto Papa Juan Pablo II: El hombre moderno ha entrado en un profundo: positivismo relativismo nominal. Esto quiere decir que lo que hoy puede ser verdad, mañana una ley dice que ya no lo es. Entonces, la palabra cae en gran desprestigio, siendo el significado de la palabra algo mutable; totalmente opuesto al significado bíblico desde el punto de vista de la revelación; S. Juan, el evangelista comienza en las primeras líneas de su evangelio diciendo: "... En el principio la palabra era Dios y estaba junto a Dios, y todo se hizo por medio de Ella. ... ".

Entonces como saber quien habla con palabras de autoridad. Los mismos textos de la presente liturgia nos dan los elementos. En la primera lectura Dios mismo dice: “... voy a suscitar a un profeta de en medio de ti... "; esto está significando que aquel que habla de parte de Dios no lo hace por su buena intención o buena voluntad, sino porque es uno elegido por el mismo Dios; y en este aspecto la segunda lectura complementa el sentido de la elección: "... el hombre no casado se preocupa de las cosas del Señor...". Esto no está significando que los casados están excluidos de vivir el evangelio, sino que el elegido debe ayudar a vivir de manera vigilante la vida con respecto al Señor, para vivirla según su querer, y esta elección por lo tanto es un servicio en función de los demás. En el evangelio, tenemos varios elementos, pero el que queremos remarcar, es aquel que dice: "... no hablaba como los escribas...". Para comprender mejor el sentido de esta expresión debemos remontarnos al profeta Ezequiel, cuando el profeta dice: "... suscitare pastores según mi corazón, que apacienten a mi pueblo...". Aquí el profeta está anunciando que estos pastores serán uno con el mismo Dios, preparando el sacerdocio según el rito de Melquisedec, que Cristo con su muerte de Cruz va a inaugurar.

Debemos aceptar que a través de la vida de la Iglesia, algunos de sus miembros, no han vivido según la misión y servicio dado. Pero al mismo tiempo, retomando la primera lectura, el falso profeta es aquel que presuntuosamente piensa que por el servicio para el cual ha estado revestido, puede atribuirse el realizar aquello que piensa. Cristo, por eso en el evangelio dice: "... no he venido a ser servido sino a servir...". De esta manera, el desprendimiento radical de Cristo, cuando hablaba, causaba admiración en sus oyentes, este desprendimiento a su vez comunicaba un abandono y confianza absoluta en su mensaje, que no era otro, sino que revelar al mismo Dios-Padre. Por eso el demonio luego de los cuarenta días y cuarenta noches, de Cristo en el desierto, le dice: “... si eres el Hijo de Dios: di que estas piedras se conviertan en pan...". Así la tentación consistirá en vivir la elección de manera individualista, alejándose de la fuente que es el mismo Dios. Por eso todos nosotros cuando hemos recibido el bautismo, hemos sido adoptados como hijos de Dios en el Hijo, para así participar de su misión-función: real-profética-sacerdotal; pero podemos vivir esta vida nueva en la medida que estamos unidos a Cristo.

San Juan Crisóstomo dice: “... la fuerza de las palabras de Cristo es que son palabras de vida Eterna... (Hom. 25)”. Así tenemos que esta vida nueva, se vive en la autoridad de Cristo, Hijo del Padre, porque sólo Él tiene palabras de vida eterna como dice Pedro: “... Señor a dónde iremos solo tú tienes palabras de vida eterna...".

De esta manera la palabra en la Iglesia, legada por el mismo Cristo, y expresada por sus ministros, tiene autoridad, porque esta palabra expresa la voluntad del Padre, que a través de su amor, expresa su fidelidad en todo aquello que promete y anuncia por amor a su criatura. Donde la palabra de Dios es creadora y dadora de vida para quien la comunica y la escucha.
   

 

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú